/ jueves 1 de noviembre de 2018

Ajustando ideas políticas

Vientos


El maestro José Antonio Crespo afirmó en una de sus aportaciones magistrales en “Cuadernos de Divulgación de la Cultura Democrática” del IFE en 1995, intitulada “Elecciones y Democracia”, puntos de vista respetables en lo teórico.

Decía Crespo que “el fin último de la democracia política” -¿habrá otra clase de democracia?- “es prevenir, dentro de lo posible, el abuso de poder por parte de los gobernantes frente al resto de la ciudadanía”. Pero, claro, le faltaba un complemento y lo hizo saber: “La sociedad moderna vincula (aquel) objetivo con el sistema electoral y los partidos políticos”.

Recordé esto de las elecciones porque con cierto dejo de inocencia sostiene que los representantes de la soberanía (diputados) con las elecciones se constituyen en una fuerza de poder político que sirve de equilibrio ante los poderes Ejecutivo (Supremo Poder, dice la Constitución mexicana) y el Judicial, que históricamente se ha descubierto muchas veces proclive al Ejecutivo. Ahora, si la mayoría (simple o calificada) es proclive al partido del presidente resultante en las elecciones, cuando menos en México puede traducirse en “un mazo de poder” indestructible, que permitirá al Poder Ejecutivo hacer lo que le venga en gana, incluso reformar la Constitución con destino en la prelación del juicio mental, a donde se le ocurra al Ejecutivo que es quien, por costumbre, marca rumbos y destinos de todo y de todos.

En México el presidencialismo es el poder de un Júpiter que prescinde de la opinión de los “diositos” y su marca es de fuego. Los enemigos que se autofabricaron los otros partidos, pero fundamentalmente el PRI que destruyó como PRM al original PNR y luego a éste como un suicidio o parricidio si usted lo cree mejor, y luego contra el PAN, ha sido el juego eterno de una cultura de sometimiento, desde los aztecas y sus antecesores, que luego la Iglesia Católica reconstituyó creando, para domar a la nueva grey, un sistema inserto en el espíritu con tal fuerza que hoy aflora en su combate en contra de las autoridades, en su desconfianza en ellas, en su rebeldía constante, en su fuego interno insatisfecho que en cada sexenio se manifiesta dándole la espalda a sus mismos connacionales sin darse cuenta a quien están sirviendo.

Hoy el propio “Peje”, así con este sobrenombre para poder recalcar que es la identificación de un hombre quizá con buenas intenciones, pero perdido entre el pensamiento igualitario de las masas que “iluminan” sin darse cuenta que mañana esa misma masa será su guillotina. Es la historia de México. ¿Por qué no aprenden?


Vientos


El maestro José Antonio Crespo afirmó en una de sus aportaciones magistrales en “Cuadernos de Divulgación de la Cultura Democrática” del IFE en 1995, intitulada “Elecciones y Democracia”, puntos de vista respetables en lo teórico.

Decía Crespo que “el fin último de la democracia política” -¿habrá otra clase de democracia?- “es prevenir, dentro de lo posible, el abuso de poder por parte de los gobernantes frente al resto de la ciudadanía”. Pero, claro, le faltaba un complemento y lo hizo saber: “La sociedad moderna vincula (aquel) objetivo con el sistema electoral y los partidos políticos”.

Recordé esto de las elecciones porque con cierto dejo de inocencia sostiene que los representantes de la soberanía (diputados) con las elecciones se constituyen en una fuerza de poder político que sirve de equilibrio ante los poderes Ejecutivo (Supremo Poder, dice la Constitución mexicana) y el Judicial, que históricamente se ha descubierto muchas veces proclive al Ejecutivo. Ahora, si la mayoría (simple o calificada) es proclive al partido del presidente resultante en las elecciones, cuando menos en México puede traducirse en “un mazo de poder” indestructible, que permitirá al Poder Ejecutivo hacer lo que le venga en gana, incluso reformar la Constitución con destino en la prelación del juicio mental, a donde se le ocurra al Ejecutivo que es quien, por costumbre, marca rumbos y destinos de todo y de todos.

En México el presidencialismo es el poder de un Júpiter que prescinde de la opinión de los “diositos” y su marca es de fuego. Los enemigos que se autofabricaron los otros partidos, pero fundamentalmente el PRI que destruyó como PRM al original PNR y luego a éste como un suicidio o parricidio si usted lo cree mejor, y luego contra el PAN, ha sido el juego eterno de una cultura de sometimiento, desde los aztecas y sus antecesores, que luego la Iglesia Católica reconstituyó creando, para domar a la nueva grey, un sistema inserto en el espíritu con tal fuerza que hoy aflora en su combate en contra de las autoridades, en su desconfianza en ellas, en su rebeldía constante, en su fuego interno insatisfecho que en cada sexenio se manifiesta dándole la espalda a sus mismos connacionales sin darse cuenta a quien están sirviendo.

Hoy el propio “Peje”, así con este sobrenombre para poder recalcar que es la identificación de un hombre quizá con buenas intenciones, pero perdido entre el pensamiento igualitario de las masas que “iluminan” sin darse cuenta que mañana esa misma masa será su guillotina. Es la historia de México. ¿Por qué no aprenden?