/ sábado 14 de septiembre de 2019

El ermitaño y Cristo

Pensares


Cuenta una antigua leyenda acerca de un hombre que cuidada una ermita. A ella acudía la gente a orar con mucha devoción. En esta ermita había una cruz muy antigua, muchos acudían allí para pedirle a Cristo un milagro.

Un día el ermitaño quiso pedirle un favor, lo impulsaba un sentimiento generoso, se arrodilló ante la cruz y dijo:

-Señor, quiero padecer por ti, déjame ocupar tu puesto, quiero reemplazarte en la cruz. Y se quedó fijo con la mirada puesta en la cruz como esperando la respuesta.

El Señor abrió sus labios y habló, sus palabras cayeron de lo alto susurrantes y amonestadoras:

-Hijo mío, accedo a tu deseo, pero ha de ser con una condición.

-¿Cuál Señor?, preguntó con acento suplicante. ¿Es una condición difícil? Estoy dispuesto a cumplirlo con tu ayuda Señor.

-Escucha: Suceda lo que suceda y veas lo que veas, has de quedarte en silencio siempre.

El ermitaño contestó: Te lo prometo Señor.

Y se efectuó el cambio. Nadie advirtió el trueque, nadie reconoció al ermitaño y éste por largo rato cumplió el compromiso. A nadie dijo nada, pero un día llegó un rico. Después de haber orado dejó ahí olvidada su cartera. El ermitaño lo vio y calló. Tampoco dijo nada cuando un pobre que vino dos horas después se apropió de la cartera del rico; ni tampoco dijo nada cuando un muchacho se postró ante él poco después para pedirle su gracia antes de emprender un largo viaje.

Pero en ese momento volvió a entrar el rico en busca de su cartera. Al no hallarla, pensó que el muchacho se la había apropiado.

El rico se volvió al joven y le dijo iracundo:

-¡Dame la cartera que me has robado!

El joven sorprendido replicó:

-No he robado ninguna cartera.

-No mientas, devuélvemela enseguida.

-Le repito que no he cogido ninguna cartera.

El rico arremetió furioso contra él. Sonó entonces una voz fuerte: ¡Detente!

El rico miró hacia arriba y vio que la imagen le hablaba. El ermitaño -que no pudo permanecer en silencio- gritó, defendió al joven, increpó al rico por la falsa acusación. Éste quedó anonadado y salió de la ermita.

El joven salió también porque tenía prisa para emprender su viaje. Cuando la ermita quedó sola, Cristo se dirigió a él y le dijo:

-Baja de la cruz, no sirves para ocupar mi puesto, no has sabido guardar silencio.

-Señor ¿cómo iba a permitir esa injusticia?

Se cambiaron los oficios. Cristo ocupó la cruz de nuevo y el ermitaño se quedó ante la cruz.

El señor siguió hablando:

-Tú no sabías que al rico le convenía perder la cartera, pues llevaba en ella el precio de la virginidad de una pobre mujer. El pobre -por el contrario- tenía necesidad de ese dinero e hizo bien en llevárselo. En cuanto al muchacho que iba a ser golpeado, sus heridas le hubiesen impedido realizar el viaje que para él resultaría fatal. Ahora hace un momento acaba de zozobrar el barco y él ha perdido la vida. Tú no sabías nada, yo sí sé, por eso callo. Y el Señor nuevamente guardó silencio.

Muchas veces nos preguntamos por qué razón el Señor no nos contesta. ¿Por qué razón se queda callado? Muchos de nosotros quisiéramos que él nos respondiera a lo que deseamos oír, pero Dios no es así, Él nos responde aun con el silencio. Debemos aprender a escucharlo.

Pensares


Cuenta una antigua leyenda acerca de un hombre que cuidada una ermita. A ella acudía la gente a orar con mucha devoción. En esta ermita había una cruz muy antigua, muchos acudían allí para pedirle a Cristo un milagro.

Un día el ermitaño quiso pedirle un favor, lo impulsaba un sentimiento generoso, se arrodilló ante la cruz y dijo:

-Señor, quiero padecer por ti, déjame ocupar tu puesto, quiero reemplazarte en la cruz. Y se quedó fijo con la mirada puesta en la cruz como esperando la respuesta.

El Señor abrió sus labios y habló, sus palabras cayeron de lo alto susurrantes y amonestadoras:

-Hijo mío, accedo a tu deseo, pero ha de ser con una condición.

-¿Cuál Señor?, preguntó con acento suplicante. ¿Es una condición difícil? Estoy dispuesto a cumplirlo con tu ayuda Señor.

-Escucha: Suceda lo que suceda y veas lo que veas, has de quedarte en silencio siempre.

El ermitaño contestó: Te lo prometo Señor.

Y se efectuó el cambio. Nadie advirtió el trueque, nadie reconoció al ermitaño y éste por largo rato cumplió el compromiso. A nadie dijo nada, pero un día llegó un rico. Después de haber orado dejó ahí olvidada su cartera. El ermitaño lo vio y calló. Tampoco dijo nada cuando un pobre que vino dos horas después se apropió de la cartera del rico; ni tampoco dijo nada cuando un muchacho se postró ante él poco después para pedirle su gracia antes de emprender un largo viaje.

Pero en ese momento volvió a entrar el rico en busca de su cartera. Al no hallarla, pensó que el muchacho se la había apropiado.

El rico se volvió al joven y le dijo iracundo:

-¡Dame la cartera que me has robado!

El joven sorprendido replicó:

-No he robado ninguna cartera.

-No mientas, devuélvemela enseguida.

-Le repito que no he cogido ninguna cartera.

El rico arremetió furioso contra él. Sonó entonces una voz fuerte: ¡Detente!

El rico miró hacia arriba y vio que la imagen le hablaba. El ermitaño -que no pudo permanecer en silencio- gritó, defendió al joven, increpó al rico por la falsa acusación. Éste quedó anonadado y salió de la ermita.

El joven salió también porque tenía prisa para emprender su viaje. Cuando la ermita quedó sola, Cristo se dirigió a él y le dijo:

-Baja de la cruz, no sirves para ocupar mi puesto, no has sabido guardar silencio.

-Señor ¿cómo iba a permitir esa injusticia?

Se cambiaron los oficios. Cristo ocupó la cruz de nuevo y el ermitaño se quedó ante la cruz.

El señor siguió hablando:

-Tú no sabías que al rico le convenía perder la cartera, pues llevaba en ella el precio de la virginidad de una pobre mujer. El pobre -por el contrario- tenía necesidad de ese dinero e hizo bien en llevárselo. En cuanto al muchacho que iba a ser golpeado, sus heridas le hubiesen impedido realizar el viaje que para él resultaría fatal. Ahora hace un momento acaba de zozobrar el barco y él ha perdido la vida. Tú no sabías nada, yo sí sé, por eso callo. Y el Señor nuevamente guardó silencio.

Muchas veces nos preguntamos por qué razón el Señor no nos contesta. ¿Por qué razón se queda callado? Muchos de nosotros quisiéramos que él nos respondiera a lo que deseamos oír, pero Dios no es así, Él nos responde aun con el silencio. Debemos aprender a escucharlo.

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