/ lunes 3 de mayo de 2021

Rasgarse las vestiduras

EL AGUA DEL MOLINO

No es verdad que se rasgue uno las vestiduras, que se escandalice con excesiva ira, que exagere o dramatice en demasía. El Presidente de la República se equivoca al suponer que eso hacemos los intelectuales que él llama “rosa” o “conservadores”, tildándonos así por ser de una clase y costumbres contrarias a las innovaciones y cambios.

Olvida el Presidente que no es cosa de color ni de estancación o parálisis de hábitos y carácter, o sea, el afán de detener y parar el curso y corriente de la evolución. No es verdad. Y olvida que todo el que piensa es intelectual, incluso él, cuando con su entendimiento se ha inclinado por lo espiritual e incorporal.

No es verdad que uno se rasgue las vestiduras, sino que defiende, defendemos, la integridad de una institución que como la Suprema Corte de Justicia de la Nación es imprescindible lo quieran o no sus ministros o sus detractores o sus observadores indiferentes ante el posible desastre. Intelectuales somos todos los que pensamos y opinamos, siendo el valor o sentido de tal intelectualidad la diversidad o variedad de criterios que en conjunto forman un mosaico que se llama opinión pública; opinión ésta que opina en “diversidad unitaria” si vale el término. Y eso es la democracia, “unidad diversa”, lo cual no es un contrasentido, sino la razón de ser de la democracia, por lo que la Suprema Corte es su instancia constitucional.

Por eso defenderla no es rasgar ninguna vestidura. Es en cambio coser lo rasgado, lo roto, lo averiado por los que desconocen el valor de una institución de tal magnitud.

En efecto, el ideal de la democracia, dice Kelsen en “Esencia y Valor de la Democracia” envuelve la ausencia de dirigentes y no deja lugar a los temperamentos de caudillo; aunque él mismo reconoce que “el ideal de la libertad democrática, la ausencia de imperantes y caudillos, no es ni remotamente realizable, porque la realidad social lleva consigo el gobierno y el caudillaje, quedando solo por resolver cómo formar la voluntad imperante y cómo crear al caudillo”. Pero en suma, el caudillo es intolerable, lo que México ha registrado puntualmente en su historia. El caudillo es antidemocrático.

Por cierto, en su célebre discurso de Gettysburg, el gran Presidente norteamericano definió la democracia. Aquí la voluntad imperante es ciento por ciento popular y el caudillo se somete a ella, se diluye en ella o se pierde en el oprobio. Por último, si tuviéramos a la vista diez hombres sabios, notables, cultos, doctos en Derecho, ¿dónde los pondríamos o ubicaríamos? Solos y aislados serían ejemplos notables de grandeza humana, pero necesitarían una institución, un espacio exclusivo en el que desarrollarse y trabajar. Esa es la Suprema Corte.

En tal virtud hay que defenderla, aparte de que lo hagan o no sus ministros. Defensa que no implica rasgarse las vestiduras, ni ser conservador, ni ser tampoco un figurín atildado. No hay que confundir los términos, ni ofender que es ofenderse. Mejor es dejar a buen resguardo su inteligencia y no empañar la que sin duda usted tiene señor Presidente.


EL AGUA DEL MOLINO

No es verdad que se rasgue uno las vestiduras, que se escandalice con excesiva ira, que exagere o dramatice en demasía. El Presidente de la República se equivoca al suponer que eso hacemos los intelectuales que él llama “rosa” o “conservadores”, tildándonos así por ser de una clase y costumbres contrarias a las innovaciones y cambios.

Olvida el Presidente que no es cosa de color ni de estancación o parálisis de hábitos y carácter, o sea, el afán de detener y parar el curso y corriente de la evolución. No es verdad. Y olvida que todo el que piensa es intelectual, incluso él, cuando con su entendimiento se ha inclinado por lo espiritual e incorporal.

No es verdad que uno se rasgue las vestiduras, sino que defiende, defendemos, la integridad de una institución que como la Suprema Corte de Justicia de la Nación es imprescindible lo quieran o no sus ministros o sus detractores o sus observadores indiferentes ante el posible desastre. Intelectuales somos todos los que pensamos y opinamos, siendo el valor o sentido de tal intelectualidad la diversidad o variedad de criterios que en conjunto forman un mosaico que se llama opinión pública; opinión ésta que opina en “diversidad unitaria” si vale el término. Y eso es la democracia, “unidad diversa”, lo cual no es un contrasentido, sino la razón de ser de la democracia, por lo que la Suprema Corte es su instancia constitucional.

Por eso defenderla no es rasgar ninguna vestidura. Es en cambio coser lo rasgado, lo roto, lo averiado por los que desconocen el valor de una institución de tal magnitud.

En efecto, el ideal de la democracia, dice Kelsen en “Esencia y Valor de la Democracia” envuelve la ausencia de dirigentes y no deja lugar a los temperamentos de caudillo; aunque él mismo reconoce que “el ideal de la libertad democrática, la ausencia de imperantes y caudillos, no es ni remotamente realizable, porque la realidad social lleva consigo el gobierno y el caudillaje, quedando solo por resolver cómo formar la voluntad imperante y cómo crear al caudillo”. Pero en suma, el caudillo es intolerable, lo que México ha registrado puntualmente en su historia. El caudillo es antidemocrático.

Por cierto, en su célebre discurso de Gettysburg, el gran Presidente norteamericano definió la democracia. Aquí la voluntad imperante es ciento por ciento popular y el caudillo se somete a ella, se diluye en ella o se pierde en el oprobio. Por último, si tuviéramos a la vista diez hombres sabios, notables, cultos, doctos en Derecho, ¿dónde los pondríamos o ubicaríamos? Solos y aislados serían ejemplos notables de grandeza humana, pero necesitarían una institución, un espacio exclusivo en el que desarrollarse y trabajar. Esa es la Suprema Corte.

En tal virtud hay que defenderla, aparte de que lo hagan o no sus ministros. Defensa que no implica rasgarse las vestiduras, ni ser conservador, ni ser tampoco un figurín atildado. No hay que confundir los términos, ni ofender que es ofenderse. Mejor es dejar a buen resguardo su inteligencia y no empañar la que sin duda usted tiene señor Presidente.


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