/ jueves 24 de octubre de 2024

La Espiga / Introducción a la Fernandomanía

En el año 1980 inició en México y en la comunidad hispana de EUA una especie de culto masivo hacia una figura deportiva: El beisbolista Fernando –El Toro- Valenzuela.

De origen humilde, este sonorense supo levantarse de una infancia y adolescencia marcadas por la pobreza y las limitaciones de todo tipo hasta convertirse en una súper estrella del deporte profesional. Su poderoso brazo izquierdo le permitió ascender hasta las Grandes Ligas del Beisbol, jugando para el equipo Dodgers de Los Angeles.

Cortesía / Mexsport

Fernando Valenzuela conoció la gloria a la que aspira todo deportista de alto rendimiento. ¡Va-len-zue-la! Éste era el clamor generalizado de la afición hispana en cualquier parte del mundo a donde llegara la señal televisiva satelital. Sus admiradores se interesaban por su vida y milagros, el lanzador zurdo nativo de Etchohuaquila, Navojoa, Sonora, mostraba sus virtudes de ídolo popular: 1) Cuando le construyó una casa nueva a sus padres, 2) cuando apareció su foto en la publicidad comercial de ciertos productos de consumo masivo.

Al momento de lanzar la pelota, Fernando levantaba sus ojos hacia lo inconmensurable; su barriga cervecera le permitía identificarse con la afición azteca. El público mexicoamericano consumía a raudales el cereal donde aparecía el rostro sonriente del sonorense.

Subido en la lomita, Valenzuela llegaba a los televisores de la Aldea Global, la tecnología de las antenas parabólicas (aquellos platos inmensos sobre los centros de reunión) lo proyectaba a los cinco continentes. Uno a uno sus movimientos eran analizados por los conocedores del Rey de los Deportes, atentos a cada detalle como el sudor en la frente del atleta, la intensidad y frecuencia de rasqueras y salivazos, la utilización de chicles, gafas y talco; las conferencias con el receptor y el coach de pitcheo; sus risas y expresiones de dolor, la posición de la cachucha, la altura de los calcetines, las arrugas en su legendario número 34.

Fernando era todo un espectáculo. La psicología de masas analizaba con toda puntualidad: “El Toro” Valenzuela representaba a la mexicanidad gloriosa, la que sabe competir en el mejor deporte del mundo.

La Mercadotecnia Global no se podía equivocar: Fernando podía vender autos del año, papitas, comestibles de Taco Bell, tenis, refrescos y cervezas, hasta las autoridades deportivas mexicanas aprovecharon al protagonista de las ilusiones del público espectador-consumidor.

Fernando Valenzuela podía llenar los estadios donde lanzaba aquellos memorables tornillos, tirabuzones, curvas, rectas y sliders…Cada tiro al home plate producía dólares, vendía hamburguesas Big Mac y nachos.

Después de su exitosa carrera dentro del equipo Dodgers de Tommy Lasorda, la Fernandomanía continuó su itinerario exitoso con varios clubes deportivos: California Angels, Filadelfia Phillies, San Diego Padres, San Luis Cardenales, Baltimore Orioles… todos pertenecientes a la gran carpa. Fernando continuaba atrayendo a los aficionados sedientos de grandes jugadas realizadas por un mexicano que pudo triunfar en el Imperio del Dólar.

Su receptor predilecto, Mike Sciosa, cuenta que aprendió español para entenderse mejor con el pitcher estrella de Los Ángeles Dodgers. De esta manera llegó su inolvidable juego sin hit ni carrera, llegaron nuevas ofertas comerciales y contratos interesantes; llegaron los torneos de golf con las celebridades.

En 1997 concluye su carrera en Ligas Mayores. En el 2006 jugó por última vez en la Liga Mexicana para Los Águilas de Mexicali.

En el año 1980 inició en México y en la comunidad hispana de EUA una especie de culto masivo hacia una figura deportiva: El beisbolista Fernando –El Toro- Valenzuela.

De origen humilde, este sonorense supo levantarse de una infancia y adolescencia marcadas por la pobreza y las limitaciones de todo tipo hasta convertirse en una súper estrella del deporte profesional. Su poderoso brazo izquierdo le permitió ascender hasta las Grandes Ligas del Beisbol, jugando para el equipo Dodgers de Los Angeles.

Cortesía / Mexsport

Fernando Valenzuela conoció la gloria a la que aspira todo deportista de alto rendimiento. ¡Va-len-zue-la! Éste era el clamor generalizado de la afición hispana en cualquier parte del mundo a donde llegara la señal televisiva satelital. Sus admiradores se interesaban por su vida y milagros, el lanzador zurdo nativo de Etchohuaquila, Navojoa, Sonora, mostraba sus virtudes de ídolo popular: 1) Cuando le construyó una casa nueva a sus padres, 2) cuando apareció su foto en la publicidad comercial de ciertos productos de consumo masivo.

Al momento de lanzar la pelota, Fernando levantaba sus ojos hacia lo inconmensurable; su barriga cervecera le permitía identificarse con la afición azteca. El público mexicoamericano consumía a raudales el cereal donde aparecía el rostro sonriente del sonorense.

Subido en la lomita, Valenzuela llegaba a los televisores de la Aldea Global, la tecnología de las antenas parabólicas (aquellos platos inmensos sobre los centros de reunión) lo proyectaba a los cinco continentes. Uno a uno sus movimientos eran analizados por los conocedores del Rey de los Deportes, atentos a cada detalle como el sudor en la frente del atleta, la intensidad y frecuencia de rasqueras y salivazos, la utilización de chicles, gafas y talco; las conferencias con el receptor y el coach de pitcheo; sus risas y expresiones de dolor, la posición de la cachucha, la altura de los calcetines, las arrugas en su legendario número 34.

Fernando era todo un espectáculo. La psicología de masas analizaba con toda puntualidad: “El Toro” Valenzuela representaba a la mexicanidad gloriosa, la que sabe competir en el mejor deporte del mundo.

La Mercadotecnia Global no se podía equivocar: Fernando podía vender autos del año, papitas, comestibles de Taco Bell, tenis, refrescos y cervezas, hasta las autoridades deportivas mexicanas aprovecharon al protagonista de las ilusiones del público espectador-consumidor.

Fernando Valenzuela podía llenar los estadios donde lanzaba aquellos memorables tornillos, tirabuzones, curvas, rectas y sliders…Cada tiro al home plate producía dólares, vendía hamburguesas Big Mac y nachos.

Después de su exitosa carrera dentro del equipo Dodgers de Tommy Lasorda, la Fernandomanía continuó su itinerario exitoso con varios clubes deportivos: California Angels, Filadelfia Phillies, San Diego Padres, San Luis Cardenales, Baltimore Orioles… todos pertenecientes a la gran carpa. Fernando continuaba atrayendo a los aficionados sedientos de grandes jugadas realizadas por un mexicano que pudo triunfar en el Imperio del Dólar.

Su receptor predilecto, Mike Sciosa, cuenta que aprendió español para entenderse mejor con el pitcher estrella de Los Ángeles Dodgers. De esta manera llegó su inolvidable juego sin hit ni carrera, llegaron nuevas ofertas comerciales y contratos interesantes; llegaron los torneos de golf con las celebridades.

En 1997 concluye su carrera en Ligas Mayores. En el 2006 jugó por última vez en la Liga Mexicana para Los Águilas de Mexicali.