/ lunes 2 de abril de 2018

Los periódicos cambian

EL MURO

Cabecear, escribir el titular de una nota, es un arte que requiere de habilidades poco reconocidas: Capacidad de síntesis, redacción precisa, coherencia discursiva, porque en pocas palabras la frase debe informar sobre un hecho que duró horas.

Lo del cabeceo se parece más a lo que un escritor de microrrelatos realiza, pongamos como ejemplo el más corto en español, escrito por Juan Pedro Aparicio: “Luis XIV. Yo” o el segundo más corto, el de

Luis Felipe Lomelí, “El emigrante -¿Olvida usted algo?- ¡Ojalá!”.

Hubo un tiempo en que muy probablemente el editor tenía en mente al principal promotor de ventas del periódico, el voceador, así que había no solo qué cuadrar las palabras para que cupieran en las ocho columnas, sino pensar en que tuvieran ritmo para lograr una bella sonoridad al momento de gritar el titular.

Ahora los voceadores no pregonan y el diario impreso pasó de ser la principal fuente de información, a un complemento de lo que se transmite por redes sociales cibernéticas. Son bellas tradiciones que se fueron, como la de escribir corridos sobre acontecimientos noticiosos extraordinarios.

Agustín Sánchez González tiene un genial libro “Un dulce sabor a muerte”, donde recopila los más sonados casos de mujeres asesinas en el país a finales del siglo XIX e inicios del XX, en el que el común denominador es el corrido publicado en los diarios: “Tomasa Lugo se llama/la humana fiera señores/que a su sobrina María/dio mil tormentos atroces”.

Es como si en el caso de Delia Isabel Verdugo, la mujer que fue desmembrada, la prensa local hubiera publicado algo así: “Cual si fuera un cruel cuento/ supimos de Delia Verdugo/ de su asesinato cruento/ por el hombre que fue su yugo…”.

Pero sea como sea, aunque a algunos nos desagrade, las tradiciones no son eternas, se suplen por las nuevas que servirán de nostalgia a la generación actual cuando envejezca porque la vida es un constante cambio, aunque a veces ni cuenta nos demos.

Muchos crecimos con los diarios impresos como la única fuente fiable para informarnos, no porque la radio o la televisión fueran desconfiables, sino por la larga tradición que el papel se carga, la cual data desde la era de los romanos, quienes distribuían el “Acta Diurna” o los chinos en el año 713, con su “Kaiyuan Za Bao” (“Noticias Mezcladas”).

Los periódicos eran grandes, no en balde uno de los formatos se le conoce como “sábana”, pero además eran voluminosos, sobre todo los domingos, cuando los niños hacíamos a un lado todas las secciones para quedarnos con el suplemento de los comics.

Ahora, las redes sociales han reformado la manera en que nos informamos, algo que ya de por sí se había modificado a principios de siglo con el surgimiento de páginas webs. Poco a poco, el enorme ejemplar de periódico irá quedando atrás, pero eso sí, que nadie se atreva a hacer una predicción sobre el futuro del periodismo porque igual mañana desaparecen las redes sociales. Entretanto, bienvenido sea el nuevo formato de “La Voz”.

vicmarcen09@gmail.com



EL MURO

Cabecear, escribir el titular de una nota, es un arte que requiere de habilidades poco reconocidas: Capacidad de síntesis, redacción precisa, coherencia discursiva, porque en pocas palabras la frase debe informar sobre un hecho que duró horas.

Lo del cabeceo se parece más a lo que un escritor de microrrelatos realiza, pongamos como ejemplo el más corto en español, escrito por Juan Pedro Aparicio: “Luis XIV. Yo” o el segundo más corto, el de

Luis Felipe Lomelí, “El emigrante -¿Olvida usted algo?- ¡Ojalá!”.

Hubo un tiempo en que muy probablemente el editor tenía en mente al principal promotor de ventas del periódico, el voceador, así que había no solo qué cuadrar las palabras para que cupieran en las ocho columnas, sino pensar en que tuvieran ritmo para lograr una bella sonoridad al momento de gritar el titular.

Ahora los voceadores no pregonan y el diario impreso pasó de ser la principal fuente de información, a un complemento de lo que se transmite por redes sociales cibernéticas. Son bellas tradiciones que se fueron, como la de escribir corridos sobre acontecimientos noticiosos extraordinarios.

Agustín Sánchez González tiene un genial libro “Un dulce sabor a muerte”, donde recopila los más sonados casos de mujeres asesinas en el país a finales del siglo XIX e inicios del XX, en el que el común denominador es el corrido publicado en los diarios: “Tomasa Lugo se llama/la humana fiera señores/que a su sobrina María/dio mil tormentos atroces”.

Es como si en el caso de Delia Isabel Verdugo, la mujer que fue desmembrada, la prensa local hubiera publicado algo así: “Cual si fuera un cruel cuento/ supimos de Delia Verdugo/ de su asesinato cruento/ por el hombre que fue su yugo…”.

Pero sea como sea, aunque a algunos nos desagrade, las tradiciones no son eternas, se suplen por las nuevas que servirán de nostalgia a la generación actual cuando envejezca porque la vida es un constante cambio, aunque a veces ni cuenta nos demos.

Muchos crecimos con los diarios impresos como la única fuente fiable para informarnos, no porque la radio o la televisión fueran desconfiables, sino por la larga tradición que el papel se carga, la cual data desde la era de los romanos, quienes distribuían el “Acta Diurna” o los chinos en el año 713, con su “Kaiyuan Za Bao” (“Noticias Mezcladas”).

Los periódicos eran grandes, no en balde uno de los formatos se le conoce como “sábana”, pero además eran voluminosos, sobre todo los domingos, cuando los niños hacíamos a un lado todas las secciones para quedarnos con el suplemento de los comics.

Ahora, las redes sociales han reformado la manera en que nos informamos, algo que ya de por sí se había modificado a principios de siglo con el surgimiento de páginas webs. Poco a poco, el enorme ejemplar de periódico irá quedando atrás, pero eso sí, que nadie se atreva a hacer una predicción sobre el futuro del periodismo porque igual mañana desaparecen las redes sociales. Entretanto, bienvenido sea el nuevo formato de “La Voz”.

vicmarcen09@gmail.com