/ viernes 10 de junio de 2022

Colombia: El cambio y… ¿el fin de una era?

El cambio parece ser el marco cognitivo más importante en una campaña electoral. Repetido hasta el hartazgo por los candidatos de turno, en el país que sea, sigue siendo uno de los principales elementos discursivos de quienes postulan por un cargo público, sea a nivel nacional o local.

El cambio va. Y funciona. Al punto que muchas veces los oficialismos optan por demostrar que ellos también son el cambio, a pesar de que se encuentren en el ejercicio de gobierno. La apuesta en ese caso, por lo general es asociar el cambio con lo novedoso, pero qué tanto puede serlo un equipo de gobierno que esté en el poder, dependerá del relato que logre instalar en la campaña electoral.

El resultado de las elecciones presidenciales en Colombia aún no constituye un cambio para su pueblo, así como tampoco hay certezas sobre si ha llegado a su fin una era en este país, a pesar de la histórica derrota que ha sufrido el uribismo.

Los números fríos muestran que el candidato del Pacto Histórico, Gustavo Petro, consiguió el 40.32% de los votos y su futuro contendor en el balotaje, de la Liga de Gobernantes Anticorrupción, Rodolfo Hernández, alcanzó el 28.15%. Hubo dos grandes derrotados en la jornada: Fico Gutiérrez (23.91%), el candidato del uribismo que representaba el continuismo del presidente Iván Duque y su par de la coalición Centro Esperanza, Sergio Fajardo, que solo obtuvo el 4.2% de las adhesiones.

Colombia queda así en las puertas de un cambio histórico, que podrá confirmar si por primera vez el progresismo alcanza el gobierno nacional y cae de esa forma el último gran bastión de la derecha latinoamericana; paralelamente ya constituye un hito político la derrota del conservadurismo uribista que ha gobernado el país en las últimas décadas, más allá de que esto pueda tener matices importantes.

El apoyo inmediato de las fuerzas uribistas a Hernández nos retrotrae al escenario de la última elección presidencial de 2018, en donde se conformó una gran coalición de derecha y centroderecha con un único objetivo: Que Petro no llegara a la Presidencia y terminó decantando en el gobierno de Duque con el resultado que hoy conocemos.

Pocas horas después de conocerse que el uribismo estaba fuera de la competencia electoral –aún no del gobierno ni del poder– en las redes sociales surgieron dos hashtags #TodosMenosEl y #TodosMenosPetro, provenientes de las cuentas del conservadurismo, que comprueban que la estrategia se planteara en los mismos términos de 2018: Un plebiscito sobre la figura de Petro en donde las fuerzas uribistas pondrán todas sus energías y recursos únicamente para que no se constituya un cambio de signo ideológico.

Si sumamos los votos obtenidos por Fico a los de Hernández, el Donald Trump colombiano estaría llegando a la Casa de Nariño, pero la política no es matemáticas. La ciudadanía reclamó en las urnas un cambio y decidió castigar al uribismo expulsándolo de la administración pública. Por lo tanto, resulta difícil de creer que la mayoría de los votantes apoyen un nuevo gobierno encabezado por un candidato respaldado y sostenido por las fuerzas que fueron desalojadas de la Presidencia.

A partir del pasado domingo comenzaron a despuntar los nuevos –y poco felices– relatos electorales de los candidatos a utilizar en la segunda vuelta. Por un lado, Petro comenzó por continuar evidenciando las señales de tranquilidad al empresariado y, al mismo tiempo, optó por apelar a la campaña negativa, recordando que su contendor en el balotaje definió a Hitler como “un gran pensador alemán” y que está imputado judicialmente por corrupción, además de tener decenas de acusaciones por acoso laboral y agresión.

En su discurso, el candidato del Pacto Histórico también recurrió a la estrategia de miedo previendo que en caso de triunfar Hernández Colombia se hundiría más en la violencia, la corrupción y la injusticia. “No demos un salto al suicidio”, dijo Petro.

El Donald Trump colombiano, como se conoce a Hernández, el exalcalde de Bucaramanga, de 77 años, tampoco estuvo acertado en sus primeras declaraciones luego de llegar al balotaje, en la que convocó a “limpiar de una vez por todas el gobierno nacional”. El candidato populista pareció no tomar en cuenta que esa administración es responsabilidad –desde hace dos décadas– de sus socios de segunda vuelta.

Además, a su entender Colombia “es una empresa que tiene 50 millones de accionistas” –ejemplo muy demostrativo sobre la sensibilidad que podría tener a la hora de gobernar– en el que se debe sacar a los malos administradores que se roban el patrimonio público (recordemos que el candidato tiene un juicio pendiente con la Justicia por corrupción).

Se prevén tres semanas turbulentas, con grandes dosis de campaña negativa, con los habituales errores discursivos, con mucha desinformación y fake news, ataques por doquier y dos relatos –con un mismo elemento– que intentarán prevalecer: El del cambio y el comienzo de una nueva era de paz y justicia social o el del cambio y el fin de la corrupción.

marcellhermitte@gmail.com

El cambio parece ser el marco cognitivo más importante en una campaña electoral. Repetido hasta el hartazgo por los candidatos de turno, en el país que sea, sigue siendo uno de los principales elementos discursivos de quienes postulan por un cargo público, sea a nivel nacional o local.

El cambio va. Y funciona. Al punto que muchas veces los oficialismos optan por demostrar que ellos también son el cambio, a pesar de que se encuentren en el ejercicio de gobierno. La apuesta en ese caso, por lo general es asociar el cambio con lo novedoso, pero qué tanto puede serlo un equipo de gobierno que esté en el poder, dependerá del relato que logre instalar en la campaña electoral.

El resultado de las elecciones presidenciales en Colombia aún no constituye un cambio para su pueblo, así como tampoco hay certezas sobre si ha llegado a su fin una era en este país, a pesar de la histórica derrota que ha sufrido el uribismo.

Los números fríos muestran que el candidato del Pacto Histórico, Gustavo Petro, consiguió el 40.32% de los votos y su futuro contendor en el balotaje, de la Liga de Gobernantes Anticorrupción, Rodolfo Hernández, alcanzó el 28.15%. Hubo dos grandes derrotados en la jornada: Fico Gutiérrez (23.91%), el candidato del uribismo que representaba el continuismo del presidente Iván Duque y su par de la coalición Centro Esperanza, Sergio Fajardo, que solo obtuvo el 4.2% de las adhesiones.

Colombia queda así en las puertas de un cambio histórico, que podrá confirmar si por primera vez el progresismo alcanza el gobierno nacional y cae de esa forma el último gran bastión de la derecha latinoamericana; paralelamente ya constituye un hito político la derrota del conservadurismo uribista que ha gobernado el país en las últimas décadas, más allá de que esto pueda tener matices importantes.

El apoyo inmediato de las fuerzas uribistas a Hernández nos retrotrae al escenario de la última elección presidencial de 2018, en donde se conformó una gran coalición de derecha y centroderecha con un único objetivo: Que Petro no llegara a la Presidencia y terminó decantando en el gobierno de Duque con el resultado que hoy conocemos.

Pocas horas después de conocerse que el uribismo estaba fuera de la competencia electoral –aún no del gobierno ni del poder– en las redes sociales surgieron dos hashtags #TodosMenosEl y #TodosMenosPetro, provenientes de las cuentas del conservadurismo, que comprueban que la estrategia se planteara en los mismos términos de 2018: Un plebiscito sobre la figura de Petro en donde las fuerzas uribistas pondrán todas sus energías y recursos únicamente para que no se constituya un cambio de signo ideológico.

Si sumamos los votos obtenidos por Fico a los de Hernández, el Donald Trump colombiano estaría llegando a la Casa de Nariño, pero la política no es matemáticas. La ciudadanía reclamó en las urnas un cambio y decidió castigar al uribismo expulsándolo de la administración pública. Por lo tanto, resulta difícil de creer que la mayoría de los votantes apoyen un nuevo gobierno encabezado por un candidato respaldado y sostenido por las fuerzas que fueron desalojadas de la Presidencia.

A partir del pasado domingo comenzaron a despuntar los nuevos –y poco felices– relatos electorales de los candidatos a utilizar en la segunda vuelta. Por un lado, Petro comenzó por continuar evidenciando las señales de tranquilidad al empresariado y, al mismo tiempo, optó por apelar a la campaña negativa, recordando que su contendor en el balotaje definió a Hitler como “un gran pensador alemán” y que está imputado judicialmente por corrupción, además de tener decenas de acusaciones por acoso laboral y agresión.

En su discurso, el candidato del Pacto Histórico también recurrió a la estrategia de miedo previendo que en caso de triunfar Hernández Colombia se hundiría más en la violencia, la corrupción y la injusticia. “No demos un salto al suicidio”, dijo Petro.

El Donald Trump colombiano, como se conoce a Hernández, el exalcalde de Bucaramanga, de 77 años, tampoco estuvo acertado en sus primeras declaraciones luego de llegar al balotaje, en la que convocó a “limpiar de una vez por todas el gobierno nacional”. El candidato populista pareció no tomar en cuenta que esa administración es responsabilidad –desde hace dos décadas– de sus socios de segunda vuelta.

Además, a su entender Colombia “es una empresa que tiene 50 millones de accionistas” –ejemplo muy demostrativo sobre la sensibilidad que podría tener a la hora de gobernar– en el que se debe sacar a los malos administradores que se roban el patrimonio público (recordemos que el candidato tiene un juicio pendiente con la Justicia por corrupción).

Se prevén tres semanas turbulentas, con grandes dosis de campaña negativa, con los habituales errores discursivos, con mucha desinformación y fake news, ataques por doquier y dos relatos –con un mismo elemento– que intentarán prevalecer: El del cambio y el comienzo de una nueva era de paz y justicia social o el del cambio y el fin de la corrupción.

marcellhermitte@gmail.com