/ sábado 22 de agosto de 2020

El secreto es esperar…

PENSARES

Hay un período en que los padres quedan huérfanos de sus hijos, en que los sueños crecen independientes de nosotros; crecen sin pedir permiso a la vida; crecen con una estridencia alegre y a veces con alardeada arrogancia, pero no crecen todos los días, de igual manera crecen de repente.

Esos son los hijos que conseguimos generar y amar a pesar de los golpes, de los vientos, de las noticias y observando y aprendiendo con nuestros errores y aciertos, principalmente con los errores que esperamos no repita.

Hay un período en que los padres se van quedando un poco huérfanos de los propios hijos. Ya no los buscaremos más a las puertas de las discotecas y de las fiestas, pero el tiempo del piano, el ballet, el inglés, natación y karate, salieron del asiento de atrás y pasaron al volante de sus propias vidas.

Deberíamos haber ido más junto a su cama al anochecer para oír su alma respirando conversaciones y confidencias entre las sábanas de la infancia y a las adolescentes cubrecamas de aquellas piezas llenas de calcomanías, posters y discos ensordecedores. No los llevamos suficientemente al cine, a los juegos, no les dimos suficientes hamburguesas y bebidas; no les compramos todos los helados y ropas que nos hubiera gustado comprarles. Ellos crecieron sin que agotásemos con ellos todo nuestro afecto. Al principio fueron al campo o fueron a la playa entre discusiones, congestionamiento, navidades, paseos, piscinas y amigos; si había peleas dentro del auto, la pelea por la

ventana y reclamos sin fin.

Después llegó el tiempo de viajar y viajar con los padres comenzó a ser un esfuerzo, un sufrimiento, pues era imposible dejar al grupo de amigos y primeros amoríos. Los padres quedaban exiliados de los hijos, tenían la soledad que siempre desearon, pero de repente morían de nostalgia.

Llega el momento en que solo nos resta quedar mirando desde lejos, torciendo y rezando mucho para que escojan bien en la búsqueda de la felicidad y que la conquisten del modo más completo posible. El secreto es esperar, en cualquier momento nos pueden dar nietos; el nieto es la hora del cariño ocioso y picardía no ejercida en los propios hijos y que no puede morir con nosotros. Por eso los abuelos son tan desmesurados y distribuyen tan incontrolable cariño.

Los nietos son la última oportunidad de meditar nuestro afecto. Así somos, solo aprendemos a ser hijos después que somos padres, solo aprendemos a ser padres después que somos abuelos.

PENSARES

Hay un período en que los padres quedan huérfanos de sus hijos, en que los sueños crecen independientes de nosotros; crecen sin pedir permiso a la vida; crecen con una estridencia alegre y a veces con alardeada arrogancia, pero no crecen todos los días, de igual manera crecen de repente.

Esos son los hijos que conseguimos generar y amar a pesar de los golpes, de los vientos, de las noticias y observando y aprendiendo con nuestros errores y aciertos, principalmente con los errores que esperamos no repita.

Hay un período en que los padres se van quedando un poco huérfanos de los propios hijos. Ya no los buscaremos más a las puertas de las discotecas y de las fiestas, pero el tiempo del piano, el ballet, el inglés, natación y karate, salieron del asiento de atrás y pasaron al volante de sus propias vidas.

Deberíamos haber ido más junto a su cama al anochecer para oír su alma respirando conversaciones y confidencias entre las sábanas de la infancia y a las adolescentes cubrecamas de aquellas piezas llenas de calcomanías, posters y discos ensordecedores. No los llevamos suficientemente al cine, a los juegos, no les dimos suficientes hamburguesas y bebidas; no les compramos todos los helados y ropas que nos hubiera gustado comprarles. Ellos crecieron sin que agotásemos con ellos todo nuestro afecto. Al principio fueron al campo o fueron a la playa entre discusiones, congestionamiento, navidades, paseos, piscinas y amigos; si había peleas dentro del auto, la pelea por la

ventana y reclamos sin fin.

Después llegó el tiempo de viajar y viajar con los padres comenzó a ser un esfuerzo, un sufrimiento, pues era imposible dejar al grupo de amigos y primeros amoríos. Los padres quedaban exiliados de los hijos, tenían la soledad que siempre desearon, pero de repente morían de nostalgia.

Llega el momento en que solo nos resta quedar mirando desde lejos, torciendo y rezando mucho para que escojan bien en la búsqueda de la felicidad y que la conquisten del modo más completo posible. El secreto es esperar, en cualquier momento nos pueden dar nietos; el nieto es la hora del cariño ocioso y picardía no ejercida en los propios hijos y que no puede morir con nosotros. Por eso los abuelos son tan desmesurados y distribuyen tan incontrolable cariño.

Los nietos son la última oportunidad de meditar nuestro afecto. Así somos, solo aprendemos a ser hijos después que somos padres, solo aprendemos a ser padres después que somos abuelos.

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