/ viernes 21 de junio de 2019

El valor de la libertad

Pensares


¿Qué has hecho con tu plumaje maravilloso?, le preguntó el rey un poco confundido a su ave de plumaje dorado: “He sacrificado mis finas plumas para salir de esa jaula y lograr mi libertad”, contestó el ave.

Pero ¿no eres feliz en esa jaula de oro?, ¿no te satisfacen las comodidades que te he dado?, le preguntó angustiado el rey. El ave respondió: Así como a usted le hace feliz la avaricia, el dinero, las joyas, a mí me hace feliz obtener mi libertad mi rey.

El rey trastabilló al observar el ave desplumada y prosiguió:

-Cuánto dolor habrás sufrido al sacarte las plumas más hermosas de su cuerpecito solo por el simple capricho de lograr tu libertad y vivir en ese mundo salvaje.

El ave de plumaje dorado le respondió:

-Más dolor he sufrido durante todo este tiempo que me has tenido encerrado en esa espantosa jaula y no haber podido volar en el cielo celeste mis últimas agonías.

-Pero ¿de qué agonías hablas?, respondió el rey. Tú no te va a morir…

El ave a punto de fenecer le dijo:

-Mi cuerpecito no ha resistido tanto dolor, tanto sacrificio, me siento fustigado, me falta oxígeno, me siento fenecer. A pesar de todo, salir de la jaula ha valido la pena.

El rey, quien no se negaba a perderlo, replicó:

-Pero te he dado comodidades, buenas comidas, todo lo que has deseado.

En sus últimos suspiros respondió el ave:

-Para mí no tiene ningún valor tu riqueza. Tal vez he degustado los mejores manjares en tu palacio, pero más vida encerrado no le da sentido a mi existencia. Yo soy un ave libre por naturaleza, tengo que regresar al lugar al que pertenezco, donde los míos vuelan al libre albedrío por el cielo infinito, donde tienen la oportunidad de elegir libremente y poder volar en todo momento.

El rey al escucharlo y al ver el sacrificio por la lucha de sus ideales, se postró sollozando al pie de la jaula y observaba atentamente cuando sacaba fuerzas de su flaqueza para asomarse a la ventana y poder ver por última vez a la naturaleza en todo su esplendor.

El ave -desde el filo de la ventana- dejaba caer de sus rebosantes ojos aquellas lágrimas soñadoras por fin libres, sin ataduras de la servidumbre ni de su rey. Allí acabó dando sus últimos suspiros en aquella ventana contemplando aquel estupendo paisaje de sus sueños, de sus ideales. Por fin llegó a ser libre.

Pensares


¿Qué has hecho con tu plumaje maravilloso?, le preguntó el rey un poco confundido a su ave de plumaje dorado: “He sacrificado mis finas plumas para salir de esa jaula y lograr mi libertad”, contestó el ave.

Pero ¿no eres feliz en esa jaula de oro?, ¿no te satisfacen las comodidades que te he dado?, le preguntó angustiado el rey. El ave respondió: Así como a usted le hace feliz la avaricia, el dinero, las joyas, a mí me hace feliz obtener mi libertad mi rey.

El rey trastabilló al observar el ave desplumada y prosiguió:

-Cuánto dolor habrás sufrido al sacarte las plumas más hermosas de su cuerpecito solo por el simple capricho de lograr tu libertad y vivir en ese mundo salvaje.

El ave de plumaje dorado le respondió:

-Más dolor he sufrido durante todo este tiempo que me has tenido encerrado en esa espantosa jaula y no haber podido volar en el cielo celeste mis últimas agonías.

-Pero ¿de qué agonías hablas?, respondió el rey. Tú no te va a morir…

El ave a punto de fenecer le dijo:

-Mi cuerpecito no ha resistido tanto dolor, tanto sacrificio, me siento fustigado, me falta oxígeno, me siento fenecer. A pesar de todo, salir de la jaula ha valido la pena.

El rey, quien no se negaba a perderlo, replicó:

-Pero te he dado comodidades, buenas comidas, todo lo que has deseado.

En sus últimos suspiros respondió el ave:

-Para mí no tiene ningún valor tu riqueza. Tal vez he degustado los mejores manjares en tu palacio, pero más vida encerrado no le da sentido a mi existencia. Yo soy un ave libre por naturaleza, tengo que regresar al lugar al que pertenezco, donde los míos vuelan al libre albedrío por el cielo infinito, donde tienen la oportunidad de elegir libremente y poder volar en todo momento.

El rey al escucharlo y al ver el sacrificio por la lucha de sus ideales, se postró sollozando al pie de la jaula y observaba atentamente cuando sacaba fuerzas de su flaqueza para asomarse a la ventana y poder ver por última vez a la naturaleza en todo su esplendor.

El ave -desde el filo de la ventana- dejaba caer de sus rebosantes ojos aquellas lágrimas soñadoras por fin libres, sin ataduras de la servidumbre ni de su rey. Allí acabó dando sus últimos suspiros en aquella ventana contemplando aquel estupendo paisaje de sus sueños, de sus ideales. Por fin llegó a ser libre.

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