/ domingo 2 de agosto de 2020

El pueblo de Nuestra Señora la Reina de Los Ángeles

La Espiga


Este asentamiento de la Alta California fue fundado el 4 de septiembre de 1781 por el coronel de la Armada española y gobernador de las Californias, Felipe de Neve.

En su residencia oficial de Monterey, Alta California, preparó los documentos legales y el reporte del establecimiento de esta nueva comunidad que se vincularía a las misiones y presidios de San Gabriel, Santa Bárbara y San José, para ampliar la presencia de la Nueva España en territorios apetecidos por cazadores y corsarios rusos, ingleses y holandeses.

El virrey y capitán general de la Nueva España, Antonio María de Bucareli y Urzúa, en los años previos a su fundación había ordenado el avance sobre la Alta California. Para tal objetivo se le solicitó al militar y explorador Fernando Rivera y Moncada que reclutara a colonos destinados al nuevo asentamiento ubicado en las márgenes del río Los Ángeles.

Estos colonos y sus familias fueron ubicados en Sonora y Sinaloa. Se debía adquirir una buena cantidad de ganado y caballos; se designaron a 25 soldados y a varios oficiales para integrarse a este grupo de pioneros que debían ser “gente de razón”: Cristianizados y con dominio del idioma español.

Los hombres reclutados debían ser agricultores, carpinteros, albañiles, herreros; los soldados debían estar casados y gozar de buena salud y fortaleza física. A estos colonos se les proporcionarían recursos y comida para ellos y sus familias, así como lotes de tierra irrigable. Se les otorgarían herramientas, ropas, ganado (vacas, bueyes, ovejas, cabras, yeguas, caballos y mulas). Estas familias de granjeros y artesanos se comprometían a permanecer por lo menos diez años en el Pueblo de la Reina de Los Ángeles.

El plan era seguir la ruta del Río Colorado trazada por el capitán Juan Bautista de Anza en 1777. La expedición integrada en Culiacán, Sinaloa y Álamos, Sonora, tuvo necesidad de incluir a elementos provenientes de Mazatlán, Durango y Guadalajara. Fueron 23 adultos y 21 niños, quienes a duras penas avanzaron hacia una nueva vida en California.

Al ser originarios en su mayoría de Sonora y Sinaloa, estos colonos representaban una conformación étnica mestiza, de clase trabajadora, con experiencia en labores pesadas y jornadas extenuantes.

Las poblaciones indígenas originarias de la cuenca del río Los Ángeles poco a poco se sumaron a estos colonos mexicanos, eran contratados como vaqueros y regadores. Los misioneros franciscanos desarrollaron un enorme papel como evangelizadores. Ellos convirtieron a la población indígena en seguidores de la fe cristiana y súbditos leales a las autoridades de la Nueva España y al “Reino de Dios”.

En el Pueblo de la Reina de Los Ángeles se formó una comunidad mestiza de habla hispana. De vivir en jacales pasaron a las casas de adobe; las cosechas de maíz, frijol, cebada, trigo, chiles, calabazas y melones se incrementaron en un corto tiempo. Como vaqueros y agricultores, las familias de angelinos conocieron buenos tiempos de abundancia y algunos de sequías y penurias, pero la comunidad perduró y fructificó para bien de todos.


La Espiga


Este asentamiento de la Alta California fue fundado el 4 de septiembre de 1781 por el coronel de la Armada española y gobernador de las Californias, Felipe de Neve.

En su residencia oficial de Monterey, Alta California, preparó los documentos legales y el reporte del establecimiento de esta nueva comunidad que se vincularía a las misiones y presidios de San Gabriel, Santa Bárbara y San José, para ampliar la presencia de la Nueva España en territorios apetecidos por cazadores y corsarios rusos, ingleses y holandeses.

El virrey y capitán general de la Nueva España, Antonio María de Bucareli y Urzúa, en los años previos a su fundación había ordenado el avance sobre la Alta California. Para tal objetivo se le solicitó al militar y explorador Fernando Rivera y Moncada que reclutara a colonos destinados al nuevo asentamiento ubicado en las márgenes del río Los Ángeles.

Estos colonos y sus familias fueron ubicados en Sonora y Sinaloa. Se debía adquirir una buena cantidad de ganado y caballos; se designaron a 25 soldados y a varios oficiales para integrarse a este grupo de pioneros que debían ser “gente de razón”: Cristianizados y con dominio del idioma español.

Los hombres reclutados debían ser agricultores, carpinteros, albañiles, herreros; los soldados debían estar casados y gozar de buena salud y fortaleza física. A estos colonos se les proporcionarían recursos y comida para ellos y sus familias, así como lotes de tierra irrigable. Se les otorgarían herramientas, ropas, ganado (vacas, bueyes, ovejas, cabras, yeguas, caballos y mulas). Estas familias de granjeros y artesanos se comprometían a permanecer por lo menos diez años en el Pueblo de la Reina de Los Ángeles.

El plan era seguir la ruta del Río Colorado trazada por el capitán Juan Bautista de Anza en 1777. La expedición integrada en Culiacán, Sinaloa y Álamos, Sonora, tuvo necesidad de incluir a elementos provenientes de Mazatlán, Durango y Guadalajara. Fueron 23 adultos y 21 niños, quienes a duras penas avanzaron hacia una nueva vida en California.

Al ser originarios en su mayoría de Sonora y Sinaloa, estos colonos representaban una conformación étnica mestiza, de clase trabajadora, con experiencia en labores pesadas y jornadas extenuantes.

Las poblaciones indígenas originarias de la cuenca del río Los Ángeles poco a poco se sumaron a estos colonos mexicanos, eran contratados como vaqueros y regadores. Los misioneros franciscanos desarrollaron un enorme papel como evangelizadores. Ellos convirtieron a la población indígena en seguidores de la fe cristiana y súbditos leales a las autoridades de la Nueva España y al “Reino de Dios”.

En el Pueblo de la Reina de Los Ángeles se formó una comunidad mestiza de habla hispana. De vivir en jacales pasaron a las casas de adobe; las cosechas de maíz, frijol, cebada, trigo, chiles, calabazas y melones se incrementaron en un corto tiempo. Como vaqueros y agricultores, las familias de angelinos conocieron buenos tiempos de abundancia y algunos de sequías y penurias, pero la comunidad perduró y fructificó para bien de todos.