/ miércoles 17 de octubre de 2018

Democracia de juguetería

Vientos


A propósito de las próximas elecciones bajacalifornianas que inquietarán a pocos ciudadanos –sea dicho sin alteraciones pasionales-, los interesados empiezan sus ajustes acomodaticios visualizando objetivos según el “tamaño” autovalorativo.

Lo anterior vinculará, fuertemente, el reciente pasado electoral federal con el singular escenario político del horizonte inmediato, lo que obligará al siempre dinámico Jaime Bonilla a darse un buen baño de pueblo, pues si las cosas siguen su curso según el diseño publicitado, su tarea, a partir del 1 de diciembre a tiro de piedra, se verá infestada de ciertos o sedicentes amigos en busca de tareas que luego, aún en la austeridad prometida, puedan ser redituables en el parangón de las necesidades actuales. Esto me trae un recuerdo anecdótico: Cuando López Mateos llegó a Palacio Nacional el primer día de sus labores como presidente de la República, encontró en el elevador presidencial a un viejo amigo suyo, Arsenio, el elevadorista y sonriéndole, a su manera afable y conquistadora de su carácter, le dijo: “Ahora, Arsenio, ¿qué quieres que te dé?”. Y el bueno de Arsenio respondió: “Señor Presidente: déjeme aquí a su servicio”. No quería ser “general” de nada. Siendo elevadorista del presidente él tenía muchas llaves productivas… Así pues, candidatos por dos años, aun cuando sea de barrendero, que andando con la miel algo se pega… Y claro, aquí no hay elevadores para “la consagración política. Pero hay “otros elevadores”.

Y bien, siguiendo el tema principal, el maestro José Antonio Crespo afirma que los procesos electorales y las propias elecciones son la eficacia de “la democracia política”. (Nunca tuve oportunidad de preguntarle el por qué de su expresión de “democracia política” que repite siempre, pues que yo sepa no existe una democracia de otro signo. Debo ser muy ignorante).

Pero terminemos: es evidente que la democracia descansa en la existencia de los partidos políticos que sostienen los procesos electorales y nos llevan, por consecuencia, a las elecciones de donde se derivan los organismos gubernamentales en diversos casos utilizando militantes de otros partidos por razones de competencia profesional o hasta por estrategia política. Nada de esto es inevitable si la intención es la de un gobierno formal, equitativo, justo y sobre todo, consecuente con el clamor popular, como hoy, quizá más que nunca, una obligación. Es decir, Andrés Manuel López Obrador tiene frente a sí un panorama que debe cumplir los cánones más inseparables de la democracia de verdad. Y éste puede, también, ser su problema.


Vientos


A propósito de las próximas elecciones bajacalifornianas que inquietarán a pocos ciudadanos –sea dicho sin alteraciones pasionales-, los interesados empiezan sus ajustes acomodaticios visualizando objetivos según el “tamaño” autovalorativo.

Lo anterior vinculará, fuertemente, el reciente pasado electoral federal con el singular escenario político del horizonte inmediato, lo que obligará al siempre dinámico Jaime Bonilla a darse un buen baño de pueblo, pues si las cosas siguen su curso según el diseño publicitado, su tarea, a partir del 1 de diciembre a tiro de piedra, se verá infestada de ciertos o sedicentes amigos en busca de tareas que luego, aún en la austeridad prometida, puedan ser redituables en el parangón de las necesidades actuales. Esto me trae un recuerdo anecdótico: Cuando López Mateos llegó a Palacio Nacional el primer día de sus labores como presidente de la República, encontró en el elevador presidencial a un viejo amigo suyo, Arsenio, el elevadorista y sonriéndole, a su manera afable y conquistadora de su carácter, le dijo: “Ahora, Arsenio, ¿qué quieres que te dé?”. Y el bueno de Arsenio respondió: “Señor Presidente: déjeme aquí a su servicio”. No quería ser “general” de nada. Siendo elevadorista del presidente él tenía muchas llaves productivas… Así pues, candidatos por dos años, aun cuando sea de barrendero, que andando con la miel algo se pega… Y claro, aquí no hay elevadores para “la consagración política. Pero hay “otros elevadores”.

Y bien, siguiendo el tema principal, el maestro José Antonio Crespo afirma que los procesos electorales y las propias elecciones son la eficacia de “la democracia política”. (Nunca tuve oportunidad de preguntarle el por qué de su expresión de “democracia política” que repite siempre, pues que yo sepa no existe una democracia de otro signo. Debo ser muy ignorante).

Pero terminemos: es evidente que la democracia descansa en la existencia de los partidos políticos que sostienen los procesos electorales y nos llevan, por consecuencia, a las elecciones de donde se derivan los organismos gubernamentales en diversos casos utilizando militantes de otros partidos por razones de competencia profesional o hasta por estrategia política. Nada de esto es inevitable si la intención es la de un gobierno formal, equitativo, justo y sobre todo, consecuente con el clamor popular, como hoy, quizá más que nunca, una obligación. Es decir, Andrés Manuel López Obrador tiene frente a sí un panorama que debe cumplir los cánones más inseparables de la democracia de verdad. Y éste puede, también, ser su problema.