/ martes 26 de mayo de 2020

La pandemia: El muro que quería Trump

CRUZANDO LÍNEAS

Arizona.- Fernando, el hermano de Alejandra, murió la semana pasada en Sonora. Le dio un infarto. A ella se le partió el corazón. No pudo ir al velorio porque si sale de Estados Unidos quién sabe cuándo podría volver. Ella tiene muchos años viviendo en “el otro lado” con visa de turista y viaja solo a renovar su permiso.

Con la pandemia, no quiere arriesgarse; cruzar a México podría significar una ida sin retorno a Phoenix, su casa, a su familia y a todo lo que ha construido en el lado arizonense de la frontera. Vivió el funeral por FaceTime. Lloró con el micrófono en silencio y su cámara en negro. No quería que la vieran destrozada.

Alejandra se autoconsolaba con la idea de que faltaba muy poco para ir a abrazar a su mamá y darle el pésame. La última vez que la sintió cerquita fue en Navidad y se habría despedido con el estómago encogido. El Alzheimer le está borrando los recuerdos y a la mujer de 46 años le da mucho miedo pensar que esa fue la última vez que la reconocería. Sabe que a su mamá, de más de 80 años, no le queda mucho tiempo.

Por eso se desplomó cuando supo que la frontera no reabriría el 20 de mayo. Ya tenía las maletas hechas. Iría a Hermosillo, se quedaría una semana y se traería a su mamá de vuelta. Pero no. Treinta días más. Otro mes; quizá dos. ¿Quién sabe?

Las restricciones para viajes no indispensables de México a Estados Unidos se extendieron hasta el 22 de junio. Las autoridades estadounidenses anunciaron que, de ser necesario, el cierre parcial podría prolongarse hasta que el riesgo de la pandemia se minimice. Pero Arizona tiene más de 14 mil casos confirmados, a pesar de los casi dos meses de cuarentena obligatoria y más de 700 muertos. Que la curva se aplane después de la reapertura gradual del estado se ve cada vez más lejos.

Arizona intenta volver a la “normalidad”, como si eso fuera posible. Los casinos están a reventar, hay largas filas para entrar a las tiendas, se ven decenas de personas sin cubrebocas en los supermercados y los restaurantes con bar cierran hasta la madrugada. El miedo parece evaporarse con el calor. ¿Qué podría pasar si salimos? ¡Bah, de algo nos tenemos que morir!, dicen. Pero que la orden de quedarse en casa haya terminado no significa que el coronavirus se haya ido, sino que hay lugar suficiente en los hospitales para los que caigan con contagios.

Quizá, aunque a Alejandra le duela reconocer, cerrar la frontera no es una mala idea. Tal vez su mamá esté más segura allá. Mientras en México siguen con las medidas de prevención, de este lado del muro sobra la indiferencia… y esa, con el virus, también traspasa fronteras.

La pandemia se convirtió en el muro que tanto deseaba Trump. El coronavirus es una valla humana más poderosa que la cerca de acero y concreto que se ordenó construir en la frontera. A ésta nadie la burla. Irónicamente conveniente durante un periodo electoral. Quizá el coronavirus esté salvando la reelección de Trump.

maritzalizethfelix@gmail.com


CRUZANDO LÍNEAS

Arizona.- Fernando, el hermano de Alejandra, murió la semana pasada en Sonora. Le dio un infarto. A ella se le partió el corazón. No pudo ir al velorio porque si sale de Estados Unidos quién sabe cuándo podría volver. Ella tiene muchos años viviendo en “el otro lado” con visa de turista y viaja solo a renovar su permiso.

Con la pandemia, no quiere arriesgarse; cruzar a México podría significar una ida sin retorno a Phoenix, su casa, a su familia y a todo lo que ha construido en el lado arizonense de la frontera. Vivió el funeral por FaceTime. Lloró con el micrófono en silencio y su cámara en negro. No quería que la vieran destrozada.

Alejandra se autoconsolaba con la idea de que faltaba muy poco para ir a abrazar a su mamá y darle el pésame. La última vez que la sintió cerquita fue en Navidad y se habría despedido con el estómago encogido. El Alzheimer le está borrando los recuerdos y a la mujer de 46 años le da mucho miedo pensar que esa fue la última vez que la reconocería. Sabe que a su mamá, de más de 80 años, no le queda mucho tiempo.

Por eso se desplomó cuando supo que la frontera no reabriría el 20 de mayo. Ya tenía las maletas hechas. Iría a Hermosillo, se quedaría una semana y se traería a su mamá de vuelta. Pero no. Treinta días más. Otro mes; quizá dos. ¿Quién sabe?

Las restricciones para viajes no indispensables de México a Estados Unidos se extendieron hasta el 22 de junio. Las autoridades estadounidenses anunciaron que, de ser necesario, el cierre parcial podría prolongarse hasta que el riesgo de la pandemia se minimice. Pero Arizona tiene más de 14 mil casos confirmados, a pesar de los casi dos meses de cuarentena obligatoria y más de 700 muertos. Que la curva se aplane después de la reapertura gradual del estado se ve cada vez más lejos.

Arizona intenta volver a la “normalidad”, como si eso fuera posible. Los casinos están a reventar, hay largas filas para entrar a las tiendas, se ven decenas de personas sin cubrebocas en los supermercados y los restaurantes con bar cierran hasta la madrugada. El miedo parece evaporarse con el calor. ¿Qué podría pasar si salimos? ¡Bah, de algo nos tenemos que morir!, dicen. Pero que la orden de quedarse en casa haya terminado no significa que el coronavirus se haya ido, sino que hay lugar suficiente en los hospitales para los que caigan con contagios.

Quizá, aunque a Alejandra le duela reconocer, cerrar la frontera no es una mala idea. Tal vez su mamá esté más segura allá. Mientras en México siguen con las medidas de prevención, de este lado del muro sobra la indiferencia… y esa, con el virus, también traspasa fronteras.

La pandemia se convirtió en el muro que tanto deseaba Trump. El coronavirus es una valla humana más poderosa que la cerca de acero y concreto que se ordenó construir en la frontera. A ésta nadie la burla. Irónicamente conveniente durante un periodo electoral. Quizá el coronavirus esté salvando la reelección de Trump.

maritzalizethfelix@gmail.com