/ viernes 23 de octubre de 2020

Los Cienfuegos que vienen

El presidente López Obrador no logra todavía tener una narrativa coherente de la mecánica del arresto del ex secretario de la Defensa Nacional. Un día dice que ya sabía de la posible detención y, en otro, exige a los vecinos del norte que le informen. La inconsistencia es patética.

Hablemos de historia. El golpe atestado a la credibilidad del Ejército con la detención de Salvador Cienfuegos, ha puesto de nueva cuenta al descubierto los añejos circuitos de complicidades entre la clase política mexicana, la DEA, la CIA y los diversos grupos de narcotraficantes. Este trinomio se desarrolló y reprodujo durante años. Todos ganaban jugosos ingresos económicos y una relativa estabilidad nacional.

El papel que han jugado las agencias estadounidenses es más que evidente. Simulaban “fuertes golpes al crimen” en territorio mexicano, pero en realidad dosificaron sus acciones, pactaron y escogieron interlocutores. Su intervención era permitida y avalada por los grupos en el poder. A cambio, México conseguía la “aprobación” como país que luchaba contra las drogas.

Desde el imperio construido por Félix Gallardo y su “Federación”, la múltiple red de protección se convirtió en el instrumento preferido para premiar o castigar a grupos delictivos. La CIA y después la DEA acompañaron todos estos procesos con autorización de altos funcionarios del Departamento de Justicia. Así, la autollamada “Federación” impulsó el crecimiento de los hermanos Arellano en Tijuana; Amado Carrillo, el “Señor de los Cielos”, en Ciudad Juárez; del “Güero” Palma en Sinaloa; Ernesto Fonseca, “Don Neto”, de Caro Quintero y Juan José Esparragoza, “El Azul”, entre otros, los cuales crecieron y se expandieron bajo la protección del gobierno (incluso disponían de credenciales de la tenebrosa Dirección Federal de Seguridad).

El asesinato del agente de la DEA, “Kiki” Camarena, lo que deterioró momentáneamente las relaciones con el narcotráfico. Sin embargo, a raíz de la detención de Gallardo se presentó una nueva correlación de fuerzas. Emergió “El Chapo” Guzmán, “El Mayo” Zambada, Amado Carrillo, entre otros, como las nuevas cabezas. El acuerdo con el gobierno era respetar territorios y evitar la violencia. La DEA también entró al acuerdo, aunque con un nuevo ingrediente: La Marina, ahora su fuerza confiable.

pedropenaloza@yahoo.com


El presidente López Obrador no logra todavía tener una narrativa coherente de la mecánica del arresto del ex secretario de la Defensa Nacional. Un día dice que ya sabía de la posible detención y, en otro, exige a los vecinos del norte que le informen. La inconsistencia es patética.

Hablemos de historia. El golpe atestado a la credibilidad del Ejército con la detención de Salvador Cienfuegos, ha puesto de nueva cuenta al descubierto los añejos circuitos de complicidades entre la clase política mexicana, la DEA, la CIA y los diversos grupos de narcotraficantes. Este trinomio se desarrolló y reprodujo durante años. Todos ganaban jugosos ingresos económicos y una relativa estabilidad nacional.

El papel que han jugado las agencias estadounidenses es más que evidente. Simulaban “fuertes golpes al crimen” en territorio mexicano, pero en realidad dosificaron sus acciones, pactaron y escogieron interlocutores. Su intervención era permitida y avalada por los grupos en el poder. A cambio, México conseguía la “aprobación” como país que luchaba contra las drogas.

Desde el imperio construido por Félix Gallardo y su “Federación”, la múltiple red de protección se convirtió en el instrumento preferido para premiar o castigar a grupos delictivos. La CIA y después la DEA acompañaron todos estos procesos con autorización de altos funcionarios del Departamento de Justicia. Así, la autollamada “Federación” impulsó el crecimiento de los hermanos Arellano en Tijuana; Amado Carrillo, el “Señor de los Cielos”, en Ciudad Juárez; del “Güero” Palma en Sinaloa; Ernesto Fonseca, “Don Neto”, de Caro Quintero y Juan José Esparragoza, “El Azul”, entre otros, los cuales crecieron y se expandieron bajo la protección del gobierno (incluso disponían de credenciales de la tenebrosa Dirección Federal de Seguridad).

El asesinato del agente de la DEA, “Kiki” Camarena, lo que deterioró momentáneamente las relaciones con el narcotráfico. Sin embargo, a raíz de la detención de Gallardo se presentó una nueva correlación de fuerzas. Emergió “El Chapo” Guzmán, “El Mayo” Zambada, Amado Carrillo, entre otros, como las nuevas cabezas. El acuerdo con el gobierno era respetar territorios y evitar la violencia. La DEA también entró al acuerdo, aunque con un nuevo ingrediente: La Marina, ahora su fuerza confiable.

pedropenaloza@yahoo.com


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