/ martes 13 de marzo de 2018

El populismo y su realidad

VIENTOS

El populismo nació lentamente como producto de la explotación que los dueños del capital hacían de sus trabajadores. Historia larga, triste, amarga. Y en esa tesitura se fue sembrando la semilla de lo que más tarde sería las esperanzas populares como el socialismo utópico, el socialismo, el comunismo, la anarquía (curiosa imaginación) y finalmente la democracia como vínculo de unión, no de separación de clases. Bien.

El populismo en su matización de origen fue el sueño del pueblo por un gobierno de sí mismo como producto a la vez de otra idea rodante y redundante: la justicia social.

De toda una maraña de las angustias populares que todavía venimos padeciendo, el sentido populista se enraizó. Vive aún no como teoría política concreta, pero sí como bandera para cazar los votos de los ciudadanos que en las colectividades humanas representan el coraje, la rabia, la hartura por su impotencia al no encontrar respuesta a sus más ingentes necesidades ante gobiernos que muestran la opulencia en sus representantes y la pobreza eterna del tesoro público. De aquí al “sospechisismo”, ni medio paso…

Así fue como el populismo fue convertido en el perro del mal, como el socialismo, como el comunismo… y como la correcta democracia a la que no se le deja llegar desde el interés capitalista internacional. Sólo se le permite un disfraz, ese que cada país adopta bajo el llamado sistema democrático sin llegar a la correcta representatividad de las mayorías. Recientemente el triunfo de Trump, en EU, es el mejor paradigma de mi aserto. Sigue siendo la herramienta más poderosa ese monstruo de mefistofélica creatividad, “el poderoso caballero: don dinero”.

Si a tiempo en el mundo occidental hubiésemos advertido los problemas que una democracia “coja” atraería, seguro el talento del humano lo hubiese corregido. Pero no lo sintieron, no lo observaron nuestros ancestros y los resultados fue una dupla de disfraces bajo la misma tela: un gobierno del pueblo que no es tal, y una economía de libre mercado terrible que oculta su control sobre la política.

He ahí la cuestión, diría Shakespeare.

Y vaga por el camino sola, mal festinada, perseguida como un animal rabioso la humana, justa y admisible tesis sin guardias, del populismo, que llegó a ser la bandera histórica de Lincoln “… el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Hermosa frase que los propios norteamericanos terminaron por confundir.

El populismo sería una organización ideal. Y es claro que es otro utopismo. Pero no es lo que pinta el común de la gente. Ni es monstruo como el del Dr. Frankestein. Ambas quedaron en monstruos para asustar a los niños y a los inocentes. En fin…

Cronista de Mexicali / jaimepardoverdugo@yahoo.com.mx

VIENTOS

El populismo nació lentamente como producto de la explotación que los dueños del capital hacían de sus trabajadores. Historia larga, triste, amarga. Y en esa tesitura se fue sembrando la semilla de lo que más tarde sería las esperanzas populares como el socialismo utópico, el socialismo, el comunismo, la anarquía (curiosa imaginación) y finalmente la democracia como vínculo de unión, no de separación de clases. Bien.

El populismo en su matización de origen fue el sueño del pueblo por un gobierno de sí mismo como producto a la vez de otra idea rodante y redundante: la justicia social.

De toda una maraña de las angustias populares que todavía venimos padeciendo, el sentido populista se enraizó. Vive aún no como teoría política concreta, pero sí como bandera para cazar los votos de los ciudadanos que en las colectividades humanas representan el coraje, la rabia, la hartura por su impotencia al no encontrar respuesta a sus más ingentes necesidades ante gobiernos que muestran la opulencia en sus representantes y la pobreza eterna del tesoro público. De aquí al “sospechisismo”, ni medio paso…

Así fue como el populismo fue convertido en el perro del mal, como el socialismo, como el comunismo… y como la correcta democracia a la que no se le deja llegar desde el interés capitalista internacional. Sólo se le permite un disfraz, ese que cada país adopta bajo el llamado sistema democrático sin llegar a la correcta representatividad de las mayorías. Recientemente el triunfo de Trump, en EU, es el mejor paradigma de mi aserto. Sigue siendo la herramienta más poderosa ese monstruo de mefistofélica creatividad, “el poderoso caballero: don dinero”.

Si a tiempo en el mundo occidental hubiésemos advertido los problemas que una democracia “coja” atraería, seguro el talento del humano lo hubiese corregido. Pero no lo sintieron, no lo observaron nuestros ancestros y los resultados fue una dupla de disfraces bajo la misma tela: un gobierno del pueblo que no es tal, y una economía de libre mercado terrible que oculta su control sobre la política.

He ahí la cuestión, diría Shakespeare.

Y vaga por el camino sola, mal festinada, perseguida como un animal rabioso la humana, justa y admisible tesis sin guardias, del populismo, que llegó a ser la bandera histórica de Lincoln “… el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Hermosa frase que los propios norteamericanos terminaron por confundir.

El populismo sería una organización ideal. Y es claro que es otro utopismo. Pero no es lo que pinta el común de la gente. Ni es monstruo como el del Dr. Frankestein. Ambas quedaron en monstruos para asustar a los niños y a los inocentes. En fin…

Cronista de Mexicali / jaimepardoverdugo@yahoo.com.mx