/ miércoles 26 de agosto de 2020

El hogar es la mejor escuela

EL MURO

Ninguno de los asesinatos recientes en Mexicali en los que estuvieron involucrados jovencitos, incluyendo menores de edad, pudo ser evitado por la educación formal adquirida en un aula.

A la escuela se le carga la mano cada vez más con responsabilidades que no le competen, como si fuera un ente que hace milagros. Conviene empezar a aceptar que con o sin pandemia la mejor escuela, la primordial, siempre está en el hogar. No tiene nada qué ver con laptops, internet de alta velocidad, parejas homo, heterosexuales, madres solteras, abuelos como tutores, sino con atención, convivencia, disciplina, cariño.

Por miles de años, los pequeños acompañaban a sus padres y en la medida de lo posible eran involucrados con el fin de que aprendieran a hacer algo haciéndolo, no simulándolo en un pizarrón. Los animales también tienen un sistema similar de enseñanza práctica encabezada por mamá (“Identifying teaching in wild animals”).

Hace 3 mil años los sumerios tenían clases como las conocemos en la actualidad: Niños acudiendo a un sitio especializado junto a otros menores (“hijos de escuela” se les conocía), siendo atendidos por un docente (el “hermano mayor”). Tenían un férreo sistema de disciplina con alguien blandiendo un látigo para aplicarlo a quien se pasara de listo o no pusiera atención (“La letra con sangre entra”).

“Cuando la escuela terminó, me fui a casa (…) y encontré a mi padre sentado allí. Le hablé a mi padre de mi trabajo escrito, luego le recité mi tablilla y mi padre estaba encantado (…) Cuando me desperté temprano en la mañana, me enfrenté a mi madre y le dije: 'Dame mi almuerzo, quiero ir a la escuela'” (“History Begins at Sumer. ThirtyNine Firsts in Recorded History”).

En la actualidad, en el mejor de los casos, tenemos a padres acongojados por cumplir con estándares de vida que nadie les ha pedido, pagando mucho dinero porque les “eduquen” a sus hijos y esto quiere decir que personas ajenas a la familia se encarguen de enderezar el desbarajuste que han “formado” en casa. En el peor de los escenarios, las escuelas públicas o privadas son guarderías que entretienen a las “bendiciones” y entre más tiempo pasen en el recinto escolar, mucho mejor.

Con esa inercia formativa y con mucha suerte, un alumno promedio alcanza a llegar hasta la educación superior, a la espera de que sea ahí donde por fin aprenderá a hacer algo que le permita ser alguien en la vida, pero lo que no sabe es que por extrañas razones el tipo de preparación que recibirá no será tan diferente en su estructura de lo que vivió en los 15 años previos: Una persona con autoridad, dictando las cosas que son buenas, sin necesidad de demostrar porqué.

Es en el hogar donde todo comienza, donde un talento puede ser guiado, potenciado, pero lamentablemente es justo ahí donde los sueños son enterrados. La escuela no está obligada a dar amor…

vicmarcen09@gmail.com


EL MURO

Ninguno de los asesinatos recientes en Mexicali en los que estuvieron involucrados jovencitos, incluyendo menores de edad, pudo ser evitado por la educación formal adquirida en un aula.

A la escuela se le carga la mano cada vez más con responsabilidades que no le competen, como si fuera un ente que hace milagros. Conviene empezar a aceptar que con o sin pandemia la mejor escuela, la primordial, siempre está en el hogar. No tiene nada qué ver con laptops, internet de alta velocidad, parejas homo, heterosexuales, madres solteras, abuelos como tutores, sino con atención, convivencia, disciplina, cariño.

Por miles de años, los pequeños acompañaban a sus padres y en la medida de lo posible eran involucrados con el fin de que aprendieran a hacer algo haciéndolo, no simulándolo en un pizarrón. Los animales también tienen un sistema similar de enseñanza práctica encabezada por mamá (“Identifying teaching in wild animals”).

Hace 3 mil años los sumerios tenían clases como las conocemos en la actualidad: Niños acudiendo a un sitio especializado junto a otros menores (“hijos de escuela” se les conocía), siendo atendidos por un docente (el “hermano mayor”). Tenían un férreo sistema de disciplina con alguien blandiendo un látigo para aplicarlo a quien se pasara de listo o no pusiera atención (“La letra con sangre entra”).

“Cuando la escuela terminó, me fui a casa (…) y encontré a mi padre sentado allí. Le hablé a mi padre de mi trabajo escrito, luego le recité mi tablilla y mi padre estaba encantado (…) Cuando me desperté temprano en la mañana, me enfrenté a mi madre y le dije: 'Dame mi almuerzo, quiero ir a la escuela'” (“History Begins at Sumer. ThirtyNine Firsts in Recorded History”).

En la actualidad, en el mejor de los casos, tenemos a padres acongojados por cumplir con estándares de vida que nadie les ha pedido, pagando mucho dinero porque les “eduquen” a sus hijos y esto quiere decir que personas ajenas a la familia se encarguen de enderezar el desbarajuste que han “formado” en casa. En el peor de los escenarios, las escuelas públicas o privadas son guarderías que entretienen a las “bendiciones” y entre más tiempo pasen en el recinto escolar, mucho mejor.

Con esa inercia formativa y con mucha suerte, un alumno promedio alcanza a llegar hasta la educación superior, a la espera de que sea ahí donde por fin aprenderá a hacer algo que le permita ser alguien en la vida, pero lo que no sabe es que por extrañas razones el tipo de preparación que recibirá no será tan diferente en su estructura de lo que vivió en los 15 años previos: Una persona con autoridad, dictando las cosas que son buenas, sin necesidad de demostrar porqué.

Es en el hogar donde todo comienza, donde un talento puede ser guiado, potenciado, pero lamentablemente es justo ahí donde los sueños son enterrados. La escuela no está obligada a dar amor…

vicmarcen09@gmail.com