/ sábado 29 de mayo de 2021

Seremos recordados

PENSARES

En un almacén de un barrio estaba un niño con la ropa gastada y sucia que miraba atentamente un cajón lleno de manzanas rojas; eran realmente hermosas.

Una señora no pudo evitar oír la conversación entre el pequeño y el dueño:

-Hola, cómo estás, ¿quieres algo?

-Hola señor, estoy bien, gracias; solo admiraba las manzanas, son preciosas; sí, además son muy buenas. ¿Cómo está tu mamá?

-Bien…

-¿Hay algo en que te pueda ayudar?

-No señor, solo miraba las manzanas

-¿Te gustaría llevarte algunas a tu casa?

-Claro que sí

-Bueno ¿qué tienes para darme a cambio de ellas?

-Lo único que tengo es esto, mi canica más valiosa.

-¿De veras?, ¿me la dejas ver?

El niño le mostró su tesoro, pero el dueño no se quedó muy contento y le dijo:

-El único problema es que ésta es azul y a mí me gustan las rojas. ¿Tienes alguna como ésta, pero de color rojo?

-No exactamente, pero tengo algo parecido.

El dueño le dice:

-Hagamos una cosa: Llévate esta bolsa de manzanas a tu casa y la próxima vez que vengas me traes una canica roja que tienes.

-Muchas gracias señor y salió corriendo con su bolsa de manzanas.

La esposa del dueño con una sonrisa dijo:

-Hay dos niños más como él. Todos están en una situación de extrema pobreza y tú haces trueque con ellos y les cambias canicas por manzanas, papas o tomates.

Cuando vuelven con las canicas, mi esposo decide que en realidad no le gusta el rojo. Los manda a su casa con otra bolsa de comida a cambio de que la próxima vez le traerán una canica de color naranja, verde o azul, es una manera de ayudarles sin que se sientan mal.

Pasado el tiempo, el dueño del negocio falleció. En su velatorio su esposa se fijó en tres jóvenes muy bien vestidos que saludaron a la viuda y luego se acercaron respetuosamente para despedirse del señor. Cuando les llegó su turno la viuda -con los ojos brillando- lo tomó de la mano, lo acompañó hasta el ataúd y le dijo:

-Esos tres jóvenes que acaban de salir son los niños de los cuales le hablé que conoció hace unos años en la tienda; me dijeron que vinieron a pagar su deuda. A continuación levantó la mano de su esposo fallecido y ahí estaban las tres canicas rojas exquisitamente brillantes.

El amor del señor quedó grabado en el corazón de los tres jóvenes, de tal manera que jamás olvidaron su actitud y generosidad. No seremos recordados por nuestras palabras, sino por nuestras acciones.

PENSARES

En un almacén de un barrio estaba un niño con la ropa gastada y sucia que miraba atentamente un cajón lleno de manzanas rojas; eran realmente hermosas.

Una señora no pudo evitar oír la conversación entre el pequeño y el dueño:

-Hola, cómo estás, ¿quieres algo?

-Hola señor, estoy bien, gracias; solo admiraba las manzanas, son preciosas; sí, además son muy buenas. ¿Cómo está tu mamá?

-Bien…

-¿Hay algo en que te pueda ayudar?

-No señor, solo miraba las manzanas

-¿Te gustaría llevarte algunas a tu casa?

-Claro que sí

-Bueno ¿qué tienes para darme a cambio de ellas?

-Lo único que tengo es esto, mi canica más valiosa.

-¿De veras?, ¿me la dejas ver?

El niño le mostró su tesoro, pero el dueño no se quedó muy contento y le dijo:

-El único problema es que ésta es azul y a mí me gustan las rojas. ¿Tienes alguna como ésta, pero de color rojo?

-No exactamente, pero tengo algo parecido.

El dueño le dice:

-Hagamos una cosa: Llévate esta bolsa de manzanas a tu casa y la próxima vez que vengas me traes una canica roja que tienes.

-Muchas gracias señor y salió corriendo con su bolsa de manzanas.

La esposa del dueño con una sonrisa dijo:

-Hay dos niños más como él. Todos están en una situación de extrema pobreza y tú haces trueque con ellos y les cambias canicas por manzanas, papas o tomates.

Cuando vuelven con las canicas, mi esposo decide que en realidad no le gusta el rojo. Los manda a su casa con otra bolsa de comida a cambio de que la próxima vez le traerán una canica de color naranja, verde o azul, es una manera de ayudarles sin que se sientan mal.

Pasado el tiempo, el dueño del negocio falleció. En su velatorio su esposa se fijó en tres jóvenes muy bien vestidos que saludaron a la viuda y luego se acercaron respetuosamente para despedirse del señor. Cuando les llegó su turno la viuda -con los ojos brillando- lo tomó de la mano, lo acompañó hasta el ataúd y le dijo:

-Esos tres jóvenes que acaban de salir son los niños de los cuales le hablé que conoció hace unos años en la tienda; me dijeron que vinieron a pagar su deuda. A continuación levantó la mano de su esposo fallecido y ahí estaban las tres canicas rojas exquisitamente brillantes.

El amor del señor quedó grabado en el corazón de los tres jóvenes, de tal manera que jamás olvidaron su actitud y generosidad. No seremos recordados por nuestras palabras, sino por nuestras acciones.

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