/ miércoles 19 de enero de 2022

El Doctor Gúgol y la felicidad

EL MURO

Podrás presumir a todo mundo en redes sociales tu matrimonio perfecto, tu benevolencia y todos te creerán, podrás mentirle a todos, pero jamás a ti, a Dios… ni a Google.

Vivimos atorados en un laberinto de pasiones y lo peor es que no tenemos idea porqué ni mucho menos cómo salir. Vivimos en ansiedad constante, antinatural, generada por peligros irreales y hemos encontrado en el consumo desmedido, una respuesta de solución inmediata. Nadie necesita ir a Disneylandia para ser feliz, tampoco requerimos de aventuras extremas, mucho menos de algún bien material para ser pleno, pero lo intentamos una y otra vez a pesar de fracasar siempre.

Doctor-Google

Muy en el fondo sabemos que esa felicidad es hueca, pero intentamos rellenarla con presunción, fanfarronería y más artículos vanos, luego más relleno falso entra cuando percibimos la envidia del prójimo y aunque es alimento chatarra para el alma, nos sirve porque ante los ojos del mundo somos los triunfadores de una batalla, por cierto inexistente.

Cuando el autoengaño nos rebasa, desnuda nuestra realidad, nuestras imperfecciones, destapa nuestro dolor. Ese es el momento cuando ocupamos ayuda, pero una que sea discreta, para eso no podemos confiar en humanos, ya sea en la figura de algún religioso o de algún profesional de la salud mental, no tanto porque anden de chismosos o sean inoperantes, sino por el simple hecho de que contarle nuestra verdad, a alguien fuera de nuestro círculo, es potencialmente doloroso y oneroso.

Es entonces cuando acudimos con el Doctor Google o Gúgol, quien dicho sea de paso es bien indiscreto. A Gúgol le preguntamos si esa bolita que sentimos es cáncer, porque averiguar ahí es gratis mientras un especialista cobra, pero también le consultamos dudas sobre nuestra vida íntima.

El buscador está diseñado para adelantarse a las solicitudes, generando la impresión de adivinar o ser espía, por lo tanto da prioridad a las solicitudes más comunes, de forma tal que para la frase “mi esposo…”, Google completa con las siguientes opciones: Me contagió de herpes, me engaña, no me valora, no me desea, o sea, lo que más pregunta la gente. En el caso de la esposa, los resultados son: Me fue infiel, me engaña. Las primeras dos alternativas resultantes tras teclear “mi vida…” son, es un asco, ha estado llena de terribles desgracias la mayoría de las cuales nunca sucedieron.

Probablemente nuestra situación no solo no mejorará, sino empeorará porque los ajustes requieren -entre otras tantas cosas- de constancia y valor civil para enfrentarse al entorno, virtudes difíciles de consolidar, sobre todo cuando las tentaciones de la felicidad instantánea siempre estarán ahí, al alcance de unos cuántos pesos.

vicmarcen09@gmail.com


EL MURO

Podrás presumir a todo mundo en redes sociales tu matrimonio perfecto, tu benevolencia y todos te creerán, podrás mentirle a todos, pero jamás a ti, a Dios… ni a Google.

Vivimos atorados en un laberinto de pasiones y lo peor es que no tenemos idea porqué ni mucho menos cómo salir. Vivimos en ansiedad constante, antinatural, generada por peligros irreales y hemos encontrado en el consumo desmedido, una respuesta de solución inmediata. Nadie necesita ir a Disneylandia para ser feliz, tampoco requerimos de aventuras extremas, mucho menos de algún bien material para ser pleno, pero lo intentamos una y otra vez a pesar de fracasar siempre.

Doctor-Google

Muy en el fondo sabemos que esa felicidad es hueca, pero intentamos rellenarla con presunción, fanfarronería y más artículos vanos, luego más relleno falso entra cuando percibimos la envidia del prójimo y aunque es alimento chatarra para el alma, nos sirve porque ante los ojos del mundo somos los triunfadores de una batalla, por cierto inexistente.

Cuando el autoengaño nos rebasa, desnuda nuestra realidad, nuestras imperfecciones, destapa nuestro dolor. Ese es el momento cuando ocupamos ayuda, pero una que sea discreta, para eso no podemos confiar en humanos, ya sea en la figura de algún religioso o de algún profesional de la salud mental, no tanto porque anden de chismosos o sean inoperantes, sino por el simple hecho de que contarle nuestra verdad, a alguien fuera de nuestro círculo, es potencialmente doloroso y oneroso.

Es entonces cuando acudimos con el Doctor Google o Gúgol, quien dicho sea de paso es bien indiscreto. A Gúgol le preguntamos si esa bolita que sentimos es cáncer, porque averiguar ahí es gratis mientras un especialista cobra, pero también le consultamos dudas sobre nuestra vida íntima.

El buscador está diseñado para adelantarse a las solicitudes, generando la impresión de adivinar o ser espía, por lo tanto da prioridad a las solicitudes más comunes, de forma tal que para la frase “mi esposo…”, Google completa con las siguientes opciones: Me contagió de herpes, me engaña, no me valora, no me desea, o sea, lo que más pregunta la gente. En el caso de la esposa, los resultados son: Me fue infiel, me engaña. Las primeras dos alternativas resultantes tras teclear “mi vida…” son, es un asco, ha estado llena de terribles desgracias la mayoría de las cuales nunca sucedieron.

Probablemente nuestra situación no solo no mejorará, sino empeorará porque los ajustes requieren -entre otras tantas cosas- de constancia y valor civil para enfrentarse al entorno, virtudes difíciles de consolidar, sobre todo cuando las tentaciones de la felicidad instantánea siempre estarán ahí, al alcance de unos cuántos pesos.

vicmarcen09@gmail.com