/ viernes 23 de agosto de 2019

Érase que se era

En algún lugar...


Dedicada a Niza y a Erick


“La vida es un cuento fantástico y tú eres la protagonista; el feliz desenlace dependerá de la firmeza de tu pulso al escribir tu propia historia”. LMLM


En algún lugar apacible, en el instante más feliz de la tarde, el tiempo hizo una pausa y el anhelo más ferviente se concentró en una pregunta. Entonces, una palabra fue suficiente para acariciar el más feliz de los sueños…

Desde la oscuridad de los tiempos, hoy como siempre y desde entonces, los pequeños prodigios nos conducen al ámbito donde predominan las esperanzas; suelen pasar desapercibidos por el ajetreo global, pero se realizan todos los días, en momentos inesperados pero largamente anhelados. Son rituales dulces, breves, pero con efectos duraderos porque se recuerdan como el primer día del destino de una pareja.

La única condición para el ritual exige la adaptación evolutiva porque sólo los sobrevivientes al síndrome amoroso podrán transformar la visión egocéntrica en un horizonte compartido. La mutación inicia por contagio involuntario y se intensifica con la fuerza de la atracción en un caprichoso vaivén de señales.

El sábado en la tarde tuve la fortuna de presenciar uno de esos pequeños prodigios que confirma las bondades inauditas de la mutación en dos seres intensamente vivos: Sin percatarse del contagio, paulatinamente se agudizaron los síntomas que alguna vez estudiaron, pero que nunca imaginaron en carne propia; con la cadencia de las vigilias se instaló una certeza en todas las neuronas y el ritmo cardíaco registraba una asombrosa sincronía cuando el corazón de ella tarareaba el nombre de él y viceversa.

Superaron la etapa del encantamiento con dosis precisas y controladas de oxitocina, sus ojos adquirieron el brillo peculiar de los que se saben amados, se fortaleció el músculo de la empatía y en un momento insospechado, la palabra sacrificio perdió significado. Desde entonces, el ritual adquirió la consistencia de lo inevitable y en la silenciosa inquietud que antecede al frenesí, transcurrió un compás de espera: Él ponderaba las certezas diagnosticando imponderables; ella anhelaba en silencio hilvanando sueños inducidos. Él suturaba complicaciones imprevistas, mientras ella cuidaba los suspiros del porvenir.

La selección natural se impuso y se realizó el prodigio. El tiempo hizo una pausa para que él convirtiera el anhelo más ferviente en una pregunta. Y cuando ella dijo “sí”: El planeta entero se comprimió en la breve distancia de un abrazo y la humanidad se redujo a dos especímenes emocionalmente evolucionados y comprometidos. Fue entonces cuando las flores de lavanda desprendieron su aroma impregnando los viñedos para aliviar cualquier atisbo de angustia y todos los que ahí estábamos, evocamos los maravillosos efectos del amor y compartimos lo mejor de nosotros porque recuperamos la habilidad para imaginar finales felices, para creer y recrear los cuentos de hadas.

Con el ritual inició el porvenir y en todos los corazones se escribió un recuerdo indeleble cuando ellos acariciaron el más feliz de los sueños…

En algún lugar...


Dedicada a Niza y a Erick


“La vida es un cuento fantástico y tú eres la protagonista; el feliz desenlace dependerá de la firmeza de tu pulso al escribir tu propia historia”. LMLM


En algún lugar apacible, en el instante más feliz de la tarde, el tiempo hizo una pausa y el anhelo más ferviente se concentró en una pregunta. Entonces, una palabra fue suficiente para acariciar el más feliz de los sueños…

Desde la oscuridad de los tiempos, hoy como siempre y desde entonces, los pequeños prodigios nos conducen al ámbito donde predominan las esperanzas; suelen pasar desapercibidos por el ajetreo global, pero se realizan todos los días, en momentos inesperados pero largamente anhelados. Son rituales dulces, breves, pero con efectos duraderos porque se recuerdan como el primer día del destino de una pareja.

La única condición para el ritual exige la adaptación evolutiva porque sólo los sobrevivientes al síndrome amoroso podrán transformar la visión egocéntrica en un horizonte compartido. La mutación inicia por contagio involuntario y se intensifica con la fuerza de la atracción en un caprichoso vaivén de señales.

El sábado en la tarde tuve la fortuna de presenciar uno de esos pequeños prodigios que confirma las bondades inauditas de la mutación en dos seres intensamente vivos: Sin percatarse del contagio, paulatinamente se agudizaron los síntomas que alguna vez estudiaron, pero que nunca imaginaron en carne propia; con la cadencia de las vigilias se instaló una certeza en todas las neuronas y el ritmo cardíaco registraba una asombrosa sincronía cuando el corazón de ella tarareaba el nombre de él y viceversa.

Superaron la etapa del encantamiento con dosis precisas y controladas de oxitocina, sus ojos adquirieron el brillo peculiar de los que se saben amados, se fortaleció el músculo de la empatía y en un momento insospechado, la palabra sacrificio perdió significado. Desde entonces, el ritual adquirió la consistencia de lo inevitable y en la silenciosa inquietud que antecede al frenesí, transcurrió un compás de espera: Él ponderaba las certezas diagnosticando imponderables; ella anhelaba en silencio hilvanando sueños inducidos. Él suturaba complicaciones imprevistas, mientras ella cuidaba los suspiros del porvenir.

La selección natural se impuso y se realizó el prodigio. El tiempo hizo una pausa para que él convirtiera el anhelo más ferviente en una pregunta. Y cuando ella dijo “sí”: El planeta entero se comprimió en la breve distancia de un abrazo y la humanidad se redujo a dos especímenes emocionalmente evolucionados y comprometidos. Fue entonces cuando las flores de lavanda desprendieron su aroma impregnando los viñedos para aliviar cualquier atisbo de angustia y todos los que ahí estábamos, evocamos los maravillosos efectos del amor y compartimos lo mejor de nosotros porque recuperamos la habilidad para imaginar finales felices, para creer y recrear los cuentos de hadas.

Con el ritual inició el porvenir y en todos los corazones se escribió un recuerdo indeleble cuando ellos acariciaron el más feliz de los sueños…

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