/ lunes 18 de junio de 2018

De la política eclesiástica

VIENTOS

Un personaje internacional que nunca escondió su “vis” política, don Aníbal Mena Porte, arzobispo de Asunción y presidente (entonces) de la Conferencia Episcopal del Paraguay, puso su firma en una definición muy aceptable de lo que un partido político es.

Su aportación en 1959 tiene clara observancia sobre lo que debe ser la moral privativa de los partidos políticos y “su pacífica convivencia entre los mismos”. Desde entonces ya se visualizaba el desastre actual al respecto.

Enseguida transcribo lo referente al respecto en “Antología del pensamiento político”.- Alfonso Francisco Ramírez, autor recopilador.- Editorial Trillas.- México, 1971, páginas 1849/1852. “Dentro del régimen democrático, el sistema de los partidos políticos es fruto de la evolución constitucional del siglo XIX y ofrece la utilidad indudable de simplificar políticamente la complejidad social, reduciéndola a una o más tendencias fundamentales. Justamente esta complejidad social, que impide la uniformidad de los ciudadanos en la apreciación concreta del bien común, explica el origen y la existencia de los partidos políticos”.

Tal vez porque la época de la intervención plausible del 11mo. señor don Aníbal Mena apuntaba al descarrilamiento de la moral pública que perdía de vista el concepto del bien común, encontraba coyuntura para explicar el caso paraguayo y la necesidad de concretar lo que es o en qué consiste el bien común. Y así consiguió la atención internacional de politólogos distinguidos y planteó que son los partidos políticos quienes bordando el tema lo definen de diversa manera de tal forma que podría concluirse que la diversidad de posturas impide el respeto y conciliación entre ellos.

De tan sencilla cuestión surge, sin tapujos, una realidad: la existencia de los partidos políticos en busca del poder político como objetivo fundamental haciendo soslayo de sus plataformas de principios y de sus programas de acción, con referencia directa a la violación sistemática de sus estatutos en lo cual las leyes no le permiten ninguna clase de intervención al Instituto Nacional Electoral, con referencia a nuestro querido México, en donde los “frutos” ya los estamos viendo en su descomposición, sobre todo en la falta de respeto a sus principios fundamentales.

La Iglesia ha estado interviniendo desde siglos atrás en la política. Ha aportado buenos principios de conducta moral para los demás. Pero el Supremo Poder Ejecutivo (¡cómo me cae mal este título!), el actual no debiera irse sin dejar arreglado este asunto. Si la debilidad llega hasta ese punto, estamos fritos…

jaimepardoverdugo@yahoo.com.mx


VIENTOS

Un personaje internacional que nunca escondió su “vis” política, don Aníbal Mena Porte, arzobispo de Asunción y presidente (entonces) de la Conferencia Episcopal del Paraguay, puso su firma en una definición muy aceptable de lo que un partido político es.

Su aportación en 1959 tiene clara observancia sobre lo que debe ser la moral privativa de los partidos políticos y “su pacífica convivencia entre los mismos”. Desde entonces ya se visualizaba el desastre actual al respecto.

Enseguida transcribo lo referente al respecto en “Antología del pensamiento político”.- Alfonso Francisco Ramírez, autor recopilador.- Editorial Trillas.- México, 1971, páginas 1849/1852. “Dentro del régimen democrático, el sistema de los partidos políticos es fruto de la evolución constitucional del siglo XIX y ofrece la utilidad indudable de simplificar políticamente la complejidad social, reduciéndola a una o más tendencias fundamentales. Justamente esta complejidad social, que impide la uniformidad de los ciudadanos en la apreciación concreta del bien común, explica el origen y la existencia de los partidos políticos”.

Tal vez porque la época de la intervención plausible del 11mo. señor don Aníbal Mena apuntaba al descarrilamiento de la moral pública que perdía de vista el concepto del bien común, encontraba coyuntura para explicar el caso paraguayo y la necesidad de concretar lo que es o en qué consiste el bien común. Y así consiguió la atención internacional de politólogos distinguidos y planteó que son los partidos políticos quienes bordando el tema lo definen de diversa manera de tal forma que podría concluirse que la diversidad de posturas impide el respeto y conciliación entre ellos.

De tan sencilla cuestión surge, sin tapujos, una realidad: la existencia de los partidos políticos en busca del poder político como objetivo fundamental haciendo soslayo de sus plataformas de principios y de sus programas de acción, con referencia directa a la violación sistemática de sus estatutos en lo cual las leyes no le permiten ninguna clase de intervención al Instituto Nacional Electoral, con referencia a nuestro querido México, en donde los “frutos” ya los estamos viendo en su descomposición, sobre todo en la falta de respeto a sus principios fundamentales.

La Iglesia ha estado interviniendo desde siglos atrás en la política. Ha aportado buenos principios de conducta moral para los demás. Pero el Supremo Poder Ejecutivo (¡cómo me cae mal este título!), el actual no debiera irse sin dejar arreglado este asunto. Si la debilidad llega hasta ese punto, estamos fritos…

jaimepardoverdugo@yahoo.com.mx