/ jueves 18 de octubre de 2018

La casa de la separación

Pensares


Una mujer recién divorciada pasó el primer día bien triste empacando sus cosas en baúles, maletas y su mobiliario en cajas.

El segundo día vinieron a buscar sus pertenencias. El tercer día se sentó en el suelo del comedor vacío, puso música suave, dos kilos de camarones, un plato de caviar y una botella de vino blanco frío hasta más no poder.

Cuando terminó de comer, desmontó todas las barras de las cortinas de los cuartos; le quitó los tapones de los extremos y dentro le puso la mitad de los camarones y un poco de caviar y las colocó de nuevo con sus tapones en los extremos.

El marido se quedó con la casa, con nuevos muebles y con nueva novia. Todo fue perfecto los primeros días. Lentamente la casa empezó a oler a demonios. Trataron de todo: Limpiaron, trapearon y airearon toda la casa; los ventiladores fueron revisados por si hubiera ratones muertos; las alfombras fueron lavadas, nada funcionó. Nadie volvió a visitarlos, los trabajadores se negaban a trabajar en la casa; la sirvienta renunció.

Finalmente el marido y la novia tuvieron que mudarse ya desesperados. Todavía al mes no habían encontrado a quién venderle la hedionda casa. Los vendedores se negaban a responder a sus llamadas. Decidieron gastar muchísimo dinero comprando una nueva casa.

La exesposa llamó al hombre para asuntos del divorcio y le preguntó cómo estaba. Él le contestó que bien, que estaba vendiendo la casa, pero sin decirle las verdaderas razones. Ella lo escuchó con mucha calma y le dijo que extrañaba demasiado la casa y que hablaría con los abogados para arreglar los papeles con tal de conseguir la casa de nuevo.

Sabiendo que su exesposa no tenía la menor idea del mal olor, él aceptó la negociación por una décima parte del precio real de la casa con tal de que ella firmara ese día. Ella aceptó y en menos de una hora él le mandó los papeles para firmarlos.

Una semana más tarde, el hombre y su novia se pararon en la puerta de la vieja casa con una sonrisa en los labios, viendo cómo empacaban todos sus muebles y los metían en un camión camino a su nueva casa, incluyendo las barras de las cortinas.


Pensares


Una mujer recién divorciada pasó el primer día bien triste empacando sus cosas en baúles, maletas y su mobiliario en cajas.

El segundo día vinieron a buscar sus pertenencias. El tercer día se sentó en el suelo del comedor vacío, puso música suave, dos kilos de camarones, un plato de caviar y una botella de vino blanco frío hasta más no poder.

Cuando terminó de comer, desmontó todas las barras de las cortinas de los cuartos; le quitó los tapones de los extremos y dentro le puso la mitad de los camarones y un poco de caviar y las colocó de nuevo con sus tapones en los extremos.

El marido se quedó con la casa, con nuevos muebles y con nueva novia. Todo fue perfecto los primeros días. Lentamente la casa empezó a oler a demonios. Trataron de todo: Limpiaron, trapearon y airearon toda la casa; los ventiladores fueron revisados por si hubiera ratones muertos; las alfombras fueron lavadas, nada funcionó. Nadie volvió a visitarlos, los trabajadores se negaban a trabajar en la casa; la sirvienta renunció.

Finalmente el marido y la novia tuvieron que mudarse ya desesperados. Todavía al mes no habían encontrado a quién venderle la hedionda casa. Los vendedores se negaban a responder a sus llamadas. Decidieron gastar muchísimo dinero comprando una nueva casa.

La exesposa llamó al hombre para asuntos del divorcio y le preguntó cómo estaba. Él le contestó que bien, que estaba vendiendo la casa, pero sin decirle las verdaderas razones. Ella lo escuchó con mucha calma y le dijo que extrañaba demasiado la casa y que hablaría con los abogados para arreglar los papeles con tal de conseguir la casa de nuevo.

Sabiendo que su exesposa no tenía la menor idea del mal olor, él aceptó la negociación por una décima parte del precio real de la casa con tal de que ella firmara ese día. Ella aceptó y en menos de una hora él le mandó los papeles para firmarlos.

Una semana más tarde, el hombre y su novia se pararon en la puerta de la vieja casa con una sonrisa en los labios, viendo cómo empacaban todos sus muebles y los metían en un camión camino a su nueva casa, incluyendo las barras de las cortinas.


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