/ sábado 22 de enero de 2022

La historia del hombre sin trabajo

PENSARES

Pasaba del mediodía, el olor de pan caliente invadía aquella calle; un sol escaldante incitaba a todos a un refresco.

Un minuto no aguantó el olor rico del pan y dijo:

-Papá, tengo hambre.

El padre, sin tener un centavo en el bolsillo, caminando desde muy temprano buscando un trabajo, mira con los ojos marcados al hijo y le pide un poco de paciencia.

-Pero papá, desde ayer no comemos nada, tengo mucha hambre.

Avergonzado, triste y humillado en su corazón de padre, le pidió al hijo que esperara en la vereda y entró en la panadería que estaba enfrente y al entrar se dirige a un hombre en el mostrador:

-Señor, estoy con mi hijo de tan solo 5 años con mucha hambre y no tengo ninguna moneda; salí temprano a buscar un empleo y nada encontré. Le pido me dé un pan para que yo pueda matar el hambre de mi hijo. A cambio puedo barrer el piso de su establecimiento, lavar platos y vasos u otro servicio que usted necesite.

El dueño de la panadería se extrañó de aquel hombre de semblante calmado y sufrido que pide comida a cambio de trabajo. Le dijo que llamara a su hijo. El padre tomó de la mano a su hijo y lo llevó y él les pidió que se sentaran juntos en el mostrador, donde mandó servir dos platos de comida. Para el niño era un sueño comer después de tantas horas en la calle; para el papá un dolor más, ya que comer aquella maravillosa comida lo hacía recordar a su esposa y a dos hijos que se quedaron en casa sin nada qué comer.

Gruesas lágrimas bajaban de sus ojos, ya en el primer bocado la satisfacción de ver a su hijo devorando aquel plato simple como si fuera un manjar de los dioses y el recuerdo de su familia en casa, fue demasiado para su corazón tan cansado de más de 2 años de desempleo, humillaciones y necesidades.

El propietario resolvió entonces contratarlo para servicios generales en la panadería y apenado le prepara al hombre una canasta básica con alimentos para por lo menos 15 días. Él le agradeció la confianza de aquel hombre y marcó para el día siguiente su inicio en el trabajo. Sentía esperanza, se le estaba abriendo más que una puerta, era toda una esperanza de días mejores.

Al día siguiente a las 5:00 de la mañana estaba en la puerta de la panadería y le habló de su nuevo trabajo. El propietario sonrió a aquel hombre que ni sabía porqué le estaba ayudando; tenían la misma edad e historias diferentes, pero algo dentro de él lo llamaba para ayudar a aquella persona y no se equivocó. Durante un año fue el más dedicado trabajador, siempre honesto y extremadamente celoso con sus deberes.

Cierto día lo mandó llamar y le habló de una escuela que abrió. Era para la alfabetización de adultos y estaba a una cuadra de la pastelería y él tenía interés en que estudiara. Doce años pasaron desde aquel primer día de clases y encontró que él ya se había recibido de abogado y contaba con alguna clientela y vistiendo un traje elegante y mezclaba a los más necesitados que no pueden pagar con los más adinerados que pagan muy bien. Decidió crear una institución que ofreciera a los desvalidos de la suerte que andan por las calles, personas desempleadas, un plato de comida diariamente a la hora del almuerzo.

Todo cambió, todo pasó, pero la amistad de aquellos dos hombres impresionaba a todos los que conocían un poco de la historia de cada uno. Cuentan que a los 82 años los dos fallecieron el mismo dia, casi en la misma hora, muriendo plácidamente del deber cumplido. Si juzgamos a las personas no tendremos tiempo de amarlas.


* COLUMNA POST MORTEM


PENSARES

Pasaba del mediodía, el olor de pan caliente invadía aquella calle; un sol escaldante incitaba a todos a un refresco.

Un minuto no aguantó el olor rico del pan y dijo:

-Papá, tengo hambre.

El padre, sin tener un centavo en el bolsillo, caminando desde muy temprano buscando un trabajo, mira con los ojos marcados al hijo y le pide un poco de paciencia.

-Pero papá, desde ayer no comemos nada, tengo mucha hambre.

Avergonzado, triste y humillado en su corazón de padre, le pidió al hijo que esperara en la vereda y entró en la panadería que estaba enfrente y al entrar se dirige a un hombre en el mostrador:

-Señor, estoy con mi hijo de tan solo 5 años con mucha hambre y no tengo ninguna moneda; salí temprano a buscar un empleo y nada encontré. Le pido me dé un pan para que yo pueda matar el hambre de mi hijo. A cambio puedo barrer el piso de su establecimiento, lavar platos y vasos u otro servicio que usted necesite.

El dueño de la panadería se extrañó de aquel hombre de semblante calmado y sufrido que pide comida a cambio de trabajo. Le dijo que llamara a su hijo. El padre tomó de la mano a su hijo y lo llevó y él les pidió que se sentaran juntos en el mostrador, donde mandó servir dos platos de comida. Para el niño era un sueño comer después de tantas horas en la calle; para el papá un dolor más, ya que comer aquella maravillosa comida lo hacía recordar a su esposa y a dos hijos que se quedaron en casa sin nada qué comer.

Gruesas lágrimas bajaban de sus ojos, ya en el primer bocado la satisfacción de ver a su hijo devorando aquel plato simple como si fuera un manjar de los dioses y el recuerdo de su familia en casa, fue demasiado para su corazón tan cansado de más de 2 años de desempleo, humillaciones y necesidades.

El propietario resolvió entonces contratarlo para servicios generales en la panadería y apenado le prepara al hombre una canasta básica con alimentos para por lo menos 15 días. Él le agradeció la confianza de aquel hombre y marcó para el día siguiente su inicio en el trabajo. Sentía esperanza, se le estaba abriendo más que una puerta, era toda una esperanza de días mejores.

Al día siguiente a las 5:00 de la mañana estaba en la puerta de la panadería y le habló de su nuevo trabajo. El propietario sonrió a aquel hombre que ni sabía porqué le estaba ayudando; tenían la misma edad e historias diferentes, pero algo dentro de él lo llamaba para ayudar a aquella persona y no se equivocó. Durante un año fue el más dedicado trabajador, siempre honesto y extremadamente celoso con sus deberes.

Cierto día lo mandó llamar y le habló de una escuela que abrió. Era para la alfabetización de adultos y estaba a una cuadra de la pastelería y él tenía interés en que estudiara. Doce años pasaron desde aquel primer día de clases y encontró que él ya se había recibido de abogado y contaba con alguna clientela y vistiendo un traje elegante y mezclaba a los más necesitados que no pueden pagar con los más adinerados que pagan muy bien. Decidió crear una institución que ofreciera a los desvalidos de la suerte que andan por las calles, personas desempleadas, un plato de comida diariamente a la hora del almuerzo.

Todo cambió, todo pasó, pero la amistad de aquellos dos hombres impresionaba a todos los que conocían un poco de la historia de cada uno. Cuentan que a los 82 años los dos fallecieron el mismo dia, casi en la misma hora, muriendo plácidamente del deber cumplido. Si juzgamos a las personas no tendremos tiempo de amarlas.


* COLUMNA POST MORTEM


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