/ miércoles 8 de julio de 2020

La pandemia no se va

EL MURO

Hay pandemias que se van en poco tiempo casi sin lastimar, como la del virus H1N1; hay otras que parecen eternas como la del VIH SIDA que inició hace casi un siglo, pero cuya virulencia cundió por el planeta 40 años atrás y desde entonces ha estado entre nosotros, por cierto, sin que tengamos una vacuna.

Hemos vivido tantas experiencias similares de contagios masivos con largas cuarentenas desde hace siglos, suficientes como para haber creado un manual sobre cómo reaccionar en casos similares, pero a estas alturas debería quedarnos claro que las personas no experimentamos en cabeza ajena.

La literatura nos ha legado tres geniales obras que muestran cómo la necedad no es propia de la modernidad ni de las redes sociales, es más, aunque parezca raro, en ésta del Covid19 existe al menos razón para la desconfianza. “Diario del año de la peste”, publicada en 1772, “Los Novios” de 1827 y “La Peste” de 1947 coinciden en exponer una sociedad incrédula del problema, a pesar de que los enfermos caían muertos por las calles, a la vista de todos, con marcas en el cuerpo, enormes bubones, ganglios alterados, extremidades ennegrecidas. Sin importar las evidencias destructivas, la autoridad permitía las actividades en donde se conglomeraba mucha gente y casi todos acudían negando la realidad.

Hoy, que resulta imposible percibir a golpe de vista el microscópico virus, al menos resulta entendible que el ciudadano que no ha vivido la experiencia del contagio personalmente, ni en su entorno cercano, busque explicaciones más terrenales aunque torpes, sobre todo cuando ni la autoridad ni la prensa han estado a la altura, lo cual termina por dejar espacios huecos, que deben ser rellenados con fantasía que resulta ser más satisfactoria que la información imprecisa o deliberadamente sesgada.

Lo que es un hecho es que más allá de que la proyección matemática de contagios y fallecimientos se esté cumpliendo o incluso superando (los modelos matemáticos no ofrecen sentencias proféticas, solo calculan, los resultados finales dependen de nuestros actos), es inevitable la percepción de que las cosas se han salido de control y de que el gobierno busca sobrellevar el problema dejando que el virus fluya, parchando las emergencias, con el fin de evitar su desprestigio previo a las elecciones.

Extrañamente no hemos metido a la discusión el tema de la contaminación ambiental como un poderoso elemento agravante. El estudio “Exposure to air pollution and COVID-19 mortality in the United States: A nationwide cross-sectional study”, que aún no pasa la prueba de revisión de pares (es decir, de otros expertos que básicamente se dedican a encontrarles fallas metodológicas) concluye que la larga exposición a contaminantes en el medio ambiente –un promedio de 15 años, vulnera el sistema respiratorio y el cardiovascular, lo que termina por incrementar significativamente, las probabilidades de morir por Covid o por otros males relacionados…

vicmarcen09@gmail.com


EL MURO

Hay pandemias que se van en poco tiempo casi sin lastimar, como la del virus H1N1; hay otras que parecen eternas como la del VIH SIDA que inició hace casi un siglo, pero cuya virulencia cundió por el planeta 40 años atrás y desde entonces ha estado entre nosotros, por cierto, sin que tengamos una vacuna.

Hemos vivido tantas experiencias similares de contagios masivos con largas cuarentenas desde hace siglos, suficientes como para haber creado un manual sobre cómo reaccionar en casos similares, pero a estas alturas debería quedarnos claro que las personas no experimentamos en cabeza ajena.

La literatura nos ha legado tres geniales obras que muestran cómo la necedad no es propia de la modernidad ni de las redes sociales, es más, aunque parezca raro, en ésta del Covid19 existe al menos razón para la desconfianza. “Diario del año de la peste”, publicada en 1772, “Los Novios” de 1827 y “La Peste” de 1947 coinciden en exponer una sociedad incrédula del problema, a pesar de que los enfermos caían muertos por las calles, a la vista de todos, con marcas en el cuerpo, enormes bubones, ganglios alterados, extremidades ennegrecidas. Sin importar las evidencias destructivas, la autoridad permitía las actividades en donde se conglomeraba mucha gente y casi todos acudían negando la realidad.

Hoy, que resulta imposible percibir a golpe de vista el microscópico virus, al menos resulta entendible que el ciudadano que no ha vivido la experiencia del contagio personalmente, ni en su entorno cercano, busque explicaciones más terrenales aunque torpes, sobre todo cuando ni la autoridad ni la prensa han estado a la altura, lo cual termina por dejar espacios huecos, que deben ser rellenados con fantasía que resulta ser más satisfactoria que la información imprecisa o deliberadamente sesgada.

Lo que es un hecho es que más allá de que la proyección matemática de contagios y fallecimientos se esté cumpliendo o incluso superando (los modelos matemáticos no ofrecen sentencias proféticas, solo calculan, los resultados finales dependen de nuestros actos), es inevitable la percepción de que las cosas se han salido de control y de que el gobierno busca sobrellevar el problema dejando que el virus fluya, parchando las emergencias, con el fin de evitar su desprestigio previo a las elecciones.

Extrañamente no hemos metido a la discusión el tema de la contaminación ambiental como un poderoso elemento agravante. El estudio “Exposure to air pollution and COVID-19 mortality in the United States: A nationwide cross-sectional study”, que aún no pasa la prueba de revisión de pares (es decir, de otros expertos que básicamente se dedican a encontrarles fallas metodológicas) concluye que la larga exposición a contaminantes en el medio ambiente –un promedio de 15 años, vulnera el sistema respiratorio y el cardiovascular, lo que termina por incrementar significativamente, las probabilidades de morir por Covid o por otros males relacionados…

vicmarcen09@gmail.com