/ lunes 5 de noviembre de 2018

De un engañoso amor

Vientos


Claro que nunca ha habido y nunca habrá –casi seguramente- alguna “luna de miel” entre empresarios y gobierno nacional, si estamos bordando sobre el ejercicio político en México.

La historia de nuestro país escrita al modo y/o al interés del historiador que al lector se le ocurra, con el que coincidan y crean, encontrarán una amarga coincidencia: ambos elementos como el agua y el aceite, no se mezclan, y si la mezcla física es imposible, la ideológica, definitivamente, nunca existirá como no sea de mentiritas. La lucha ha sido eterna y sus estimulantes son los mismos. Se trata de una lucha por el poder político y económico y saben, los “poderosos”, los de “la mafia en el poder” como ha dicho AMLO, los que estén en turno, buscarán sostenerse en el poder con incrustados en el frente enemigo, pero sin matrimonios públicos y menos con “luna de miel”.

La democracia en México aún no ha hecho el milagro de poner a cada quien en su lugar; de ubicar sin luchas a los elementos que todos, al unísono, luchen de verdad por el progreso de México. En nuestro país somos, cada ciudadano, como islas rodeadas de sus particulares “mares”, pero a veces prestándose las aguas entre sí mientras no se ensucien entre ambos…

En México las sociedades son de mentirijillas. Generalmente los accionistas son presta nombres o familiares que se sienten abrazados de la fortuna cuando el dueño real les regala una participación mínima. La unilateralidad es maestra, priva el YO y se soslaya el NOSOTROS. Los liberales siempre fueron en contra de la Iglesia católica porque ésta educaba desde sus altares educando a la población para esperar las gracias de Dios, el dador de todo… en el más allá, mientras los liberales, la izquierda de entonces, buscaba la equidad en el reparto de la riqueza. Y un día, ambos sectores se pervirtieron y curiosamente sus posiciones cambiaron, pero no radicalmente y se dividió el liberalismo, pero también la Iglesia: se partió con fuerza con el protestantismo y finalmente la confusión abarcó el todo y la Revolución fue un gasto de vidas inútil que terminó confundiendo y fundiendo a Madero, el padre postizo de una revolución floresmagonista y todo terminó en desastre. Esos ecos aún nos alcanzan con sus calores y sus errores sin confesión de parte. Dentro de esa confusión está el hoy ornado Andrés Manuel López Obrador que más que cualquier otro, jamás tendrá un acercamiento sincero de amor y paz con los de enfrente que ubica, mentalmente, en la suma Iglesia-empresarios-PAN-PRI y chipotes de compañía. Y él está del otro lado, como un gigante que dicta rumbos y sueños imposibles.

No me gusta el tema. Me da tristeza y angustia. México ha llegado al punto de confirmar que tiene y ha tenido los gobiernos que merece. En mis días terminales el viaje largo con ese equipaje me aniquila de antemano. Paisaje oscuro… muy oscuro.


Vientos


Claro que nunca ha habido y nunca habrá –casi seguramente- alguna “luna de miel” entre empresarios y gobierno nacional, si estamos bordando sobre el ejercicio político en México.

La historia de nuestro país escrita al modo y/o al interés del historiador que al lector se le ocurra, con el que coincidan y crean, encontrarán una amarga coincidencia: ambos elementos como el agua y el aceite, no se mezclan, y si la mezcla física es imposible, la ideológica, definitivamente, nunca existirá como no sea de mentiritas. La lucha ha sido eterna y sus estimulantes son los mismos. Se trata de una lucha por el poder político y económico y saben, los “poderosos”, los de “la mafia en el poder” como ha dicho AMLO, los que estén en turno, buscarán sostenerse en el poder con incrustados en el frente enemigo, pero sin matrimonios públicos y menos con “luna de miel”.

La democracia en México aún no ha hecho el milagro de poner a cada quien en su lugar; de ubicar sin luchas a los elementos que todos, al unísono, luchen de verdad por el progreso de México. En nuestro país somos, cada ciudadano, como islas rodeadas de sus particulares “mares”, pero a veces prestándose las aguas entre sí mientras no se ensucien entre ambos…

En México las sociedades son de mentirijillas. Generalmente los accionistas son presta nombres o familiares que se sienten abrazados de la fortuna cuando el dueño real les regala una participación mínima. La unilateralidad es maestra, priva el YO y se soslaya el NOSOTROS. Los liberales siempre fueron en contra de la Iglesia católica porque ésta educaba desde sus altares educando a la población para esperar las gracias de Dios, el dador de todo… en el más allá, mientras los liberales, la izquierda de entonces, buscaba la equidad en el reparto de la riqueza. Y un día, ambos sectores se pervirtieron y curiosamente sus posiciones cambiaron, pero no radicalmente y se dividió el liberalismo, pero también la Iglesia: se partió con fuerza con el protestantismo y finalmente la confusión abarcó el todo y la Revolución fue un gasto de vidas inútil que terminó confundiendo y fundiendo a Madero, el padre postizo de una revolución floresmagonista y todo terminó en desastre. Esos ecos aún nos alcanzan con sus calores y sus errores sin confesión de parte. Dentro de esa confusión está el hoy ornado Andrés Manuel López Obrador que más que cualquier otro, jamás tendrá un acercamiento sincero de amor y paz con los de enfrente que ubica, mentalmente, en la suma Iglesia-empresarios-PAN-PRI y chipotes de compañía. Y él está del otro lado, como un gigante que dicta rumbos y sueños imposibles.

No me gusta el tema. Me da tristeza y angustia. México ha llegado al punto de confirmar que tiene y ha tenido los gobiernos que merece. En mis días terminales el viaje largo con ese equipaje me aniquila de antemano. Paisaje oscuro… muy oscuro.