/ martes 24 de noviembre de 2020

Lo que usted diga señor Presidente

CRUZANDO LÍNEAS

Arizona.- Aceptar que su “gallo” perdió es como admitir que es el principio del fin. Sí, a Doug Ducey le cuesta mucho trabajo resignarse a que mientras él ocupa la torre ejecutiva del gobierno estatal, Arizona se le va de las manos.

Fue su servilismo a Donald Trump, su descaro, el inconsistente manejo de la pandemia y sus oxidadas habilidades de negociador las que le pusieron en bandeja de plata el Estado a sus contrincantes demócratas. Le asusta saber que en dos años quizá tenga que entregar también la gubernatura. Por eso no hay una felicitación formal al presidente electo Joe Biden. ¿Cómo? Si aún no se certifican los resultados electorales, hay que tener paciencia, piensa. Pero baja el cero y no toca; Trump, ni con magia, logra darle la voltereta al resultado. En Arizona, el republicano perdió el voto popular y el electoral.

Trump y su aliada Martha McSally dividieron al partido; los republicanos de hueso colorado hicieron algo distinto: Marcaron rojo en las contiendas locales, pero en las federales optaron por demócratas o independiente. Así de hartos los tenía. Se arrepintieron a tiempo; no quisieron que su fanatismo político les costara otros cuatro años de penitencia.

Ducey sabe que en esta batalla no ganará. Doblar el brazo y concederle la victoria a Biden significa perder el apoyo de la base más conservadora del Partido Republicano y, con ello, sus aspiraciones políticas estatales y federales. Seguir con la negación, por otro lado, es como abofetear a un pueblo que se niega a irse a los extremos. Si la pandemia lo había sepultado, su devoción a Trump podría convertirse en un tiro de gracia.

Arizona está dándole vuelta a una página que él quiere arrancar. No se puede. Le toca fajarse los pantalones y convertirse en el líder para el que fue electo: Un gobernador para todos y no un títere político de un Presidente que va de salida. A Trump lo corrieron los estadounidenses; a Ducey no lo salvarían ahora tampoco los arizonenses.

Pero el gobernador no se atreve a romper lazos, aunque eso le cueste todo. Le apuesta a su gallo hasta la muerte. Su postura ha sido clara: Lo que usted diga, señor Presidente. Cuando Trump quiso subir los aranceles como medida represiva para México, Ducey lo apoyó sin chistar; cuando Trump quiso mandar la Guardia Nacional a la frontera, Ducey aplaudió el despilfarro de recursos públicos; cuando Trump quiso acelerar la reapertura en la pandemia, Ducey apresuró las medidas para seguir las recomendaciones presidenciales; cuando Trump aseguró que esta elección fue un fraude, Ducey lo apoyó en una complicidad disfrazada de un clamor por paciencia para el pueblo.

¿Para eso le estamos pagando? Ducey es el muro que Trump construyó en su mandato; el gobernador de Arizona es la ofrenda de sumisión para el Presidente.

CRUZANDO LÍNEAS

Arizona.- Aceptar que su “gallo” perdió es como admitir que es el principio del fin. Sí, a Doug Ducey le cuesta mucho trabajo resignarse a que mientras él ocupa la torre ejecutiva del gobierno estatal, Arizona se le va de las manos.

Fue su servilismo a Donald Trump, su descaro, el inconsistente manejo de la pandemia y sus oxidadas habilidades de negociador las que le pusieron en bandeja de plata el Estado a sus contrincantes demócratas. Le asusta saber que en dos años quizá tenga que entregar también la gubernatura. Por eso no hay una felicitación formal al presidente electo Joe Biden. ¿Cómo? Si aún no se certifican los resultados electorales, hay que tener paciencia, piensa. Pero baja el cero y no toca; Trump, ni con magia, logra darle la voltereta al resultado. En Arizona, el republicano perdió el voto popular y el electoral.

Trump y su aliada Martha McSally dividieron al partido; los republicanos de hueso colorado hicieron algo distinto: Marcaron rojo en las contiendas locales, pero en las federales optaron por demócratas o independiente. Así de hartos los tenía. Se arrepintieron a tiempo; no quisieron que su fanatismo político les costara otros cuatro años de penitencia.

Ducey sabe que en esta batalla no ganará. Doblar el brazo y concederle la victoria a Biden significa perder el apoyo de la base más conservadora del Partido Republicano y, con ello, sus aspiraciones políticas estatales y federales. Seguir con la negación, por otro lado, es como abofetear a un pueblo que se niega a irse a los extremos. Si la pandemia lo había sepultado, su devoción a Trump podría convertirse en un tiro de gracia.

Arizona está dándole vuelta a una página que él quiere arrancar. No se puede. Le toca fajarse los pantalones y convertirse en el líder para el que fue electo: Un gobernador para todos y no un títere político de un Presidente que va de salida. A Trump lo corrieron los estadounidenses; a Ducey no lo salvarían ahora tampoco los arizonenses.

Pero el gobernador no se atreve a romper lazos, aunque eso le cueste todo. Le apuesta a su gallo hasta la muerte. Su postura ha sido clara: Lo que usted diga, señor Presidente. Cuando Trump quiso subir los aranceles como medida represiva para México, Ducey lo apoyó sin chistar; cuando Trump quiso mandar la Guardia Nacional a la frontera, Ducey aplaudió el despilfarro de recursos públicos; cuando Trump quiso acelerar la reapertura en la pandemia, Ducey apresuró las medidas para seguir las recomendaciones presidenciales; cuando Trump aseguró que esta elección fue un fraude, Ducey lo apoyó en una complicidad disfrazada de un clamor por paciencia para el pueblo.

¿Para eso le estamos pagando? Ducey es el muro que Trump construyó en su mandato; el gobernador de Arizona es la ofrenda de sumisión para el Presidente.