/ miércoles 8 de septiembre de 2021

Las palabras deben unirnos

EL MURO

La raza en Mexicali le dice pagoda al kiosko chino de la Morelos y López Mateos, aunque sea impreciso. No hay mucho lugar a donde hacerse cuando la comunidad adopta un nuevo término. Ni miles de correcciones funcionan, al contrario, arraigan el término supuestamente mal dicho. Como pagoda nació y pagoda será para siempre.

Los cachanillas, acostumbrados a las palabras derivadas del inglés, podemos reconocer el sentido del término cuando alguien dice esprayar, pero hoy esa voz ha perdido terreno ante el término esprear, parecida en algo porque ambas tratan sobre rocío. Esprear es distribuir sustancias viscosas, como el poliuretano espreado en un techo, o quizá sea igual a esprayar, cosas de la lengua vernácula. Ya veremos cuál de los términos resulta triunfador.

No existe lo bien o lo mal dicho en un idioma, por más rabietas hechas por los puristas del lenguaje, o por aquellos quienes ante la falta de algún talento ven en la corrección gramatical su única virtud. Algunas gentes aún dicen cantastes o bailastes, porque originalmente así se estilaba, pero en el siglo XVII hubo ajustes para evitar confusiones con los pronombres personales no porque estuviera mal: Entre el Tú amastes y Vosotros amastes, quedó Tú amaste, convertido al poco tiempo en Tú amasteis, es decir, regresando al plural. Por eso, con justa razón gramatical, mucha gente pluraliza la segunda persona: ¿A dónde fuistes? ¿ya comistes?

Uno de los más curiosos, innovadores, realistas y sensatos de los muchos tratados o manuales gramaticales surgidos hace siglos, es el de Gonzalo Correa, quien en 1630 establecía: “… ezcrivamos ko mo se pronunzia i pronunziemos komo se eskrive, kon deskanso i fazilidad, sonando kada letra un sonido no más”.

Antonio Alatorre, en “Los 1001 años de la lengua española” considera el nacimiento de la lingüística como una forma de no horrorizarse ante los presuntos errores del pueblo y mucho menos profesionalizar el horror, sino más bien profesionalizar “la voluntad de no horrorizarse de nada, o sea la voluntad de entender”.

Nacos o fifís, ricos o pobres, iletrados o ilustrados, todos hacemos la lengua, y aquí en Mexicali, juntos, todos creamos nuestra forma peculiar de entendernos utilizando un idioma en constante evolución pero acotado por estructuras invisibles, como una mano reguladora, una quien decide si a esa ocurrencia lingüística valdrá la pena darle el visto bueno. Nos la llevamos peleando por muchas razones, ojalá podamos excluir a las palabras de los motivos de confrontación, mejor busquemos una forma para ser unidos por ellas.

EL MURO

La raza en Mexicali le dice pagoda al kiosko chino de la Morelos y López Mateos, aunque sea impreciso. No hay mucho lugar a donde hacerse cuando la comunidad adopta un nuevo término. Ni miles de correcciones funcionan, al contrario, arraigan el término supuestamente mal dicho. Como pagoda nació y pagoda será para siempre.

Los cachanillas, acostumbrados a las palabras derivadas del inglés, podemos reconocer el sentido del término cuando alguien dice esprayar, pero hoy esa voz ha perdido terreno ante el término esprear, parecida en algo porque ambas tratan sobre rocío. Esprear es distribuir sustancias viscosas, como el poliuretano espreado en un techo, o quizá sea igual a esprayar, cosas de la lengua vernácula. Ya veremos cuál de los términos resulta triunfador.

No existe lo bien o lo mal dicho en un idioma, por más rabietas hechas por los puristas del lenguaje, o por aquellos quienes ante la falta de algún talento ven en la corrección gramatical su única virtud. Algunas gentes aún dicen cantastes o bailastes, porque originalmente así se estilaba, pero en el siglo XVII hubo ajustes para evitar confusiones con los pronombres personales no porque estuviera mal: Entre el Tú amastes y Vosotros amastes, quedó Tú amaste, convertido al poco tiempo en Tú amasteis, es decir, regresando al plural. Por eso, con justa razón gramatical, mucha gente pluraliza la segunda persona: ¿A dónde fuistes? ¿ya comistes?

Uno de los más curiosos, innovadores, realistas y sensatos de los muchos tratados o manuales gramaticales surgidos hace siglos, es el de Gonzalo Correa, quien en 1630 establecía: “… ezcrivamos ko mo se pronunzia i pronunziemos komo se eskrive, kon deskanso i fazilidad, sonando kada letra un sonido no más”.

Antonio Alatorre, en “Los 1001 años de la lengua española” considera el nacimiento de la lingüística como una forma de no horrorizarse ante los presuntos errores del pueblo y mucho menos profesionalizar el horror, sino más bien profesionalizar “la voluntad de no horrorizarse de nada, o sea la voluntad de entender”.

Nacos o fifís, ricos o pobres, iletrados o ilustrados, todos hacemos la lengua, y aquí en Mexicali, juntos, todos creamos nuestra forma peculiar de entendernos utilizando un idioma en constante evolución pero acotado por estructuras invisibles, como una mano reguladora, una quien decide si a esa ocurrencia lingüística valdrá la pena darle el visto bueno. Nos la llevamos peleando por muchas razones, ojalá podamos excluir a las palabras de los motivos de confrontación, mejor busquemos una forma para ser unidos por ellas.