/ martes 3 de noviembre de 2020

El voto ajeno 

CRUZANDO LÍNEAS

Arizona.- A Rebeca le salen ronchas siempre antes de una elección presidencial. No le gusta mucho la política ni le interesa el activismo; ni fu ni fa. Pero cuando se acerca la fecha se vuelve en un caos andando. No vota; quisiera, pero no puede hacerlo.

Vive en Estados Unidos en una especie de limbo migratorio: Es una “soñadora” amparada con la acción diferida del presidente Obama (DACA), pero ninguna seguridad que la salve de una deportación. Tiene casi 40 años y hace unos 30 dejó México por decisión de sus padres. No ha votado nunca en su vida, ni aquí ni allá. Era muy pequeña para pensar en campañas políticas en su país natal y acá no tiene derecho a hacerlo. Así que todos votan por ella, aunque no lo sepan. Está acostumbrada a que decidan por ella; al final todos los políticos son iguales, pensaba… pero llegó Trump.

Ahora, además de las erupciones en la piel, tiene unas ojeras muy marcadas. Duerme poco. Trabaja horas extras y tiene dos empleos. Ahorra todo. Se fue a los extremos. Nada de decoraciones de Halloween nuevas que tanto le gustaban; no hay lujos ni desperdicios en su casa; se prepara para lo peor, como si el huracán Trump fuera a tocar tierra justo ahí, en su hogar y quisiera destruirlo todo. Teme que si hay una reelección podría significar su boleto de regreso a México, sin vuelta atrás. Quiere estar lista, por ella y por los suyos.

A ella tampoco la convence Biden. No me tiene que convencer, si al fin y al cabo yo ni voto, piensa. Pero lo ve como el menor de los males. Trump ha intentado acabar con DACA una y otra vez. Si lo logra, Rebeca se quedaría sin permiso de trabajo ni licencia de conducir y sus datos estarían en el sistema que fácilmente se podría compartir con las autoridades de inmigración. Lo perdería casi todo… menos ese miedo que se transforma en dolores y noches de insomnio.

Pero ese mismo miedo la sacudió, hizo que se soltaran esos brazos que siempre tenía cruzados y alzó la voz. Logró que una mujer como ella, pero con pasaporte y derechos estadounidenses, votara. Si no lo haces, me podrían deportar, le explicó. Y en ese momento logró su sueño: Votar, aunque fuera a través de otra persona, alguien con un privilegio diferente y a quien le había ganado una indiferencia impuesta por la comodidad de la vida bien hecha.

Como Rebeca hay millones de indocumentados en Estados Unidos votando a través de otros. No sostienen la pluma, no eligen por quién, no van al correo ni a las urnas, pero logran lo que el gobierno no ha podido -o querido hacer- lograr que alguien lo haga. Están rescatando esos sufragios que antes se tiraban a la basura y le daban más poder al poder. Y esto ya nadie lo para. ¿Serán suficientes? Falta muy poco para la elección.

maritzalizethfelix@gmail.com

CRUZANDO LÍNEAS

Arizona.- A Rebeca le salen ronchas siempre antes de una elección presidencial. No le gusta mucho la política ni le interesa el activismo; ni fu ni fa. Pero cuando se acerca la fecha se vuelve en un caos andando. No vota; quisiera, pero no puede hacerlo.

Vive en Estados Unidos en una especie de limbo migratorio: Es una “soñadora” amparada con la acción diferida del presidente Obama (DACA), pero ninguna seguridad que la salve de una deportación. Tiene casi 40 años y hace unos 30 dejó México por decisión de sus padres. No ha votado nunca en su vida, ni aquí ni allá. Era muy pequeña para pensar en campañas políticas en su país natal y acá no tiene derecho a hacerlo. Así que todos votan por ella, aunque no lo sepan. Está acostumbrada a que decidan por ella; al final todos los políticos son iguales, pensaba… pero llegó Trump.

Ahora, además de las erupciones en la piel, tiene unas ojeras muy marcadas. Duerme poco. Trabaja horas extras y tiene dos empleos. Ahorra todo. Se fue a los extremos. Nada de decoraciones de Halloween nuevas que tanto le gustaban; no hay lujos ni desperdicios en su casa; se prepara para lo peor, como si el huracán Trump fuera a tocar tierra justo ahí, en su hogar y quisiera destruirlo todo. Teme que si hay una reelección podría significar su boleto de regreso a México, sin vuelta atrás. Quiere estar lista, por ella y por los suyos.

A ella tampoco la convence Biden. No me tiene que convencer, si al fin y al cabo yo ni voto, piensa. Pero lo ve como el menor de los males. Trump ha intentado acabar con DACA una y otra vez. Si lo logra, Rebeca se quedaría sin permiso de trabajo ni licencia de conducir y sus datos estarían en el sistema que fácilmente se podría compartir con las autoridades de inmigración. Lo perdería casi todo… menos ese miedo que se transforma en dolores y noches de insomnio.

Pero ese mismo miedo la sacudió, hizo que se soltaran esos brazos que siempre tenía cruzados y alzó la voz. Logró que una mujer como ella, pero con pasaporte y derechos estadounidenses, votara. Si no lo haces, me podrían deportar, le explicó. Y en ese momento logró su sueño: Votar, aunque fuera a través de otra persona, alguien con un privilegio diferente y a quien le había ganado una indiferencia impuesta por la comodidad de la vida bien hecha.

Como Rebeca hay millones de indocumentados en Estados Unidos votando a través de otros. No sostienen la pluma, no eligen por quién, no van al correo ni a las urnas, pero logran lo que el gobierno no ha podido -o querido hacer- lograr que alguien lo haga. Están rescatando esos sufragios que antes se tiraban a la basura y le daban más poder al poder. Y esto ya nadie lo para. ¿Serán suficientes? Falta muy poco para la elección.

maritzalizethfelix@gmail.com