/ martes 30 de octubre de 2018

La chusmacracia

El Muro


Los directivos de un banco adquirieron un lote de las primeras computadoras disponibles en el mercado, pero como no sabían muy bien qué uso darles, tuvieron la genial ocurrencia de alimentarlas con los dichos del candidato Luis Echeverría Álvarez para ver si las máquinas podían proyectar su desempeño como Presidente.

Los resultados jamás fueron revelados e incluso llegaron al punto de negar que se habían propuesto medir al singular político, cuenta Daniel Cosío Villegas, en una obra de lectura indispensable en estos momentos: “El estilo personal de gobernar”.

Echeverría hablaba hasta por los codos y ese rasgo -la tendencia sexenal en nuestro país es imitar hasta llegar a la burla, las características más representativas del jefe del Ejecutivo, las guayaberas entonces, las consultas populares hoy- permeó a todos, partiendo de la premisa de que “hablar de los problemas era empezar a resolverlos”. Así que toda persona comprometida con la resolución de un conflicto, debía estar dispuesta a zamparse una larga jornada de charlas o de monólogo en el caso del Presidente.

En la actualidad, ser un buen ciudadano -al menos para la opinión pública generada en los medios cibernéticos- es más sencillo, porque de por sí la ofensa es atractiva, ofender a la autoridad es aún mejor, por lo cual está de moda, condición que motiva a muchos a recurrir al acto poco valiente de escudarse en el anonimato.

Pero hoy no se discuten los problemas, mucho menos se busca resolverlos. Lo de hoy es usar un conflicto para denigrar al prójimo en nombre de supuestos ideales políticos del color que sea: Guindas, azules, rojos, cuando lo que en realidad ocurre es la canalización de frustraciones personales. En el país, casi la mitad de la población -61 millones de personas- posee una cuenta de Facebook y 37 millones la usa diario, a todas horas, desde la comodidad de un Smartphone: Un nada despreciable ejército de potenciales buenos ciudadanos que se mueve acorde a la corriente del viento.

Pero millones de personas a favor de algo no es sinónimo de verdad ni de validez, porque la bola no razona. Hace poco más de 2 mil años, Polibio observó en Grecia un fenómeno similar: “La mayoría de los maestros a cargo de la enseñanza dicen a estas (…) generaciones que tienen un buen reino, la nobleza, la tercera democracia (...) tres generaciones y tres generaciones de ellas y tres hombres de este tipo, digo, monarquía, oligarquía, oclocracia”.

La oclocracia es el gobierno de la chusma. Cuando el pueblo sin orden, carente de argumentos, pero eso sí muy enjundioso, participa en la vida pública.

A como están las cosas, tal parece que no requerimos más de estos buenos ciudadanos cibernéticos fácilmente manipulables y sí de muchos como el personaje del famoso poema de Luis de Góngora: “Ándeme yo caliente/ y ríase la gente. Traten otros del gobierno/ del mundo y sus

monarquías/ mientras gobiernan mis días/ mantequillas y pan tierno…”.


El Muro


Los directivos de un banco adquirieron un lote de las primeras computadoras disponibles en el mercado, pero como no sabían muy bien qué uso darles, tuvieron la genial ocurrencia de alimentarlas con los dichos del candidato Luis Echeverría Álvarez para ver si las máquinas podían proyectar su desempeño como Presidente.

Los resultados jamás fueron revelados e incluso llegaron al punto de negar que se habían propuesto medir al singular político, cuenta Daniel Cosío Villegas, en una obra de lectura indispensable en estos momentos: “El estilo personal de gobernar”.

Echeverría hablaba hasta por los codos y ese rasgo -la tendencia sexenal en nuestro país es imitar hasta llegar a la burla, las características más representativas del jefe del Ejecutivo, las guayaberas entonces, las consultas populares hoy- permeó a todos, partiendo de la premisa de que “hablar de los problemas era empezar a resolverlos”. Así que toda persona comprometida con la resolución de un conflicto, debía estar dispuesta a zamparse una larga jornada de charlas o de monólogo en el caso del Presidente.

En la actualidad, ser un buen ciudadano -al menos para la opinión pública generada en los medios cibernéticos- es más sencillo, porque de por sí la ofensa es atractiva, ofender a la autoridad es aún mejor, por lo cual está de moda, condición que motiva a muchos a recurrir al acto poco valiente de escudarse en el anonimato.

Pero hoy no se discuten los problemas, mucho menos se busca resolverlos. Lo de hoy es usar un conflicto para denigrar al prójimo en nombre de supuestos ideales políticos del color que sea: Guindas, azules, rojos, cuando lo que en realidad ocurre es la canalización de frustraciones personales. En el país, casi la mitad de la población -61 millones de personas- posee una cuenta de Facebook y 37 millones la usa diario, a todas horas, desde la comodidad de un Smartphone: Un nada despreciable ejército de potenciales buenos ciudadanos que se mueve acorde a la corriente del viento.

Pero millones de personas a favor de algo no es sinónimo de verdad ni de validez, porque la bola no razona. Hace poco más de 2 mil años, Polibio observó en Grecia un fenómeno similar: “La mayoría de los maestros a cargo de la enseñanza dicen a estas (…) generaciones que tienen un buen reino, la nobleza, la tercera democracia (...) tres generaciones y tres generaciones de ellas y tres hombres de este tipo, digo, monarquía, oligarquía, oclocracia”.

La oclocracia es el gobierno de la chusma. Cuando el pueblo sin orden, carente de argumentos, pero eso sí muy enjundioso, participa en la vida pública.

A como están las cosas, tal parece que no requerimos más de estos buenos ciudadanos cibernéticos fácilmente manipulables y sí de muchos como el personaje del famoso poema de Luis de Góngora: “Ándeme yo caliente/ y ríase la gente. Traten otros del gobierno/ del mundo y sus

monarquías/ mientras gobiernan mis días/ mantequillas y pan tierno…”.