/ lunes 12 de noviembre de 2018

El SEA frente a la inmoralidad

Vientos


Por ahí una vieja sentencia política: “Un país con numerosas leyes, revela una sociedad inmoral”.

Pocas obras, pero de profundo interés social y por ende político, se han escrito con el único fin de informar del porqué del comportamiento de los seres humanos en singular y su comportamiento en cuanto su inserción social. Y no me refiero a lo escrito para contentar gustos literarios o con dirección plena al historicismo que tocan el desarrollo social de los pueblos de manera tangencial o necesaria, pero sin penetraciones profundas al principal actor de la vida en sociedad que se inicia, al nacer, con una individualidad única que se va transformando con los años y como el clásico aclara, con las fijaciones de su entorno.

Nuestra condición humana es de natural “negativa”: funcionamos en sentido posesivo, con egolatría, su actuación original es defensiva. Todas las modificaciones del YO se van sumando y reconformando las actitudes humanas obligadas por el entorno social en el que nos movemos –con sus objetivos individuales o colectivos- saben cómo estimular las conductas que como respuesta social masiva desean, como puede observarse en los movimientos sociales o políticos sindicales o de cualquier organización colectiva; o en las escuelas en donde se incentiva el amor a la Patria, pero más en las actitudes “educacionales” de los niveles familiares.

Y así, en los sistemas anticorrupción estatales o nacionales, apenas son teorías inscritas en los códigos de conductas que hay que cumplir, imaginando, sin fundamento valedero alguno, que las conductas éticas y morales no se fijan por decreto, por una ocurrencia de moda que la desesperación social, sin bases reales alienta, olvidando que la necesidad de tales nuevas leyes o sistemas de conducta debieran descansar en las conductas de los individuos de una sociedad y que fueron aprendidas desde niños o desde niños soslayadas, lo que en esta instancia ha provocado una pésima educación y la necesidad de nuevos sistemas y nuevas normas de castigo. Por cierto y como observación tangencial, la propia organización del SEA bajacaliforniano es una pequeña muestra de lo complicado en las confianzas ciudadanas.

Si las expectativas religiosas morales del “no matarás”, “no robarás”, “no fornicarás”, etcétera, se incumplen ante la seguridad de un perdón inventado y concedido a nombre de un Dios, por un hombre, se incumplen, las leyes humanas siempre serán un juguete intelectual. Los grandes ladrones andan felices por la calle. La pregunta es: ¿Por qué? Y eso es lo que pretende el Sistema Anticorrupción estatal. Y yo me pregunto: ¿Y quiénes son quienes lo harán posible servir?


Vientos


Por ahí una vieja sentencia política: “Un país con numerosas leyes, revela una sociedad inmoral”.

Pocas obras, pero de profundo interés social y por ende político, se han escrito con el único fin de informar del porqué del comportamiento de los seres humanos en singular y su comportamiento en cuanto su inserción social. Y no me refiero a lo escrito para contentar gustos literarios o con dirección plena al historicismo que tocan el desarrollo social de los pueblos de manera tangencial o necesaria, pero sin penetraciones profundas al principal actor de la vida en sociedad que se inicia, al nacer, con una individualidad única que se va transformando con los años y como el clásico aclara, con las fijaciones de su entorno.

Nuestra condición humana es de natural “negativa”: funcionamos en sentido posesivo, con egolatría, su actuación original es defensiva. Todas las modificaciones del YO se van sumando y reconformando las actitudes humanas obligadas por el entorno social en el que nos movemos –con sus objetivos individuales o colectivos- saben cómo estimular las conductas que como respuesta social masiva desean, como puede observarse en los movimientos sociales o políticos sindicales o de cualquier organización colectiva; o en las escuelas en donde se incentiva el amor a la Patria, pero más en las actitudes “educacionales” de los niveles familiares.

Y así, en los sistemas anticorrupción estatales o nacionales, apenas son teorías inscritas en los códigos de conductas que hay que cumplir, imaginando, sin fundamento valedero alguno, que las conductas éticas y morales no se fijan por decreto, por una ocurrencia de moda que la desesperación social, sin bases reales alienta, olvidando que la necesidad de tales nuevas leyes o sistemas de conducta debieran descansar en las conductas de los individuos de una sociedad y que fueron aprendidas desde niños o desde niños soslayadas, lo que en esta instancia ha provocado una pésima educación y la necesidad de nuevos sistemas y nuevas normas de castigo. Por cierto y como observación tangencial, la propia organización del SEA bajacaliforniano es una pequeña muestra de lo complicado en las confianzas ciudadanas.

Si las expectativas religiosas morales del “no matarás”, “no robarás”, “no fornicarás”, etcétera, se incumplen ante la seguridad de un perdón inventado y concedido a nombre de un Dios, por un hombre, se incumplen, las leyes humanas siempre serán un juguete intelectual. Los grandes ladrones andan felices por la calle. La pregunta es: ¿Por qué? Y eso es lo que pretende el Sistema Anticorrupción estatal. Y yo me pregunto: ¿Y quiénes son quienes lo harán posible servir?