/ martes 23 de enero de 2018

Estrategias

Si somos una democracia, ¿por qué temer a un populista?

Todos los partidos políticos reconocen que en México impera un sistema democrático, algunas veces calificándolo de incipiente y, otras, simplemente describiendo sus fallas que pueden y deben corregirse, pero al fin un sistema en el cual cualquiera puede llegar a gobernar. Si esto es cierto, entonces ¿por qué algunos utilizan subterfugios para decir que nuestro país peligra en caso de que se elija a un populista?

El populismo es un vocablo ambiguo, pero ampliamente utilizado. Deriva de la palabra pueblo y se refiere a estrategias que utilizan los actores políticos para atraer el apoyo de las clases populares. En lo político, el calificativo de “populista” por lo general se utiliza de manera peyorativa sin que ello implique una identificación ideológica, pues lo mismo se aplica a quienes comulgan con corrientes de pensamiento de izquierda que derecha. Así, tenemos que el término se dedica tanto al presidente de EUA, Donald Trump, como al de Venezuela, Nicolás Maduro y, en su momento, al finado líder Hugo Chávez, entre muchos otros. En Ottawa, Canadá, durante el cierre de la Cumbre de Líderes de América del Norte en junio de 2016, el presidente Enrique Peña Nieto advirtió sobre los riesgos de actores políticos que asumen posiciones “populistas y demagógicas”. Durante el mismo evento, el mandatario estadounidense Barack Obama sorprendió al advertir que se debe ser cuidadoso al utilizar esa etiqueta, pues conforme a su forma de interpretar ese concepto solo debe aplicarse a quien lucha por la justicia social y él mismo podría ser un populista. Y añadió que el término no era aplicable a alguien que no ha luchado por la justicia social, que no se ha preocupado por los trabajadores, ni a quien dice algo controversial solo para ganar votos o que establece un discurso de “ellos contra nosotros”. Ese tipo de personajes, agregó, están más cerca del cinismo. De esta forma, para nuestro mandatario el populismo representa un peligro que puede “destruir lo construido” y para el ex líder norteamericano “una lucha por la justicia social”. El populismo surge cuando la sociedad percibe una crisis de representación política. Una en la que se divisa que las elites políticas y económicas están confabuladas contra el interés de las mayorías. En un escenario de esta naturaleza puede haber condiciones suficientes para que surja un liderazgo alternativo, ajeno al estatus quo y contra la clase política predominante. Por definición, la democracia es un sistema político hecho para defender la soberanía del pueblo y el derecho de éste a elegir y controlar a sus gobernantes. Por ende, si llega al poder un populista, puede inferirse que la democracia en el lugar que se trate, de alguna manera falló. Así, cuando los partidos y actores políticos predominantes hacen señalamientos en contra de aquellos que consideran populistas, en realidad se autocensuran, pues está claro que no habría cabida para los populistas si hubieran estado vigilantes y dispuestos hacer lo necesario para que el sistema funcionara tal y como debiera. La falta de democracia tarde que temprano da lugar a un gobierno oligárquico, en donde el poder se transfiere a manos de las clases privilegiadas. Con ello crecen las desigualdades sociales, el resentimiento político y los sentimientos de marginación. Si no existen los mecanismos políticos que permitan canalizar las inconformidades, el estallido social es inevitable. Guste o no, el populismo es una salida política ante la posibilidad de violencia. Las promesas de cambio encaminadas a enfrentar la desigualdad, aplicar la justicia sin distinción de clases, atender las demandas insatisfechas, combatir la corrupción y la impunidad, etc., refuerzan la esperanza de quienes se sienten agraviados. Y ya sea que triunfe o no, actúa como aliciente para transformar las estructuras y replantear los contratos políticos. Aquellos que reprochan al populismo debieran meditar sobre las razones detrás de su avance. Recordar el principio de que toda acción conlleva una reacción. Y aceptar que el pobre desempeño aunado a la falta de convicción de la clase política predominante, son la fuerza que da luz a lo que más critican. Creer en la democracia implica aceptar el populismo y a los populistas, con todas sus virtudes y riesgos. Es la confianza que depositamos en ella cada vez que ejercemos nuestro derecho al voto. erovirosa01@gmail.com

Si somos una democracia, ¿por qué temer a un populista?

Todos los partidos políticos reconocen que en México impera un sistema democrático, algunas veces calificándolo de incipiente y, otras, simplemente describiendo sus fallas que pueden y deben corregirse, pero al fin un sistema en el cual cualquiera puede llegar a gobernar. Si esto es cierto, entonces ¿por qué algunos utilizan subterfugios para decir que nuestro país peligra en caso de que se elija a un populista?

El populismo es un vocablo ambiguo, pero ampliamente utilizado. Deriva de la palabra pueblo y se refiere a estrategias que utilizan los actores políticos para atraer el apoyo de las clases populares. En lo político, el calificativo de “populista” por lo general se utiliza de manera peyorativa sin que ello implique una identificación ideológica, pues lo mismo se aplica a quienes comulgan con corrientes de pensamiento de izquierda que derecha. Así, tenemos que el término se dedica tanto al presidente de EUA, Donald Trump, como al de Venezuela, Nicolás Maduro y, en su momento, al finado líder Hugo Chávez, entre muchos otros. En Ottawa, Canadá, durante el cierre de la Cumbre de Líderes de América del Norte en junio de 2016, el presidente Enrique Peña Nieto advirtió sobre los riesgos de actores políticos que asumen posiciones “populistas y demagógicas”. Durante el mismo evento, el mandatario estadounidense Barack Obama sorprendió al advertir que se debe ser cuidadoso al utilizar esa etiqueta, pues conforme a su forma de interpretar ese concepto solo debe aplicarse a quien lucha por la justicia social y él mismo podría ser un populista. Y añadió que el término no era aplicable a alguien que no ha luchado por la justicia social, que no se ha preocupado por los trabajadores, ni a quien dice algo controversial solo para ganar votos o que establece un discurso de “ellos contra nosotros”. Ese tipo de personajes, agregó, están más cerca del cinismo. De esta forma, para nuestro mandatario el populismo representa un peligro que puede “destruir lo construido” y para el ex líder norteamericano “una lucha por la justicia social”. El populismo surge cuando la sociedad percibe una crisis de representación política. Una en la que se divisa que las elites políticas y económicas están confabuladas contra el interés de las mayorías. En un escenario de esta naturaleza puede haber condiciones suficientes para que surja un liderazgo alternativo, ajeno al estatus quo y contra la clase política predominante. Por definición, la democracia es un sistema político hecho para defender la soberanía del pueblo y el derecho de éste a elegir y controlar a sus gobernantes. Por ende, si llega al poder un populista, puede inferirse que la democracia en el lugar que se trate, de alguna manera falló. Así, cuando los partidos y actores políticos predominantes hacen señalamientos en contra de aquellos que consideran populistas, en realidad se autocensuran, pues está claro que no habría cabida para los populistas si hubieran estado vigilantes y dispuestos hacer lo necesario para que el sistema funcionara tal y como debiera. La falta de democracia tarde que temprano da lugar a un gobierno oligárquico, en donde el poder se transfiere a manos de las clases privilegiadas. Con ello crecen las desigualdades sociales, el resentimiento político y los sentimientos de marginación. Si no existen los mecanismos políticos que permitan canalizar las inconformidades, el estallido social es inevitable. Guste o no, el populismo es una salida política ante la posibilidad de violencia. Las promesas de cambio encaminadas a enfrentar la desigualdad, aplicar la justicia sin distinción de clases, atender las demandas insatisfechas, combatir la corrupción y la impunidad, etc., refuerzan la esperanza de quienes se sienten agraviados. Y ya sea que triunfe o no, actúa como aliciente para transformar las estructuras y replantear los contratos políticos. Aquellos que reprochan al populismo debieran meditar sobre las razones detrás de su avance. Recordar el principio de que toda acción conlleva una reacción. Y aceptar que el pobre desempeño aunado a la falta de convicción de la clase política predominante, son la fuerza que da luz a lo que más critican. Creer en la democracia implica aceptar el populismo y a los populistas, con todas sus virtudes y riesgos. Es la confianza que depositamos en ella cada vez que ejercemos nuestro derecho al voto. erovirosa01@gmail.com