/ jueves 9 de agosto de 2018

De Raúl Castañeda Pomposo

Vientos

Nuestra Carta Magna ha sido, desde nuestra liberación de la dependencia de la Metrópoli española, una tentación republicana en donde el enfrentamiento religioso-político del federalismo y el centralismo han hecho costumbre.

No somos en realidad una federación de estados libres y soberanos, aunque sí Estados Unidos Mexicano como el sello oficial lo consigna y lo certifica el acuerdo que a retazos hemos escrito para tratar de hacer fuerte la cadena republicana con tantos e imborrables rasgos hispanos. Estamos unidos con una actitud de defensa nacionalista con mayor sentido desde el agravio de los Estados Unidos de Norteamérica en 1847. Nuestra Constitución, alegremente nos declara a lo estados como “libres y soberanos” y todos los congresos que en la Unión han sido, y los locales, lo aplauden con demagogia, como si con ello salvaran la vida, porque no se enteran o pocos lo hacen, de su contenido, en donde la cúspide de toda la pirámide política es el “Supremo Poder Ejecutivo”, que pasa, de continuo, sobre el supuesto soberano: el pueblo. Y el fenómeno se repite en los estados y, casi, en los municipios. Invito al lector o lectora que se tome el trabajo de leer la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Su ingesta no produce indigestión.

El diputado tijuanense, señor Raúl Castañeda Pomposo, ha anticipado a un reportero de casa, desde todos los puntos de vista atinado, ampliar las facultades a los municipios “en lo jurídico, político, administrativo y en lo relativo a la hacienda”. Ya tendrá tiempo de explicarnos qué diferencia va entre administración y los asuntos hacendarios.

Este modesto escribidor no solamente ve con satisfacción el proyecto del legislador. Esa es la tarea principal de los diputados como representantes populares. Es secundario (y hasta indebido) que pierdan el tiempo en la gestoría social que mejor le viene a los regidores y hoy está duplicándose, como ejercicio político, el trabajo auxiliar. Tal vez por eso López Obrador pretende la reducción salarial de los diputados y sus demás prestaciones al mínimo lógico.

Pocos saben que este asunto lo vengo manoseando desde 1966, pero la cortedad de un espacio columnístico es todo un valladar. En cambio, un proyecto cameral tiene la ventaja de los ojos y oídos de todos los medios y sobre todo, el suficiente espacio necesario para verter los motivos que explican la razón de un proyecto y sus fundamentos jurídicos. Y finalmente, creo que el proyecto no tendrá éxito. Hay una razón de peso: Andrés Manuel López Obrador, viene haciendo un tejido centralista para su gobierno. Él tiene sus razones y todo el Poder Legislativo a sus órdenes, sometido, sumiso, como creyentes religiosos y hasta su lema hippie: “amor y paz”. No le interesa el federalismo; le estorba a su carácter personal autocrático. Y por eso sus anudamientos con todas las fuerzas económicas y religiosas. Su único problema es el de las Fuerzas Armadas, a quienes tendrá que obsequiar una taja del poder si quiere paz y amor.

Aún así, estaré, modestamente, al lado de Castañeda en su lucha. Creo en el federalismo y en la soberanía de los estados. Adelante.


Vientos

Nuestra Carta Magna ha sido, desde nuestra liberación de la dependencia de la Metrópoli española, una tentación republicana en donde el enfrentamiento religioso-político del federalismo y el centralismo han hecho costumbre.

No somos en realidad una federación de estados libres y soberanos, aunque sí Estados Unidos Mexicano como el sello oficial lo consigna y lo certifica el acuerdo que a retazos hemos escrito para tratar de hacer fuerte la cadena republicana con tantos e imborrables rasgos hispanos. Estamos unidos con una actitud de defensa nacionalista con mayor sentido desde el agravio de los Estados Unidos de Norteamérica en 1847. Nuestra Constitución, alegremente nos declara a lo estados como “libres y soberanos” y todos los congresos que en la Unión han sido, y los locales, lo aplauden con demagogia, como si con ello salvaran la vida, porque no se enteran o pocos lo hacen, de su contenido, en donde la cúspide de toda la pirámide política es el “Supremo Poder Ejecutivo”, que pasa, de continuo, sobre el supuesto soberano: el pueblo. Y el fenómeno se repite en los estados y, casi, en los municipios. Invito al lector o lectora que se tome el trabajo de leer la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Su ingesta no produce indigestión.

El diputado tijuanense, señor Raúl Castañeda Pomposo, ha anticipado a un reportero de casa, desde todos los puntos de vista atinado, ampliar las facultades a los municipios “en lo jurídico, político, administrativo y en lo relativo a la hacienda”. Ya tendrá tiempo de explicarnos qué diferencia va entre administración y los asuntos hacendarios.

Este modesto escribidor no solamente ve con satisfacción el proyecto del legislador. Esa es la tarea principal de los diputados como representantes populares. Es secundario (y hasta indebido) que pierdan el tiempo en la gestoría social que mejor le viene a los regidores y hoy está duplicándose, como ejercicio político, el trabajo auxiliar. Tal vez por eso López Obrador pretende la reducción salarial de los diputados y sus demás prestaciones al mínimo lógico.

Pocos saben que este asunto lo vengo manoseando desde 1966, pero la cortedad de un espacio columnístico es todo un valladar. En cambio, un proyecto cameral tiene la ventaja de los ojos y oídos de todos los medios y sobre todo, el suficiente espacio necesario para verter los motivos que explican la razón de un proyecto y sus fundamentos jurídicos. Y finalmente, creo que el proyecto no tendrá éxito. Hay una razón de peso: Andrés Manuel López Obrador, viene haciendo un tejido centralista para su gobierno. Él tiene sus razones y todo el Poder Legislativo a sus órdenes, sometido, sumiso, como creyentes religiosos y hasta su lema hippie: “amor y paz”. No le interesa el federalismo; le estorba a su carácter personal autocrático. Y por eso sus anudamientos con todas las fuerzas económicas y religiosas. Su único problema es el de las Fuerzas Armadas, a quienes tendrá que obsequiar una taja del poder si quiere paz y amor.

Aún así, estaré, modestamente, al lado de Castañeda en su lucha. Creo en el federalismo y en la soberanía de los estados. Adelante.