/ sábado 1 de febrero de 2020

El caballo

Pensares


Cuentan que había una vez un criador de caballos al que le faltaba uno de una determinada raza. Un día se dio cuenta que su vecino tenía ese caballo y lo convenció para que se lo vendiera.

Un mes después el caballo enfermó y llamó al veterinario y éste le dijo:

-Su caballo está con un virus y es necesario que tome este medicamento por tres días consecutivos. Después de los tres días veremos si ha mejorado, si no lo ha hecho no nos quedará más remedio que sacrificarlo.

En ese mismo momento un cerdo escuchaba la conversación. Al día siguiente le dieron el medicamento al caballo y se fueron. El cerdo se le acercó al caballo y le dijo:

-Ánimo amigo, levántate de ahí, si no vas a ser sacrificado.

Al segundo día le dieron nuevamente el medicamento y se fueron. El cerdo se acercó y le dijo:

-Vamos amigo, levántate si no vas a morir; vamos, yo te ayudo.

Al tercer día le dieron el medicamento y el veterinario dijo:

-Probablemente vamos a tener que sacrificarlo mañana porque puede contagiarle el virus a los demás caballos.

Cuando se fueron, el cerdo se acercó y le dijo:

-Vamos amigo, es ahora o nunca. Ánimo, fuerza, yo te ayudo; vamos, despacio, ya casi, eso, ahora corre despacio; corre, venciste campeón.

En eso llega el dueño del caballo y lo ve corriendo y dice:

-¡Milagro!, el caballo se ha curado. Hay que hacer una fiesta, vamos a matar al cerdo para celebrarlo.

Eso sucede con frecuencia en el ambiente de trabajo. Pocas veces se percibe quién es el que realmente tiene los méritos para el éxito.

Saber vivir y ser reconocidos es un arte y no todos somos artistas. Si algún día alguien nos dice que no somos unos profesionales, acordémonos que aficionados construyeron el Arca de Noé y profesionales el Titanic. ¿Cuál de los dos se hundió? ¿Y nosotros nos hemos parado a pensar qué somos: Caballo o cerdo?

Pensares


Cuentan que había una vez un criador de caballos al que le faltaba uno de una determinada raza. Un día se dio cuenta que su vecino tenía ese caballo y lo convenció para que se lo vendiera.

Un mes después el caballo enfermó y llamó al veterinario y éste le dijo:

-Su caballo está con un virus y es necesario que tome este medicamento por tres días consecutivos. Después de los tres días veremos si ha mejorado, si no lo ha hecho no nos quedará más remedio que sacrificarlo.

En ese mismo momento un cerdo escuchaba la conversación. Al día siguiente le dieron el medicamento al caballo y se fueron. El cerdo se le acercó al caballo y le dijo:

-Ánimo amigo, levántate de ahí, si no vas a ser sacrificado.

Al segundo día le dieron nuevamente el medicamento y se fueron. El cerdo se acercó y le dijo:

-Vamos amigo, levántate si no vas a morir; vamos, yo te ayudo.

Al tercer día le dieron el medicamento y el veterinario dijo:

-Probablemente vamos a tener que sacrificarlo mañana porque puede contagiarle el virus a los demás caballos.

Cuando se fueron, el cerdo se acercó y le dijo:

-Vamos amigo, es ahora o nunca. Ánimo, fuerza, yo te ayudo; vamos, despacio, ya casi, eso, ahora corre despacio; corre, venciste campeón.

En eso llega el dueño del caballo y lo ve corriendo y dice:

-¡Milagro!, el caballo se ha curado. Hay que hacer una fiesta, vamos a matar al cerdo para celebrarlo.

Eso sucede con frecuencia en el ambiente de trabajo. Pocas veces se percibe quién es el que realmente tiene los méritos para el éxito.

Saber vivir y ser reconocidos es un arte y no todos somos artistas. Si algún día alguien nos dice que no somos unos profesionales, acordémonos que aficionados construyeron el Arca de Noé y profesionales el Titanic. ¿Cuál de los dos se hundió? ¿Y nosotros nos hemos parado a pensar qué somos: Caballo o cerdo?

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