/ miércoles 13 de julio de 2022

EL MURO | Reprobados

Reprobados

Un estudiante obtiene una calificación final de 5.9, por lo tanto reprueba; otro, de 6.0, aprueba. El primero no obtendrá su título, el otro hasta lo presume, con tan solo una décima de diferencia. ¿Una décima de conocimiento o de ignorancia, de calidad, de mala o buena suerte?

Al menos dos son las cosas mal hechas en el sistema educativo en cualquier nivel: 1) El método de calificación basado en números no necesariamente refleja un aprendizaje, mucho menos que éste perdure en la memoria del aprendiz o sea útil. 2) Atiborrar de información al educando, pedirle su memorización, no es garantía de calidad.

FOTO SERGIO CARO

Los expertos no recomiendan reprobar a un alumno como una estrategia para fortalecer el aprendizaje (“Teaching and learning toolkit”). Se supone que quien obtuvo malos rendimientos en los exámenes finales no es apto en lo que se evaluó, sin siquiera considerar algunos hechos como el comportamiento proponedor del alumno a lo largo del curso, o si fue incapaz de manejar la presión despertada por una evaluación escrita u oral.

Por si fuera poco, repetir un curso termina por ser aburrido o hasta humillante para quien debe tomarlo, además, toda la carga emocional, académica, recae en el alumno, cuando lo razonable en cualquier otra disciplina menos en la academia, es cuestionar al responsable de enseñar. En el cosmos universitario local existen docentes orgullosos por las bajas calificaciones que colocan a sus alumnos –y personas que les aplauden-, como si eso fuera sinónimo de calidad.

Crear un sistema basado en números o en letras como el de Estados Unidos, tuvo como origen hacer menos engorrosa la labor del docente, liberándole de la presión de atender de forma personalizada a sus alumnos, es decir, de entrada nunca se pensó como un modelo buscador de la justicia, sino de una operación masiva estudiantil, más fácil (“Teaching more by grading less -or differently-“). Porque siempre habrá estudiantes hábiles para realizar exámenes, superdotados capaces de hacer todo bien, personas buenas para analizar, alumnos lentos o incluso algunos desinteresados por razones emocionales o socioeconómicas (desayunos incompletos o ausencia de). Para todos ellos y otras personalidades más, la escuela debería ajustarse.

De las diferentes estrategias analizadas para hacer eficaz la enseñanza, las óptimas de acuerdo a su impacto, el requerimiento mínimo de gasto y el tiempo en el cual se ven los resultados, son: Tutoría entre iguales, desarrollar la comprensión lectora, fomentar el uso del lenguaje oral, asesorías personalizadas, metacognición y autorregulación, retroalimentación. La mejor escuela es la que busca detonar el talento de cada alumno, no la que fomenta macheteros memorizadores. A Mexicali le urgen innovaciones y esas no llegarán si seguimos con el actual sistema operativo escolar.

vicmarcen09@gmail.com

Reprobados

Un estudiante obtiene una calificación final de 5.9, por lo tanto reprueba; otro, de 6.0, aprueba. El primero no obtendrá su título, el otro hasta lo presume, con tan solo una décima de diferencia. ¿Una décima de conocimiento o de ignorancia, de calidad, de mala o buena suerte?

Al menos dos son las cosas mal hechas en el sistema educativo en cualquier nivel: 1) El método de calificación basado en números no necesariamente refleja un aprendizaje, mucho menos que éste perdure en la memoria del aprendiz o sea útil. 2) Atiborrar de información al educando, pedirle su memorización, no es garantía de calidad.

FOTO SERGIO CARO

Los expertos no recomiendan reprobar a un alumno como una estrategia para fortalecer el aprendizaje (“Teaching and learning toolkit”). Se supone que quien obtuvo malos rendimientos en los exámenes finales no es apto en lo que se evaluó, sin siquiera considerar algunos hechos como el comportamiento proponedor del alumno a lo largo del curso, o si fue incapaz de manejar la presión despertada por una evaluación escrita u oral.

Por si fuera poco, repetir un curso termina por ser aburrido o hasta humillante para quien debe tomarlo, además, toda la carga emocional, académica, recae en el alumno, cuando lo razonable en cualquier otra disciplina menos en la academia, es cuestionar al responsable de enseñar. En el cosmos universitario local existen docentes orgullosos por las bajas calificaciones que colocan a sus alumnos –y personas que les aplauden-, como si eso fuera sinónimo de calidad.

Crear un sistema basado en números o en letras como el de Estados Unidos, tuvo como origen hacer menos engorrosa la labor del docente, liberándole de la presión de atender de forma personalizada a sus alumnos, es decir, de entrada nunca se pensó como un modelo buscador de la justicia, sino de una operación masiva estudiantil, más fácil (“Teaching more by grading less -or differently-“). Porque siempre habrá estudiantes hábiles para realizar exámenes, superdotados capaces de hacer todo bien, personas buenas para analizar, alumnos lentos o incluso algunos desinteresados por razones emocionales o socioeconómicas (desayunos incompletos o ausencia de). Para todos ellos y otras personalidades más, la escuela debería ajustarse.

De las diferentes estrategias analizadas para hacer eficaz la enseñanza, las óptimas de acuerdo a su impacto, el requerimiento mínimo de gasto y el tiempo en el cual se ven los resultados, son: Tutoría entre iguales, desarrollar la comprensión lectora, fomentar el uso del lenguaje oral, asesorías personalizadas, metacognición y autorregulación, retroalimentación. La mejor escuela es la que busca detonar el talento de cada alumno, no la que fomenta macheteros memorizadores. A Mexicali le urgen innovaciones y esas no llegarán si seguimos con el actual sistema operativo escolar.

vicmarcen09@gmail.com