/ martes 2 de octubre de 2018

“Idiome inclusive”

El Muro


Nuestro idioma, guiado por una mano invisible o un genio omnipotente, tuvo un progreso extraordinario que terminó por convertirlo en una herramienta eficaz: Hace siglos, al instrumento con el que tomamos la sopa se le decía la cuchar, el plural era las cuchares.

Existe una corriente radical del movimiento feminista que aboga por la inclusión de lesbianas, gays, trans y bisexuales a través del lenguaje, para lo cual proponen que la letra “e” funcione como un elemento integrador porque “todes les muchaches son iguales”. Hay otros que sugieren el uso de una equis, “todxs lxs muchachxs son iguales”. Ambas propuestas, aunque respetables, suenan forzadas a diferencia de aquella que nació casi natural a partir del signo arroba, popularizado desde los 90’s por el e-mail, que puede ser interpretado simultáneamente –evitando la confusión- como una “a” y una “o”, “tod@s l@s muchach@s son iguales”.

Sin embargo, ninguna de las opciones es tomada en serio por la Real Academia Española de la Lengua bajo el hecho de que el castellano jamás ha tenido modificaciones repentinas por la presión de un grupo, sino que ha sido gracias a un largo proceso en el que cada nueva voz es sometida -digámoslo así- a una prueba de resistencia para decidir si es aceptada.

Nadie dice que los cambios sugeridos están condenados al fracaso, pero lo más probable es que se conviertan en la forma de comunicación exclusiva de un grupo, a la espera de que el tiempo permita descubrir si existe algo que valga la pena considerar.

Todo indica que al genio manipulador del idioma no le importa la aparente influencia de las redes sociales, ya que ha permanecido incólume –sin lesión alguna- ante el surgimiento de nuevas tecnologías, sobre todo la más importante: La imprenta.

Fue la búsqueda de orden (no había consigna machista), lo que llevó a definir que toda voz terminada en a y sin acento fuera femenino. En el otro caso, palabras terminadas en o y sin acento aplica el masculino. De los primeros ajustes tolerantes fue aceptar “la mano”, ya que de acuerdo a la regla dominante, debería ser “el mano”. Pasaron siglos para que “la infanta” fuera aceptada. De ahí llegaron la presidenta, la gerenta, mi parienta (recomiendo leer “El genio del idioma” escrito por Alex Grijelmo).

Cualquier cantidad de profesiones u oficios que terminan en a no pueden ser cambiadas a o, sin que eso implique un problema para los ejercitadores: Policía, guardia, pediatra, dentista, electricista, ebanista, lingüista, obstetra, clavadista. En general, todas las que terminan con el sufijo ista, que implica oficio o dedicación. Tenemos otros cuya denominación no provino del latín –como sí ocurrió con la mayoría de nuestros vocablos- lo que complica algún ajuste en el género, como albañil, derivado del árabe al banná, que significa el constructor, en donde el prefijo “al” es de uso múltiple.

Cosas veredes Sancho con esto del idiome…


El Muro


Nuestro idioma, guiado por una mano invisible o un genio omnipotente, tuvo un progreso extraordinario que terminó por convertirlo en una herramienta eficaz: Hace siglos, al instrumento con el que tomamos la sopa se le decía la cuchar, el plural era las cuchares.

Existe una corriente radical del movimiento feminista que aboga por la inclusión de lesbianas, gays, trans y bisexuales a través del lenguaje, para lo cual proponen que la letra “e” funcione como un elemento integrador porque “todes les muchaches son iguales”. Hay otros que sugieren el uso de una equis, “todxs lxs muchachxs son iguales”. Ambas propuestas, aunque respetables, suenan forzadas a diferencia de aquella que nació casi natural a partir del signo arroba, popularizado desde los 90’s por el e-mail, que puede ser interpretado simultáneamente –evitando la confusión- como una “a” y una “o”, “tod@s l@s muchach@s son iguales”.

Sin embargo, ninguna de las opciones es tomada en serio por la Real Academia Española de la Lengua bajo el hecho de que el castellano jamás ha tenido modificaciones repentinas por la presión de un grupo, sino que ha sido gracias a un largo proceso en el que cada nueva voz es sometida -digámoslo así- a una prueba de resistencia para decidir si es aceptada.

Nadie dice que los cambios sugeridos están condenados al fracaso, pero lo más probable es que se conviertan en la forma de comunicación exclusiva de un grupo, a la espera de que el tiempo permita descubrir si existe algo que valga la pena considerar.

Todo indica que al genio manipulador del idioma no le importa la aparente influencia de las redes sociales, ya que ha permanecido incólume –sin lesión alguna- ante el surgimiento de nuevas tecnologías, sobre todo la más importante: La imprenta.

Fue la búsqueda de orden (no había consigna machista), lo que llevó a definir que toda voz terminada en a y sin acento fuera femenino. En el otro caso, palabras terminadas en o y sin acento aplica el masculino. De los primeros ajustes tolerantes fue aceptar “la mano”, ya que de acuerdo a la regla dominante, debería ser “el mano”. Pasaron siglos para que “la infanta” fuera aceptada. De ahí llegaron la presidenta, la gerenta, mi parienta (recomiendo leer “El genio del idioma” escrito por Alex Grijelmo).

Cualquier cantidad de profesiones u oficios que terminan en a no pueden ser cambiadas a o, sin que eso implique un problema para los ejercitadores: Policía, guardia, pediatra, dentista, electricista, ebanista, lingüista, obstetra, clavadista. En general, todas las que terminan con el sufijo ista, que implica oficio o dedicación. Tenemos otros cuya denominación no provino del latín –como sí ocurrió con la mayoría de nuestros vocablos- lo que complica algún ajuste en el género, como albañil, derivado del árabe al banná, que significa el constructor, en donde el prefijo “al” es de uso múltiple.

Cosas veredes Sancho con esto del idiome…