/ sábado 3 de febrero de 2018

Estrategia$

Inflación y percepción

De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en 2017 la inflación en nuestro país fue de 6.8%, la más alta que se registra en 17 años y muy lejos de la meta fijada por el Banco de México de 3%, más/menos un punto porcentual.

En la primera quincena de este año, el Índice Nacional de Precios al Consumidor (INPC) en términos anualizados (1ª quincena de enero 2018 vs. 1ª quincena 2017) mantuvo su crecimiento, pero a una tasa menor al registrar 5.5%, cifra aún alejada de la meta del Banco Central y del 4 a 4.5% con el que esperamos los analistas independientes se cierre el año.

Si les preguntamos a las amas de casa su opinión sobre el avance de los precios, la gran mayoría dirá que “están por las nubes” y que “todo sube, menos los salarios”. Asimismo, que estos últimos no lo hacen al mismo ritmo que la inflación, por lo que su capacidad de compra se ve mermado día con día. Así desconfían de las cifras que reporta la autoridad, argumentando que no corresponden a la realidad. En este contexto, la pregunta que surge es: ¿Por qué la gente tiene una percepción muy distinta de los datos oficiales? La respuesta tiene que ver con varios factores, unos de carácter objetivo y otros subjetivos.

Entre los primeros tenemos que el indicador de la inflación representa un promedio ponderado de información que se recolecta sobre más de 230 mil precios, correspondientes a una muestra de más de 83 mil bienes y servicios específicos. Esto en 46 ciudades y áreas metropolitanas distribuidas en 7 regiones, todas con población mayor a 20 mil habitantes.

Esta labor no está exenta de errores, pero dada la magnitud de los datos recopilados, se desecha la posibilidad de una relevancia tal que afecte sustancialmente los resultados. Con la información anterior y teniendo como principal fuente de información la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH), el INEGI construyó una canasta de 283 bienes y servicios genéricos que se considera representativa del gasto que realizamos todos los mexicanos. Y esto, a su vez, sirve de base para hacer las ponderaciones respectivas que dan lugar al INPC. Como es natural, la metodología anterior si bien ofrece una perspectiva general sobre el avance de los precios, no coincide con el gasto y las variaciones de precios que enfrentan la mayoría de los hogares en específico.

Y es que en cada uno será diferente, dependiendo de cómo ejercen su gasto, quincena a quincena y mes a mes. Dada la importancia que representan la población en condiciones de pobreza (más del 50%) en muchas de las ponderaciones, no está de más señalar que todos los estratos de clase media y superiores quedan en desventaja. La localización geográfica de los hogares también es relevante, pues los resultados tendrán una variación significativa dependiendo de la región o ciudad donde se encuentren. Así, por ejemplo, en 2017 la inflación en Tijuana fue de 7.8%, mientras en Tepic fue de 5.5%.

De acuerdo con lo anterior, la mayoría de las personas tenemos justificada razón para decir que la inflación que se reporta no corresponde a la realidad, aunque en sentido estricto deberíamos agregar “nuestra” realidad. A la percepción individual de la inflación algunos analistas han optado por compararla con el fenómeno de sensación térmica. Pero en vez de referirla al “grado de incomodidad que un ser humano siente, como resultado de la combinación de la temperatura y el viento en invierno y de la temperatura, la humedad y el viento en verano”, la refieren al impacto en su bienestar dado el alza de precios de los bienes y servicios que consumen. Una percepción de inflación “térmica” permanente da lugar a que muchos pasen a lo que se llama pobreza subjetiva, es decir, “un estado de insatisfacción originado en la restricción de ingresos que una persona o familia tiene en relación con la canasta de consumo a la que se desea acceder porque la considera natural o asume como un derecho adquirido”.

Lamentablemente, en nuestro país buena parte de la clase media ha pasado a esta condición, lo que explica, en cierta medida, el hartazgo social hacia los políticos. Y esto, les guste o no, ya no tiene nada que ver con percepciones, sino realidades. erovirosa01@gmail.com

Inflación y percepción

De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en 2017 la inflación en nuestro país fue de 6.8%, la más alta que se registra en 17 años y muy lejos de la meta fijada por el Banco de México de 3%, más/menos un punto porcentual.

En la primera quincena de este año, el Índice Nacional de Precios al Consumidor (INPC) en términos anualizados (1ª quincena de enero 2018 vs. 1ª quincena 2017) mantuvo su crecimiento, pero a una tasa menor al registrar 5.5%, cifra aún alejada de la meta del Banco Central y del 4 a 4.5% con el que esperamos los analistas independientes se cierre el año.

Si les preguntamos a las amas de casa su opinión sobre el avance de los precios, la gran mayoría dirá que “están por las nubes” y que “todo sube, menos los salarios”. Asimismo, que estos últimos no lo hacen al mismo ritmo que la inflación, por lo que su capacidad de compra se ve mermado día con día. Así desconfían de las cifras que reporta la autoridad, argumentando que no corresponden a la realidad. En este contexto, la pregunta que surge es: ¿Por qué la gente tiene una percepción muy distinta de los datos oficiales? La respuesta tiene que ver con varios factores, unos de carácter objetivo y otros subjetivos.

Entre los primeros tenemos que el indicador de la inflación representa un promedio ponderado de información que se recolecta sobre más de 230 mil precios, correspondientes a una muestra de más de 83 mil bienes y servicios específicos. Esto en 46 ciudades y áreas metropolitanas distribuidas en 7 regiones, todas con población mayor a 20 mil habitantes.

Esta labor no está exenta de errores, pero dada la magnitud de los datos recopilados, se desecha la posibilidad de una relevancia tal que afecte sustancialmente los resultados. Con la información anterior y teniendo como principal fuente de información la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH), el INEGI construyó una canasta de 283 bienes y servicios genéricos que se considera representativa del gasto que realizamos todos los mexicanos. Y esto, a su vez, sirve de base para hacer las ponderaciones respectivas que dan lugar al INPC. Como es natural, la metodología anterior si bien ofrece una perspectiva general sobre el avance de los precios, no coincide con el gasto y las variaciones de precios que enfrentan la mayoría de los hogares en específico.

Y es que en cada uno será diferente, dependiendo de cómo ejercen su gasto, quincena a quincena y mes a mes. Dada la importancia que representan la población en condiciones de pobreza (más del 50%) en muchas de las ponderaciones, no está de más señalar que todos los estratos de clase media y superiores quedan en desventaja. La localización geográfica de los hogares también es relevante, pues los resultados tendrán una variación significativa dependiendo de la región o ciudad donde se encuentren. Así, por ejemplo, en 2017 la inflación en Tijuana fue de 7.8%, mientras en Tepic fue de 5.5%.

De acuerdo con lo anterior, la mayoría de las personas tenemos justificada razón para decir que la inflación que se reporta no corresponde a la realidad, aunque en sentido estricto deberíamos agregar “nuestra” realidad. A la percepción individual de la inflación algunos analistas han optado por compararla con el fenómeno de sensación térmica. Pero en vez de referirla al “grado de incomodidad que un ser humano siente, como resultado de la combinación de la temperatura y el viento en invierno y de la temperatura, la humedad y el viento en verano”, la refieren al impacto en su bienestar dado el alza de precios de los bienes y servicios que consumen. Una percepción de inflación “térmica” permanente da lugar a que muchos pasen a lo que se llama pobreza subjetiva, es decir, “un estado de insatisfacción originado en la restricción de ingresos que una persona o familia tiene en relación con la canasta de consumo a la que se desea acceder porque la considera natural o asume como un derecho adquirido”.

Lamentablemente, en nuestro país buena parte de la clase media ha pasado a esta condición, lo que explica, en cierta medida, el hartazgo social hacia los políticos. Y esto, les guste o no, ya no tiene nada que ver con percepciones, sino realidades. erovirosa01@gmail.com