/ lunes 3 de septiembre de 2018

La justicia como entelequia

Vientos


Revisando unos apuntes sobre un pretendido ensayo –por terminar aún- sobre una obra de Fernando Savater (“Las preguntas de la vida”), éste nos recuerda que a principios del siglo XX hubo un serio enfrentamiento entre las ideologías llamadas de izquierda y de derecha.

Lo anterior llevó a Max Weber a disertar sobre “la batalla de los dioses”. Una metáfora para explicar la posición contrapuesta de dos ideologías sin aparente solución, que pusieron en serio predicamento el tema principal de la existencia: la justicia.

¿Cómo hacer entender –me pregunto- a los miembros de las diversas colectividades llamadas naciones o estados, en donde transitan tales ideologías y manifiestan, a veces cruentamente, sus concepciones singulares de justicia?

Desde Platón la justicia adquirió la calidad de virtud, planteando la concordia a partir de los propios elementos discordantes, ¿cómo pues atemperar los ánimos discordantes en una sociedad inculta políticamente como la mexicana, que apenas en el último cuarto del siglo pasado se empezó a considerar como una “tercera vía” y apenas en el discurso político?

Lo anterior referente a la posible armonía de las discordancias lo empieza a ventilar el pensador Pierre-Joseph Proudhon cuando planteaba a la justicia como “el respeto espontáneamente experimentado y recíprocamente garantizado de la dignidad humana, en cualquier persona y en cualquier circunstancia en que se encuentre comprometido y a cualquier riesgo al que nos exponga su defensa”.

Así la entelequia que siempre es la justicia, resulta evidente, lo que nos lleva a cuestionar el cómo esta armonía concretada en el expresivo y sentencioso ordenamiento de AMLO de “amor y paz”, pueda lograr como resultado el fundamento de su gobierno, si la carencia de voluntades, innata en el enfrentamiento de iguales, cada uno de los enfrentados guarda su posición como irreductible por la simple razón de pensares “así”. En otras palabras, la justicia que impulsó a Platón y a otros antes que él como Ptah-Hotep, sabían que la justicia es débil en su aplicación más sensata y justa (como una necesaria redundancia) en este caso. Débil, porque alguien se llamará mal tratado, injustamente castigado, por razones unas veces convencedoras, otras no. Pero si en una sociedad las cuestiones discordantes lo son en abundancia en lo personal y no tanto en lo general, la armonía social como sendero de la justicia social, es una entelequia. Lástima que son asuntos que no tienen valor en política, esa franja espectacular de las vidas de los estados en donde privará siempre el dicho mexicanísimo: “aquí solamente mis chicharrones truenan”.


Vientos


Revisando unos apuntes sobre un pretendido ensayo –por terminar aún- sobre una obra de Fernando Savater (“Las preguntas de la vida”), éste nos recuerda que a principios del siglo XX hubo un serio enfrentamiento entre las ideologías llamadas de izquierda y de derecha.

Lo anterior llevó a Max Weber a disertar sobre “la batalla de los dioses”. Una metáfora para explicar la posición contrapuesta de dos ideologías sin aparente solución, que pusieron en serio predicamento el tema principal de la existencia: la justicia.

¿Cómo hacer entender –me pregunto- a los miembros de las diversas colectividades llamadas naciones o estados, en donde transitan tales ideologías y manifiestan, a veces cruentamente, sus concepciones singulares de justicia?

Desde Platón la justicia adquirió la calidad de virtud, planteando la concordia a partir de los propios elementos discordantes, ¿cómo pues atemperar los ánimos discordantes en una sociedad inculta políticamente como la mexicana, que apenas en el último cuarto del siglo pasado se empezó a considerar como una “tercera vía” y apenas en el discurso político?

Lo anterior referente a la posible armonía de las discordancias lo empieza a ventilar el pensador Pierre-Joseph Proudhon cuando planteaba a la justicia como “el respeto espontáneamente experimentado y recíprocamente garantizado de la dignidad humana, en cualquier persona y en cualquier circunstancia en que se encuentre comprometido y a cualquier riesgo al que nos exponga su defensa”.

Así la entelequia que siempre es la justicia, resulta evidente, lo que nos lleva a cuestionar el cómo esta armonía concretada en el expresivo y sentencioso ordenamiento de AMLO de “amor y paz”, pueda lograr como resultado el fundamento de su gobierno, si la carencia de voluntades, innata en el enfrentamiento de iguales, cada uno de los enfrentados guarda su posición como irreductible por la simple razón de pensares “así”. En otras palabras, la justicia que impulsó a Platón y a otros antes que él como Ptah-Hotep, sabían que la justicia es débil en su aplicación más sensata y justa (como una necesaria redundancia) en este caso. Débil, porque alguien se llamará mal tratado, injustamente castigado, por razones unas veces convencedoras, otras no. Pero si en una sociedad las cuestiones discordantes lo son en abundancia en lo personal y no tanto en lo general, la armonía social como sendero de la justicia social, es una entelequia. Lástima que son asuntos que no tienen valor en política, esa franja espectacular de las vidas de los estados en donde privará siempre el dicho mexicanísimo: “aquí solamente mis chicharrones truenan”.