/ jueves 4 de marzo de 2021

“Siervos de la nación” 

CUCHILLITO DE PALO

Cada vez se ven más, se hacen más notorios y se destapan como promotores del voto. Infestan las calles en grupos de tres o cuatro; cuando timbran en las casas a las que, a quien aparezca en la puerta, le asestan su demagogia electorera.

En la Ciudad de México redoblan esfuerzos en las pocas alcaldías en manos de la oposición. Cuando se les recibe con “cajas destempladas”, contestan con majaderías e incluso llegan a la agresión, con ciudadanos que se atreven a tomarles un video con el teléfono. En ese instante pierden las buenas maneras, con las que intentan obtener información y registro preciso de posibles votantes.

Nadie ha podido encuadrar las funciones que ocupan en el gobierno federal, a pesar de la defensa enfática, que de ellos hace AMLO. Ha habido solicitudes, incluso de legisladores, para que se defina la actividad de estas hordas que cobran de nuestros impuestos.

Surgieron de la febril imaginación de Gabriel García Hernández, súper asesor del tabasqueño y fiel escudero desde hace más de 15 años. El interfecto es el mandamás de los “superdelegados”, figura que nació con este régimen y que se buscó crear como un poder paralelo al de los gobernadores, al concentrarles las tareas de las dependencias federales a nivel estatal.

De inicio se les colocó en la Secretaría del Bienestar con el objeto de elaborar –casa por casa- un censo de prospectos para los programas sociales. Su encomienda era la de elegir a las personas que los recibirían, a partir de que el emperador de Palacio decidió que no habría intermediarios en la entrega de ayudas. Si se revisara a los beneficiarios habría grandes sorpresas, como empiezan a detectarse, en las listas que incluyen a muertos, nombres duplicados y otras tropelías.

Se amplió su campo de acción con la vacunación contra la pandemia y los incluyeron en las brigadas a cargo de aplicarlas. De entrada exigían la credencial de elector, así como fotografiaban a quien recibía la dosis. Las quejas se multiplicaron, hasta que el INE paró en seco la movida. Pese a la prohibición, intentan hurgar en los generales de quienes las reciben y aprovechan para poner en claro que la fortuna de recibir la protección, se le debe al tlatoani…

En anticipo a las campañas electorales, los mueven a placer y contentillo de sus ilustres patrones, para los fines que todos sabemos. Son casi 20 mil y gozan de un sueldo que algunos apuntan entre los tres y 20 mil pesos, mientras el gobierno argumenta que es de 10 mil 217. Se calcula que cuestan cerca de 6 mil millones, cantidad que podría solventar necesidades, sobre todo ahora en que la crisis ha dejado una millonada de nuevos pobres.

López Obrador rompe con todas las reglas de la democracia. Utiliza la maquinaria de Estado para lograr su obsesión de una mayoría congresista el próximo junio. No hay día que no haga campaña y ataque a la oposición, desde su púlpito mañanero.

Los siervos de la nación no son más que brigadas electoreras que nos cuestan ¡un riñón! Basta de copiar los viejos esquemas comunistas, caducos en países civilizados.


CUCHILLITO DE PALO

Cada vez se ven más, se hacen más notorios y se destapan como promotores del voto. Infestan las calles en grupos de tres o cuatro; cuando timbran en las casas a las que, a quien aparezca en la puerta, le asestan su demagogia electorera.

En la Ciudad de México redoblan esfuerzos en las pocas alcaldías en manos de la oposición. Cuando se les recibe con “cajas destempladas”, contestan con majaderías e incluso llegan a la agresión, con ciudadanos que se atreven a tomarles un video con el teléfono. En ese instante pierden las buenas maneras, con las que intentan obtener información y registro preciso de posibles votantes.

Nadie ha podido encuadrar las funciones que ocupan en el gobierno federal, a pesar de la defensa enfática, que de ellos hace AMLO. Ha habido solicitudes, incluso de legisladores, para que se defina la actividad de estas hordas que cobran de nuestros impuestos.

Surgieron de la febril imaginación de Gabriel García Hernández, súper asesor del tabasqueño y fiel escudero desde hace más de 15 años. El interfecto es el mandamás de los “superdelegados”, figura que nació con este régimen y que se buscó crear como un poder paralelo al de los gobernadores, al concentrarles las tareas de las dependencias federales a nivel estatal.

De inicio se les colocó en la Secretaría del Bienestar con el objeto de elaborar –casa por casa- un censo de prospectos para los programas sociales. Su encomienda era la de elegir a las personas que los recibirían, a partir de que el emperador de Palacio decidió que no habría intermediarios en la entrega de ayudas. Si se revisara a los beneficiarios habría grandes sorpresas, como empiezan a detectarse, en las listas que incluyen a muertos, nombres duplicados y otras tropelías.

Se amplió su campo de acción con la vacunación contra la pandemia y los incluyeron en las brigadas a cargo de aplicarlas. De entrada exigían la credencial de elector, así como fotografiaban a quien recibía la dosis. Las quejas se multiplicaron, hasta que el INE paró en seco la movida. Pese a la prohibición, intentan hurgar en los generales de quienes las reciben y aprovechan para poner en claro que la fortuna de recibir la protección, se le debe al tlatoani…

En anticipo a las campañas electorales, los mueven a placer y contentillo de sus ilustres patrones, para los fines que todos sabemos. Son casi 20 mil y gozan de un sueldo que algunos apuntan entre los tres y 20 mil pesos, mientras el gobierno argumenta que es de 10 mil 217. Se calcula que cuestan cerca de 6 mil millones, cantidad que podría solventar necesidades, sobre todo ahora en que la crisis ha dejado una millonada de nuevos pobres.

López Obrador rompe con todas las reglas de la democracia. Utiliza la maquinaria de Estado para lograr su obsesión de una mayoría congresista el próximo junio. No hay día que no haga campaña y ataque a la oposición, desde su púlpito mañanero.

Los siervos de la nación no son más que brigadas electoreras que nos cuestan ¡un riñón! Basta de copiar los viejos esquemas comunistas, caducos en países civilizados.


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