/ miércoles 10 de octubre de 2018

El tío Lolo

El Muro


Internada en un hospital, una señora afirmaba –muy convencida- a su médico que en realidad estaba en la recámara de su casa. Cuando le preguntaron cómo justificaba la presencia de elevadores, respondió: “Doctor, ¿sabe cuánto me costó instalarlos?”.

Otra dama aseguraba ser atendida en un edificio de apartamentos idéntico al suyo, mismos muebles, mismo piso, incluso la misma dirección, la explicación que dio es que como el gobierno no tenía dinero para pagar, entonces tuvo que entregarles bienes inmuebles a los médicos.

Lo dicho por las damas (y por muchas otras personas, cuyos casos están documentados en “Reduplicative Paramnesia: Not Only One” o en el libro de Michael Gazzaniga “¿Quién manda aquí?”) es verdad, no se trata de ajustes conchudos para que la realidad cuadre con una necedad, como ocurre ahora con las discusiones alrededor del próximo Gobierno federal.

La Paramnesia Reduplicativa está relacionada con una lesión en la parte frontal del cerebro, generada por un tumor o en casos avanzados de Alzheimer, que provoca la curiosa proyección mental de encontrarse en un lugar idéntico a uno muy familiar. El sesgo de confirmación es otro asunto que nada tiene qué ver con una lesión cerebral, sino con el aferramiento a una creencia, la mayoría de las veces insostenible ante la clara evidencia.

Algunas personas diagnosticadas con esquizofrenia sobrellevan el engaño de Capgrás, el síndrome favorito de los escritores porque quien lo sufre asegura que una persona de su confianza ha sido suplantada por otro ser idéntico. En Wikipedia puede conocer una relación de las historias de ficción creadas.

El efecto de encuadre no es un problema mental, sino una tendencia acomodaticia en la que tomamos aquello que nos conviene para que concuerde con nuestra creencia: Si durante seis años criticamos las frivolidades del Presidente, ahora encontraremos elementos para justificar que una boda a la que asistió la realeza mexicana, no es un evento fifí –de presumidos esnobs- porque no involucraba a personas en funciones gubernamentales.

Quien padece el síndrome Frégoli asegura que diferentes personas son en realidad una misma que cambia de apariencia o está disfrazada, mientras en la correlación ilusoria tendemos a creer que un acto o una persona, son las responsables del crecimiento de toda una comunidad (a propósito, Brasil, el parteaguas de las presuntas bonanzas de los gobiernos de izquierda, está a punto de virar hacia la extrema derecha; cosas veredes Sancho).

En el engaño de Cotard, la persona cree firmemente estar muerta o en el menos peor de los casos siente que ha perdido parte de sus órganos vitales; en la falacia del costo irrecuperable -la madre de todos los vicios mentales- uno es capaz de sostenerse en su creencia porque ya ha invertido suficiente tiempo, dinero, esfuerzo como para echarse para atrás.

Podemos tener la certeza porque la ciencia lo avala, que aquellos que sufren una lesión cerebral no le hacen al tío Lolo, pero los otros sí…


El Muro


Internada en un hospital, una señora afirmaba –muy convencida- a su médico que en realidad estaba en la recámara de su casa. Cuando le preguntaron cómo justificaba la presencia de elevadores, respondió: “Doctor, ¿sabe cuánto me costó instalarlos?”.

Otra dama aseguraba ser atendida en un edificio de apartamentos idéntico al suyo, mismos muebles, mismo piso, incluso la misma dirección, la explicación que dio es que como el gobierno no tenía dinero para pagar, entonces tuvo que entregarles bienes inmuebles a los médicos.

Lo dicho por las damas (y por muchas otras personas, cuyos casos están documentados en “Reduplicative Paramnesia: Not Only One” o en el libro de Michael Gazzaniga “¿Quién manda aquí?”) es verdad, no se trata de ajustes conchudos para que la realidad cuadre con una necedad, como ocurre ahora con las discusiones alrededor del próximo Gobierno federal.

La Paramnesia Reduplicativa está relacionada con una lesión en la parte frontal del cerebro, generada por un tumor o en casos avanzados de Alzheimer, que provoca la curiosa proyección mental de encontrarse en un lugar idéntico a uno muy familiar. El sesgo de confirmación es otro asunto que nada tiene qué ver con una lesión cerebral, sino con el aferramiento a una creencia, la mayoría de las veces insostenible ante la clara evidencia.

Algunas personas diagnosticadas con esquizofrenia sobrellevan el engaño de Capgrás, el síndrome favorito de los escritores porque quien lo sufre asegura que una persona de su confianza ha sido suplantada por otro ser idéntico. En Wikipedia puede conocer una relación de las historias de ficción creadas.

El efecto de encuadre no es un problema mental, sino una tendencia acomodaticia en la que tomamos aquello que nos conviene para que concuerde con nuestra creencia: Si durante seis años criticamos las frivolidades del Presidente, ahora encontraremos elementos para justificar que una boda a la que asistió la realeza mexicana, no es un evento fifí –de presumidos esnobs- porque no involucraba a personas en funciones gubernamentales.

Quien padece el síndrome Frégoli asegura que diferentes personas son en realidad una misma que cambia de apariencia o está disfrazada, mientras en la correlación ilusoria tendemos a creer que un acto o una persona, son las responsables del crecimiento de toda una comunidad (a propósito, Brasil, el parteaguas de las presuntas bonanzas de los gobiernos de izquierda, está a punto de virar hacia la extrema derecha; cosas veredes Sancho).

En el engaño de Cotard, la persona cree firmemente estar muerta o en el menos peor de los casos siente que ha perdido parte de sus órganos vitales; en la falacia del costo irrecuperable -la madre de todos los vicios mentales- uno es capaz de sostenerse en su creencia porque ya ha invertido suficiente tiempo, dinero, esfuerzo como para echarse para atrás.

Podemos tener la certeza porque la ciencia lo avala, que aquellos que sufren una lesión cerebral no le hacen al tío Lolo, pero los otros sí…