/ miércoles 12 de febrero de 2020

Cuando el virus se viraliza…

El Muro


Que un virus llegue a los humanos a través de un animal, es algo tan viejo como el paleolítico, hace miles de años. La difteria, el sarampión, la influenza tipo A, las paperas, la tosferina, el rotavirus, la tuberculosis, la viruela, llegaron a nosotros a través del uso y consumo de animales salvajes que terminamos por domesticar.

Virus es igual a veneno o al menos ese es el origen del término y escaparnos de ellos es imposible porque vivimos rodeados de este parásito. Nuestro planeta alberga tantos como 100 quintillones de virus. No son buenos ni malos, simplemente son. Biológicamente hablando, a un virus no le conviene matar a quien lo hospeda o dicho en términos coloquiales: No patea el pesebre en el que come.

Parásito deriva de una palabra en griego que significa “el que yo alimento”. Es bueno aceptar que las enfermedades provocadas no van a terminar, pueden ser controladas, pero jamás erradicadas ya que como buen ser vivo un virus puede tener errores de replicación que terminan por generar una variante nueva, o sea, una falla virtuosa para ellos, no así para el huésped potencial (la gripe española que mató a 50 millones de personas en el mundo entre 1918 y 1920 –la mayoría jóvenes entre 18 y 35 años- es un ejemplo).

Un virus se aprovecha de los medios comunicativos modernos, ya que viaja en tren, barco, avión, pero su propagación es -contrario a lo que pudiera creerse- lenta. A principios del siglo pasado, el consumo de carne de simio era una práctica común en África y los trabajadores, como es sencillo suponer, actuaban de formas poco higiénicas. Algunos de ellos se contagiaron de un virus que luego terminó por esparcirse en algunos casos por la convivencia con mujeres sexoservidoras. Trabajadores haitianos, quienes se encontraban en El Congo, ya contagiados regresaron a su país, ahí hubo relación con turismo homosexual norteamericano y fue en ese momento, casi 60 años después de los primeros contagios, que el mundo conoció el Virus de

Inmunodeficiencia Humana (VIH), que termina por generar el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA).

Los virus tienen mecanismos de contagio específicos y no necesariamente veloces como su símil computacional. El VIH se pega de forma más eficaz a través de sangre contaminada, que por medio del contacto sexual, en el cual no necesariamente existe intercambio sanguíneo. Por otra parte, la presión social consiguió que la Academia de la Lengua aceptara el adjetivo viral en su variante de redes sociales como una forma de decir que un contenido se distribuye con rapidez, aunque muchos lo usen erróneamente como sinónimo de popularidad y aceptación.

Así las cosas, mientras el coronavirus opera de forma normal, es decir parsimonioso, sin prisa porque no tiene metas a corto plazo, la alerta se hizo viral en todo el mundo, asustando innecesariamente a la población, minimizando la capacidad de la ciencia moderna y la habilidad de nuestro cuerpo para convivir sanamente con nuestros milenarios compañeros de vida.

El Muro


Que un virus llegue a los humanos a través de un animal, es algo tan viejo como el paleolítico, hace miles de años. La difteria, el sarampión, la influenza tipo A, las paperas, la tosferina, el rotavirus, la tuberculosis, la viruela, llegaron a nosotros a través del uso y consumo de animales salvajes que terminamos por domesticar.

Virus es igual a veneno o al menos ese es el origen del término y escaparnos de ellos es imposible porque vivimos rodeados de este parásito. Nuestro planeta alberga tantos como 100 quintillones de virus. No son buenos ni malos, simplemente son. Biológicamente hablando, a un virus no le conviene matar a quien lo hospeda o dicho en términos coloquiales: No patea el pesebre en el que come.

Parásito deriva de una palabra en griego que significa “el que yo alimento”. Es bueno aceptar que las enfermedades provocadas no van a terminar, pueden ser controladas, pero jamás erradicadas ya que como buen ser vivo un virus puede tener errores de replicación que terminan por generar una variante nueva, o sea, una falla virtuosa para ellos, no así para el huésped potencial (la gripe española que mató a 50 millones de personas en el mundo entre 1918 y 1920 –la mayoría jóvenes entre 18 y 35 años- es un ejemplo).

Un virus se aprovecha de los medios comunicativos modernos, ya que viaja en tren, barco, avión, pero su propagación es -contrario a lo que pudiera creerse- lenta. A principios del siglo pasado, el consumo de carne de simio era una práctica común en África y los trabajadores, como es sencillo suponer, actuaban de formas poco higiénicas. Algunos de ellos se contagiaron de un virus que luego terminó por esparcirse en algunos casos por la convivencia con mujeres sexoservidoras. Trabajadores haitianos, quienes se encontraban en El Congo, ya contagiados regresaron a su país, ahí hubo relación con turismo homosexual norteamericano y fue en ese momento, casi 60 años después de los primeros contagios, que el mundo conoció el Virus de

Inmunodeficiencia Humana (VIH), que termina por generar el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA).

Los virus tienen mecanismos de contagio específicos y no necesariamente veloces como su símil computacional. El VIH se pega de forma más eficaz a través de sangre contaminada, que por medio del contacto sexual, en el cual no necesariamente existe intercambio sanguíneo. Por otra parte, la presión social consiguió que la Academia de la Lengua aceptara el adjetivo viral en su variante de redes sociales como una forma de decir que un contenido se distribuye con rapidez, aunque muchos lo usen erróneamente como sinónimo de popularidad y aceptación.

Así las cosas, mientras el coronavirus opera de forma normal, es decir parsimonioso, sin prisa porque no tiene metas a corto plazo, la alerta se hizo viral en todo el mundo, asustando innecesariamente a la población, minimizando la capacidad de la ciencia moderna y la habilidad de nuestro cuerpo para convivir sanamente con nuestros milenarios compañeros de vida.