/ miércoles 20 de enero de 2021

¿Cura el cloro? Quizá…

EL MURO

Fui discreto testigo del diálogo entre un vendedor del brebaje de moda con un cliente dudoso. Sobra citar la sarta de seudociencia que dijo para convencerlo porque al final lo consiguió.

Vi a un hombre satisfecho de recibir una botella de plástico reusada sin etiqueta ni instructivo, de medio litro, con un líquido amarillo intenso, supuestamente dióxido de cloro.

¿Y si en realidad la bebida sí estuviera curando algunos casos de Covid, pero no porque fuera cloro, sino justamente por lo contrario, porque es un placebo, una solución inocua? Hay evidencia científica suficiente como para creer que sí. El placebo es tan valioso que a partir de mediados del siglo pasado forma parte obligatoria en los análisis sobre nuevos medicamentos. Para que sea aprobado uno, debe superar los beneficios brindados por una solución no medicinal. Las vacunas atraviesan ese proceso.

La historia del placebo comenzó en Francia en 1784 cuando un médico fue acusado de ser un estafador por afirmar que curaba la ceguera tras poner a la persona en trance magnético. El Rey ordenó una investigación científica rigurosa encabezada por Benjamín Franklin, cuyo resultado demostró la no causalidad entre la técnica médica y la curación, aunque “la imaginación produce todos los efectos atribuidos al magnetismo”, señala el reporte entregado a Luis XVI.

Los estudios actuales muestran que los chochos, la acupuntura tienen un efecto que puede observarse incluso a nivel cerebral. Un placebo funciona a todos los niveles, es decir, desde la sola ingesta de un producto, pero se potencia cuando va a acompañado de un trato cordial de parte de quien la otorga. Con placebo se han curado personas con el síndrome del colon irritable con la misma eficacia que con los medicamentos (“Components of placebo effect: randomised controlled trial in patients with iritable bowel sindrome”). Con agujas se han curado personas con problemas del túnel carpiano, con palabras cariñosas y la simulación de una intervención quirúrgica, una persona con lesión en la rodilla dejó de sufrir dolores.

Es muy probable que las personas que aseguran haber sido curadas con dióxido de cloro, en realidad probaron una solución falsa no venenosa y que eso los orilló a sentirse más confiados, lo cual redundó en el fortalecimiento del sistema inmunológico.

De cualquier forma, no es recomendable arriesgarse al consumir la pócima mágica porque en una de esas sí le toca que contenga cloro y la puede pasar mal, eso también está científicamente demostrado.

vicmarcen09@gmail.com


EL MURO

Fui discreto testigo del diálogo entre un vendedor del brebaje de moda con un cliente dudoso. Sobra citar la sarta de seudociencia que dijo para convencerlo porque al final lo consiguió.

Vi a un hombre satisfecho de recibir una botella de plástico reusada sin etiqueta ni instructivo, de medio litro, con un líquido amarillo intenso, supuestamente dióxido de cloro.

¿Y si en realidad la bebida sí estuviera curando algunos casos de Covid, pero no porque fuera cloro, sino justamente por lo contrario, porque es un placebo, una solución inocua? Hay evidencia científica suficiente como para creer que sí. El placebo es tan valioso que a partir de mediados del siglo pasado forma parte obligatoria en los análisis sobre nuevos medicamentos. Para que sea aprobado uno, debe superar los beneficios brindados por una solución no medicinal. Las vacunas atraviesan ese proceso.

La historia del placebo comenzó en Francia en 1784 cuando un médico fue acusado de ser un estafador por afirmar que curaba la ceguera tras poner a la persona en trance magnético. El Rey ordenó una investigación científica rigurosa encabezada por Benjamín Franklin, cuyo resultado demostró la no causalidad entre la técnica médica y la curación, aunque “la imaginación produce todos los efectos atribuidos al magnetismo”, señala el reporte entregado a Luis XVI.

Los estudios actuales muestran que los chochos, la acupuntura tienen un efecto que puede observarse incluso a nivel cerebral. Un placebo funciona a todos los niveles, es decir, desde la sola ingesta de un producto, pero se potencia cuando va a acompañado de un trato cordial de parte de quien la otorga. Con placebo se han curado personas con el síndrome del colon irritable con la misma eficacia que con los medicamentos (“Components of placebo effect: randomised controlled trial in patients with iritable bowel sindrome”). Con agujas se han curado personas con problemas del túnel carpiano, con palabras cariñosas y la simulación de una intervención quirúrgica, una persona con lesión en la rodilla dejó de sufrir dolores.

Es muy probable que las personas que aseguran haber sido curadas con dióxido de cloro, en realidad probaron una solución falsa no venenosa y que eso los orilló a sentirse más confiados, lo cual redundó en el fortalecimiento del sistema inmunológico.

De cualquier forma, no es recomendable arriesgarse al consumir la pócima mágica porque en una de esas sí le toca que contenga cloro y la puede pasar mal, eso también está científicamente demostrado.

vicmarcen09@gmail.com