/ sábado 12 de mayo de 2018

El perro

PENSARES

La única tarea de aquel anciano, era todos los días levantarse y pensar, sentado allí en su silla todos los días era lo mismo, siempre era igual, calentaba agua para su café matinal y en la silla se sentaba una y otra vez.

Pensaba quizá en la tristeza, quizás en la vida, no había cosa alguna que lo motivara, todo era un suceso de hechos que de alguna otra manera sucedían, esa era su manera de ver la vida, nunca sintió el deseo de que alguien llamara a su puerta de madera vieja. Ocurrió así un día de las tantas por las que había pasado, oyó que tocaron su puerta, la abrió y era un vecino que lo saludó y le preguntó cómo estaba, él le contestó “bien”, con voz débil.

“Bueno, mire, le vengo a traer este perro abandonado, lo encontré ayer en la puerta de mi casa, yo no puedo cuidar de él, ¿puede usted hacerlo?”.

El anciano no había esperado esto, pero no dudó en tenerlo, decidió cuidar de aquel perro de pelaje oscuro, tendió su mano para saludar al vecino y enseguida cerró la puerta del rancho, miró al perro detenidamente y sintió que algo en común tenía con aquel ser abandonado, no sabía qué era, pero se vio reflejado en él, tanto, que sintió el deseo de cuidar de ese animal.

En años el anciano no había conseguido sonreír, aquella tarde sí lo hizo, todo por un perro vagabundo.

Meses pasaron desde aquella tarde, el anciano se encontraba ahora tendido en su cama, parecía que la muerte se le aproximaba, se volteó hacia su perro, su fiel amigo, se detuvo en la mirada, por unos segundos creyó sentir que aquella criatura había caído como un ángel del Cielo, lo acarició y le dijo al oído una frase que hacía tiempo no pronunciaba, “te quiero”.

El anciano recordó ciertos momentos de su triste vida, se dio cuenta de un detalle. Aquel perro que presenciaba los últimos momentos de su vida, había sido su único amigo, su única esperanza de vida, luego cesó de respirar.

PENSARES

La única tarea de aquel anciano, era todos los días levantarse y pensar, sentado allí en su silla todos los días era lo mismo, siempre era igual, calentaba agua para su café matinal y en la silla se sentaba una y otra vez.

Pensaba quizá en la tristeza, quizás en la vida, no había cosa alguna que lo motivara, todo era un suceso de hechos que de alguna otra manera sucedían, esa era su manera de ver la vida, nunca sintió el deseo de que alguien llamara a su puerta de madera vieja. Ocurrió así un día de las tantas por las que había pasado, oyó que tocaron su puerta, la abrió y era un vecino que lo saludó y le preguntó cómo estaba, él le contestó “bien”, con voz débil.

“Bueno, mire, le vengo a traer este perro abandonado, lo encontré ayer en la puerta de mi casa, yo no puedo cuidar de él, ¿puede usted hacerlo?”.

El anciano no había esperado esto, pero no dudó en tenerlo, decidió cuidar de aquel perro de pelaje oscuro, tendió su mano para saludar al vecino y enseguida cerró la puerta del rancho, miró al perro detenidamente y sintió que algo en común tenía con aquel ser abandonado, no sabía qué era, pero se vio reflejado en él, tanto, que sintió el deseo de cuidar de ese animal.

En años el anciano no había conseguido sonreír, aquella tarde sí lo hizo, todo por un perro vagabundo.

Meses pasaron desde aquella tarde, el anciano se encontraba ahora tendido en su cama, parecía que la muerte se le aproximaba, se volteó hacia su perro, su fiel amigo, se detuvo en la mirada, por unos segundos creyó sentir que aquella criatura había caído como un ángel del Cielo, lo acarició y le dijo al oído una frase que hacía tiempo no pronunciaba, “te quiero”.

El anciano recordó ciertos momentos de su triste vida, se dio cuenta de un detalle. Aquel perro que presenciaba los últimos momentos de su vida, había sido su único amigo, su única esperanza de vida, luego cesó de respirar.

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