/ jueves 8 de octubre de 2020

Adiós a los fideicomisos, adiós al futuro

La eliminación de los fideicomisos públicos es un acto más de improvisación, una ocurrencia de quien fragua proyectos delirantes, sueña con un México que ya no existe e impone decisiones que vulneran nuestro orden jurídico y nos sumergen en una espiral interminable en la que se otorgan discrecionalmente recursos públicos.

Los fideicomisos son entidades públicas reguladas por ley que tienen funciones de gran importancia para el desarrollo nacional y algunos incluso auxilian al Ejecutivo mediante la realización de actividades prioritarias.

Con los fideicomisos no solo se cancelan proyectos, también sueños y aspiraciones de mujeres y hombres comprometidos con las ciencias, el deporte, las humanidades y las artes. Baja California será una víctima más de este austericidio orquestado desde las oficinas del Palacio Nacional, sin tomar en cuenta criterios técnicos y sin haber valorado a detalle los costos que implica cancelar miles de proyectos en marcha.

Con la decisión de liquidar fideicomisos se cancelaría el Fondo Mixto de Fomento a la Investigación Científica y Tecnológica Conacyt del Gobierno del Estado de Baja California y las asignaciones previstas para el Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada y El Colegio de la Frontera Norte. De esta forma el gobierno sigue dándole la espalda al progreso y abre los brazos a un modelo de desarrollo caduco donde el motor de desarrollo fueron los enormes ingresos de Cantarell, el segundo pozo petrolero más grande del mundo en los setenta.

Hoy Cantarell ya se secó y aun así se cancelan proyectos de infraestructura y de energías renovables. Hoy se apuesta por una refinería ubicada en un manglar que es un barril sin fondo; por un aeropuerto que está en un cementerio de mamuts y otros animales de más de 10 mil años de antigüedad y por un tren que utilizará diesel para devastar la selva y sitios arqueológicos que son patrimonio de la Humanidad.

La liquidación de fideicomisos significa dar peligrosos pasos hacia atrás que, una vez dados, nos relegan de un mundo cada vez más competitivo. Hoy que el Covid-19 nos obliga a realizar esfuerzos extraordinarios en materia de investigación científica regresamos al oscurantismo, lo que es la peor apuesta que se pueda hacer en medio de la pandemia.

Ya hemos escuchado hasta el cansancio el argumento de que la corrupción nos obliga a encontrar formas de asignar recursos de forma directa y hemos visto cómo esta forma de dispendio irresponsable daña de manera irreversible la imagen de nuestro país como una nación de leyes e instituciones. La extinción de fideicomisos es hoy un clavo más al ataúd del talento y la creatividad de las nuevas generaciones mexicanas.

La eliminación de los fideicomisos públicos es un acto más de improvisación, una ocurrencia de quien fragua proyectos delirantes, sueña con un México que ya no existe e impone decisiones que vulneran nuestro orden jurídico y nos sumergen en una espiral interminable en la que se otorgan discrecionalmente recursos públicos.

Los fideicomisos son entidades públicas reguladas por ley que tienen funciones de gran importancia para el desarrollo nacional y algunos incluso auxilian al Ejecutivo mediante la realización de actividades prioritarias.

Con los fideicomisos no solo se cancelan proyectos, también sueños y aspiraciones de mujeres y hombres comprometidos con las ciencias, el deporte, las humanidades y las artes. Baja California será una víctima más de este austericidio orquestado desde las oficinas del Palacio Nacional, sin tomar en cuenta criterios técnicos y sin haber valorado a detalle los costos que implica cancelar miles de proyectos en marcha.

Con la decisión de liquidar fideicomisos se cancelaría el Fondo Mixto de Fomento a la Investigación Científica y Tecnológica Conacyt del Gobierno del Estado de Baja California y las asignaciones previstas para el Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada y El Colegio de la Frontera Norte. De esta forma el gobierno sigue dándole la espalda al progreso y abre los brazos a un modelo de desarrollo caduco donde el motor de desarrollo fueron los enormes ingresos de Cantarell, el segundo pozo petrolero más grande del mundo en los setenta.

Hoy Cantarell ya se secó y aun así se cancelan proyectos de infraestructura y de energías renovables. Hoy se apuesta por una refinería ubicada en un manglar que es un barril sin fondo; por un aeropuerto que está en un cementerio de mamuts y otros animales de más de 10 mil años de antigüedad y por un tren que utilizará diesel para devastar la selva y sitios arqueológicos que son patrimonio de la Humanidad.

La liquidación de fideicomisos significa dar peligrosos pasos hacia atrás que, una vez dados, nos relegan de un mundo cada vez más competitivo. Hoy que el Covid-19 nos obliga a realizar esfuerzos extraordinarios en materia de investigación científica regresamos al oscurantismo, lo que es la peor apuesta que se pueda hacer en medio de la pandemia.

Ya hemos escuchado hasta el cansancio el argumento de que la corrupción nos obliga a encontrar formas de asignar recursos de forma directa y hemos visto cómo esta forma de dispendio irresponsable daña de manera irreversible la imagen de nuestro país como una nación de leyes e instituciones. La extinción de fideicomisos es hoy un clavo más al ataúd del talento y la creatividad de las nuevas generaciones mexicanas.