/ lunes 11 de noviembre de 2019

El dueño de la verdad

CAPITULAR


Para él los cambios, en cualquier sentido, son exclusivos de su voluntad y de nadie más. Esto sustentando en su convocatoria de masas y su retórica populachera. Por eso, no tiene empacho en construir una narrativa inconexa y contradictoria del operativo fallido en Culiacán y de su “estrategia” de seguridad. Es más, hasta puede juguetear con un imaginario golpe de Estado a partir de las opiniones críticas de un par de generales.

Frente al asesinato de algunos miembros de la comunidad Le Barón su reacción es la misma de siempre: Acudir al expediente del pasado. ¿Qué sabía su área de inteligencia del contexto de la zona? Nada, o si lo sabía volteó a otro lado. De nuevo emerge la improvisación y la estulticia. Y luego, las lágrimas de cocodrilo. La irresponsabilidad.

2. La economía no importa. AMLO tiene facultadas metafisicas inigualables, por ello el estancamiento de la economía, confirmada por diversos organismos e instituciones, para él es una información falsa. No sólo tiene “otros datos”, sino que el rumbo del país es el correcto.

De igual forma insiste en una dicotomía de párvulos: Crecimiento contra desarrollo. Los añejos textos de los dependentistas no le ilustraron en sus mocedades escolares.

El problema que evade el presidente es el punto de la redistribución del ingreso vía fiscal, el cual sólo puede darse si se modifica el paradigma dominante orientado a exprimir a los causantes cautivos y a los deciles medios, con lo cual lo único que hace es reproducir y ampliar los privilegios de la minorías privilegiadas.

AMLO tiene temor de tocar las ganancias de las élites, lo “derrocarían”, dijo recientemente, en un seminario de la UNAM, uno de sus más conspicuos seguidores. Sí se agita el “cambio”, sin tocar el corazón de las políticas neoliberales, esto es, el binomio desigualdad social-achicamiento del Estado.

Epílogo. Los desafíos de un capitalismo periférico como el mexicano, intentan ser enfrentados con recetas motivacionales y controles verticales propios del añejo presidencialismo.

El escudo mágico y verbalizado reiteradamente por AMLO son sus 30 millones de votantes. Suena bien, pero eso no ha sido un dique para detener la vorágine de las violencias. Quizá el tabasqueño olvida que en política nada es para siempre. Y la Casa Blanca sigue al acecho.

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Para él los cambios, en cualquier sentido, son exclusivos de su voluntad y de nadie más. Esto sustentando en su convocatoria de masas y su retórica populachera. Por eso, no tiene empacho en construir una narrativa inconexa y contradictoria del operativo fallido en Culiacán y de su “estrategia” de seguridad. Es más, hasta puede juguetear con un imaginario golpe de Estado a partir de las opiniones críticas de un par de generales.

Frente al asesinato de algunos miembros de la comunidad Le Barón su reacción es la misma de siempre: Acudir al expediente del pasado. ¿Qué sabía su área de inteligencia del contexto de la zona? Nada, o si lo sabía volteó a otro lado. De nuevo emerge la improvisación y la estulticia. Y luego, las lágrimas de cocodrilo. La irresponsabilidad.

2. La economía no importa. AMLO tiene facultadas metafisicas inigualables, por ello el estancamiento de la economía, confirmada por diversos organismos e instituciones, para él es una información falsa. No sólo tiene “otros datos”, sino que el rumbo del país es el correcto.

De igual forma insiste en una dicotomía de párvulos: Crecimiento contra desarrollo. Los añejos textos de los dependentistas no le ilustraron en sus mocedades escolares.

El problema que evade el presidente es el punto de la redistribución del ingreso vía fiscal, el cual sólo puede darse si se modifica el paradigma dominante orientado a exprimir a los causantes cautivos y a los deciles medios, con lo cual lo único que hace es reproducir y ampliar los privilegios de la minorías privilegiadas.

AMLO tiene temor de tocar las ganancias de las élites, lo “derrocarían”, dijo recientemente, en un seminario de la UNAM, uno de sus más conspicuos seguidores. Sí se agita el “cambio”, sin tocar el corazón de las políticas neoliberales, esto es, el binomio desigualdad social-achicamiento del Estado.

Epílogo. Los desafíos de un capitalismo periférico como el mexicano, intentan ser enfrentados con recetas motivacionales y controles verticales propios del añejo presidencialismo.

El escudo mágico y verbalizado reiteradamente por AMLO son sus 30 millones de votantes. Suena bien, pero eso no ha sido un dique para detener la vorágine de las violencias. Quizá el tabasqueño olvida que en política nada es para siempre. Y la Casa Blanca sigue al acecho.

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