/ sábado 2 de febrero de 2019

Introducción a la Fernandomanía

La Espiga de Neón


En 1980 inició en México y en la comunidad hispana de EUA una especie de culto masivo hacia una figura deportiva: El beisbolista Fernando “El Toro” Valenzuela, este sonorense supo levantarse de una infancia y adolescencia marcadas por la pobreza y las limitaciones de todo tipo hasta convertirse en una súper estrella del deporte profesional.

Su poderoso brazo izquierdo le permitió ascender hasta las Grandes Ligas del Beisbol, jugando para el equipo Dodgers de Los Angeles, Ca.

¡Va-len-zue-la! Éste era el clamor generalizado de la afición hispana en cualquier parte del mundo a donde llegara la señal televisiva satelital, sus admiradores se interesaban por su vida y milagros, el lanzador zurdo nativo de Etchohuaquila, Navojoa, Sonora, mostraba sus virtudes de ídolo popular: 1) Cuando le construyó una casa nueva a sus padres, 2) cuando apareció su foto en la publicidad de ciertos productos de consumo masivo.

Al momento de lanzar la pelota, Fernando levantaba sus ojos hacia lo inconmensurable, el público mexicoamericano consumía a raudales el cereal donde aparecía el rostro sonriente del sonorense.

Subido en la lomita, Valenzuela llegaba a los televisores de la Aldea Global, la tecnología de las antenas parabólicas, lo proyectaba a los cinco continentes, uno a uno sus movimientos eran analizados por los conocedores del Rey de los Deportes, atentos a cada detalle como el sudor en la frente del atleta, la intensidad y frecuencia de rasqueras y salivazos, la utilización de chicles, gafas y talco, las conferencias con el receptor y el coach de pitcheo, sus risas y expresiones de dolor, la posición de la cachucha, la altura de los calcetines, las arrugas en su legendario número 34.

“El Toro” Valenzuela representaba a la mexicanidad gloriosa, la que sabe competir en el mejor deporte del mundo.

La mercadotecnia global no se podía equivocar: Fernando podía vender autos del año, papitas, comestibles de Taco Bell, tenis, refrescos y cervezas, hasta las autoridades deportivas mexicanas aprovecharon al protagonista de las ilusiones del público espectador-consumidor.

Fernando Valenzuela podía llenar los estadios donde lanzaba aquellos memorables tornillos, tirabuzones, curvas, rectas y eslaiders… cada tiro al home plate producía dólares, vendía hamburguesas Big Mac y nachos.

Después de su exitosa carrera dentro del equipo Dodgers de Tommy Lasorda, la Fernandomanía continuó su itinerario exitoso con varios clubes deportivos: California Angels, Filadelfia Phillies, San Diego Padres, San Luis Cardenales, Baltimore Orioles… todos pertenecientes a la gran carpa. Su receptor predilecto Mike Sciosa cuenta que aprendió español para entenderse mejor con el pitcher estrella de Los Angeles Dodgers, de esta manera llegó su inolvidable juego sin hit ni carrera, llegaron nuevas ofertas comerciales y contratos interesantes, llegaron los torneos de golf con las celebridades.

En 1997 concluye su carrera en Ligas Mayores, en el 2006 jugó por última vez en la Liga Mexicana para Los Águilas de Mexicali.


La Espiga de Neón


En 1980 inició en México y en la comunidad hispana de EUA una especie de culto masivo hacia una figura deportiva: El beisbolista Fernando “El Toro” Valenzuela, este sonorense supo levantarse de una infancia y adolescencia marcadas por la pobreza y las limitaciones de todo tipo hasta convertirse en una súper estrella del deporte profesional.

Su poderoso brazo izquierdo le permitió ascender hasta las Grandes Ligas del Beisbol, jugando para el equipo Dodgers de Los Angeles, Ca.

¡Va-len-zue-la! Éste era el clamor generalizado de la afición hispana en cualquier parte del mundo a donde llegara la señal televisiva satelital, sus admiradores se interesaban por su vida y milagros, el lanzador zurdo nativo de Etchohuaquila, Navojoa, Sonora, mostraba sus virtudes de ídolo popular: 1) Cuando le construyó una casa nueva a sus padres, 2) cuando apareció su foto en la publicidad de ciertos productos de consumo masivo.

Al momento de lanzar la pelota, Fernando levantaba sus ojos hacia lo inconmensurable, el público mexicoamericano consumía a raudales el cereal donde aparecía el rostro sonriente del sonorense.

Subido en la lomita, Valenzuela llegaba a los televisores de la Aldea Global, la tecnología de las antenas parabólicas, lo proyectaba a los cinco continentes, uno a uno sus movimientos eran analizados por los conocedores del Rey de los Deportes, atentos a cada detalle como el sudor en la frente del atleta, la intensidad y frecuencia de rasqueras y salivazos, la utilización de chicles, gafas y talco, las conferencias con el receptor y el coach de pitcheo, sus risas y expresiones de dolor, la posición de la cachucha, la altura de los calcetines, las arrugas en su legendario número 34.

“El Toro” Valenzuela representaba a la mexicanidad gloriosa, la que sabe competir en el mejor deporte del mundo.

La mercadotecnia global no se podía equivocar: Fernando podía vender autos del año, papitas, comestibles de Taco Bell, tenis, refrescos y cervezas, hasta las autoridades deportivas mexicanas aprovecharon al protagonista de las ilusiones del público espectador-consumidor.

Fernando Valenzuela podía llenar los estadios donde lanzaba aquellos memorables tornillos, tirabuzones, curvas, rectas y eslaiders… cada tiro al home plate producía dólares, vendía hamburguesas Big Mac y nachos.

Después de su exitosa carrera dentro del equipo Dodgers de Tommy Lasorda, la Fernandomanía continuó su itinerario exitoso con varios clubes deportivos: California Angels, Filadelfia Phillies, San Diego Padres, San Luis Cardenales, Baltimore Orioles… todos pertenecientes a la gran carpa. Su receptor predilecto Mike Sciosa cuenta que aprendió español para entenderse mejor con el pitcher estrella de Los Angeles Dodgers, de esta manera llegó su inolvidable juego sin hit ni carrera, llegaron nuevas ofertas comerciales y contratos interesantes, llegaron los torneos de golf con las celebridades.

En 1997 concluye su carrera en Ligas Mayores, en el 2006 jugó por última vez en la Liga Mexicana para Los Águilas de Mexicali.