/ martes 8 de junio de 2021

México, de nuevo el país de paso

CRUZANDO LÍNEAS

Lucio es nómada. Huyó de Guatemala hace dos años y desde entonces vive en México. Va de Chiapas a Tijuana en busca de trabajo y regresa a Chihuahua para estar con su familia por temporadas. Él tuvo que sacrificar la estabilidad para poder comer, para que nada le falte a su pareja y a su hija pequeña porque de la caridad no se puede vivir por siempre.

Esta semana Lucio decidió ya no viajar más. Se acomodó en el cuarto que su familia comparte con otros migrantes en Ciudad Juárez y planear su estrategia para cuando pueda cruzar “al gabacho”. Se emocionó mucho cuando le contaron que el presidente Biden puso fin a la política migratoria “Permanecer en México”. Presiente que ya casi le toca cruzar, aunque sabe que quizá no le den el asilo, pero se conforma con la posibilidad de llegar a Estados Unidos a esperar su audiencia en Corte.

Hubo momentos en el que se desesperó porque parecía que jamás se abriría la frontera para él y su familia. Su esposa se negó a cruzar ilegalmente a Estados Unidos y le decía una y otra vez que hacer las cosas bien les daría su recompensa. Pero Lucio se sentía estancado y ansioso… Desde febrero cruzaron más de 11 mil solicitantes de asilo y él no era uno de ellos. Ahora confía que pronto le llegará su turno.

El guatemalteco nunca se acostumbró a México, dice que se le parece mucho a su país. “Entre más al Norte se vive mejor”, piensa. Por eso quiere llegar a la Unión Americana; asegura que ya lo están esperando y tiene “apalabrado un jale”; sí, “jale”, Lucio habla ya como mexicano.

Si le hubieran dado a escoger, jamás se hubiera quedado en México; el país que le ha dado cobijo por más de dos años es -para él- la factura que tiene que pagar por querer cumplir su “sueño americano”. Cuando salió de Guatemala, él pensó que solo sería un punto intermedio temporal, pero no fue así. Sin embargo, con el anuncio del presidente Biden, México vuelve a ser país de paso para miles de migrantes centroamericanos como Lucio. Ahora es una vez más la parada obligatoria, pero no el destino. Para muchos centroamericanos es la cuota o el sacrificio inevitable para llegar al Norte, allá donde les han contado que la vida es mejor que en sus países.

La administración Biden está destruyendo las ordenanzas que dejó Donald Trump como su legado. Lo hace poco a poco, con una perspectiva más humana frente al fenómeno migratorio. México se lo agradece; así deja de ser la coladera o filtro de un país poderoso que tiene un sistema migratorio obsoleto y por demás ineficiente.

Pero el fenómeno migratorio no termina con una resolución presidencial. Muchos migrantes adoptaron a México como su hogar y no se quieren ir. Su “sueño americano” se convirtió en el mexicano y han echado raíces quizá lejos de la frontera. Otros miles seguirán varados, porque nada se cambia, transforma o sana de la noche a la mañana. Quizá en unos meses -o años- volverá esa aparente calma que se vivía antes de las caravanas, antes de que los mexicanos nos viéramos obligados a vernos en el espejo: Somos un pueblo migrante y de migrantes. Nos cuesta aceptarlo.


CRUZANDO LÍNEAS

Lucio es nómada. Huyó de Guatemala hace dos años y desde entonces vive en México. Va de Chiapas a Tijuana en busca de trabajo y regresa a Chihuahua para estar con su familia por temporadas. Él tuvo que sacrificar la estabilidad para poder comer, para que nada le falte a su pareja y a su hija pequeña porque de la caridad no se puede vivir por siempre.

Esta semana Lucio decidió ya no viajar más. Se acomodó en el cuarto que su familia comparte con otros migrantes en Ciudad Juárez y planear su estrategia para cuando pueda cruzar “al gabacho”. Se emocionó mucho cuando le contaron que el presidente Biden puso fin a la política migratoria “Permanecer en México”. Presiente que ya casi le toca cruzar, aunque sabe que quizá no le den el asilo, pero se conforma con la posibilidad de llegar a Estados Unidos a esperar su audiencia en Corte.

Hubo momentos en el que se desesperó porque parecía que jamás se abriría la frontera para él y su familia. Su esposa se negó a cruzar ilegalmente a Estados Unidos y le decía una y otra vez que hacer las cosas bien les daría su recompensa. Pero Lucio se sentía estancado y ansioso… Desde febrero cruzaron más de 11 mil solicitantes de asilo y él no era uno de ellos. Ahora confía que pronto le llegará su turno.

El guatemalteco nunca se acostumbró a México, dice que se le parece mucho a su país. “Entre más al Norte se vive mejor”, piensa. Por eso quiere llegar a la Unión Americana; asegura que ya lo están esperando y tiene “apalabrado un jale”; sí, “jale”, Lucio habla ya como mexicano.

Si le hubieran dado a escoger, jamás se hubiera quedado en México; el país que le ha dado cobijo por más de dos años es -para él- la factura que tiene que pagar por querer cumplir su “sueño americano”. Cuando salió de Guatemala, él pensó que solo sería un punto intermedio temporal, pero no fue así. Sin embargo, con el anuncio del presidente Biden, México vuelve a ser país de paso para miles de migrantes centroamericanos como Lucio. Ahora es una vez más la parada obligatoria, pero no el destino. Para muchos centroamericanos es la cuota o el sacrificio inevitable para llegar al Norte, allá donde les han contado que la vida es mejor que en sus países.

La administración Biden está destruyendo las ordenanzas que dejó Donald Trump como su legado. Lo hace poco a poco, con una perspectiva más humana frente al fenómeno migratorio. México se lo agradece; así deja de ser la coladera o filtro de un país poderoso que tiene un sistema migratorio obsoleto y por demás ineficiente.

Pero el fenómeno migratorio no termina con una resolución presidencial. Muchos migrantes adoptaron a México como su hogar y no se quieren ir. Su “sueño americano” se convirtió en el mexicano y han echado raíces quizá lejos de la frontera. Otros miles seguirán varados, porque nada se cambia, transforma o sana de la noche a la mañana. Quizá en unos meses -o años- volverá esa aparente calma que se vivía antes de las caravanas, antes de que los mexicanos nos viéramos obligados a vernos en el espejo: Somos un pueblo migrante y de migrantes. Nos cuesta aceptarlo.