/ martes 19 de marzo de 2019

Matar periodistas

El Muro


En la primavera de 1994 el país atravesaba por conflictos sociopolíticos que generaban tensión, como la irrupción de la guerrilla en Chiapas sumado al crimen del candidato priísta a la Presidencia, Luis Donaldo Colosio, cuya campaña no levantaba.

En ese ambiente, aquí en Mexicali a un estudiante universitario aspirante a reportero se le ocurrió hacer una broma disfrazada de experimento social: Se colocó un pasamontañas estilo subcomandante Marcos, para luego realizar una caminata por el Centro de Gobierno, una aventura que duró poco porque de inmediato arribaron las fuerzas de seguridad.

El jovencito enmascarado resultó ser Santiago Barroso Alfaro, quien en aquel entonces ganó notoriedad en los informativos, aunque de los resultados del experimento nunca supimos algo.

Justo 25 años después de ese evento, Santiago Barroso Alfaro el periodista, fue asesinado a tiros el pasado viernes 15 en su residencia en San Luis Río Colorado y aunque su muerte pudo deberse a una razón no necesariamente atribuible a su tarea periodística (será la autoridad la que determine el motivo), los que nos dedicamos a esto siempre mostraremos preocupación porque el crimen reporteril es la manifestación más clara de un clima laboral inestable que sí tiene repercusión social.

Porque si bien el periodismo no resuelve problemas, sí es una institución con reconocimiento social milenario y autoridad moral para exhibir hechos que rompen con el orden. En una comunidad funcional, un periodista detecta una falla, la expone con pruebas a la espera de que alguien del Gobierno la resuelva conforme a Derecho.

En una comunidad disfuncional, un periodista reporta un acto solo para que la persona señalada haga justicia por su mano, matando al reportero y lo peor, quedando sin castigo. Claro que el periodismo es víctima de sus limitaciones porque en una comunidad funcional el nivel de preparación, el compromiso permanente con el estudio, la lectura de textos alternativos a los de su profesión, es la norma y esa condición amplía la capacidad de ver más allá para explorar vías alternas, innovar en el recurso discursivo, en la forma en que se presentan trabajos potencialmente riesgosos, mientras que en una comunidad disfuncional el periodista es un océano de conocimientos poco profundo.

El panorama no es alentador para los periodistas de nuestra comunidad, sobre todo porque la autoridad -responsable de hacer valer las leyes- está sumida en una crisis a causa de actos deshonestos denunciados por la prensa, a menos que sean los propios reporteros quienes diseñen e implementen una estrategia operativa funcional y para eso cuentan con mi apoyo.

El Muro


En la primavera de 1994 el país atravesaba por conflictos sociopolíticos que generaban tensión, como la irrupción de la guerrilla en Chiapas sumado al crimen del candidato priísta a la Presidencia, Luis Donaldo Colosio, cuya campaña no levantaba.

En ese ambiente, aquí en Mexicali a un estudiante universitario aspirante a reportero se le ocurrió hacer una broma disfrazada de experimento social: Se colocó un pasamontañas estilo subcomandante Marcos, para luego realizar una caminata por el Centro de Gobierno, una aventura que duró poco porque de inmediato arribaron las fuerzas de seguridad.

El jovencito enmascarado resultó ser Santiago Barroso Alfaro, quien en aquel entonces ganó notoriedad en los informativos, aunque de los resultados del experimento nunca supimos algo.

Justo 25 años después de ese evento, Santiago Barroso Alfaro el periodista, fue asesinado a tiros el pasado viernes 15 en su residencia en San Luis Río Colorado y aunque su muerte pudo deberse a una razón no necesariamente atribuible a su tarea periodística (será la autoridad la que determine el motivo), los que nos dedicamos a esto siempre mostraremos preocupación porque el crimen reporteril es la manifestación más clara de un clima laboral inestable que sí tiene repercusión social.

Porque si bien el periodismo no resuelve problemas, sí es una institución con reconocimiento social milenario y autoridad moral para exhibir hechos que rompen con el orden. En una comunidad funcional, un periodista detecta una falla, la expone con pruebas a la espera de que alguien del Gobierno la resuelva conforme a Derecho.

En una comunidad disfuncional, un periodista reporta un acto solo para que la persona señalada haga justicia por su mano, matando al reportero y lo peor, quedando sin castigo. Claro que el periodismo es víctima de sus limitaciones porque en una comunidad funcional el nivel de preparación, el compromiso permanente con el estudio, la lectura de textos alternativos a los de su profesión, es la norma y esa condición amplía la capacidad de ver más allá para explorar vías alternas, innovar en el recurso discursivo, en la forma en que se presentan trabajos potencialmente riesgosos, mientras que en una comunidad disfuncional el periodista es un océano de conocimientos poco profundo.

El panorama no es alentador para los periodistas de nuestra comunidad, sobre todo porque la autoridad -responsable de hacer valer las leyes- está sumida en una crisis a causa de actos deshonestos denunciados por la prensa, a menos que sean los propios reporteros quienes diseñen e implementen una estrategia operativa funcional y para eso cuentan con mi apoyo.