/ miércoles 28 de julio de 2021

Todos somos dioses

EL MURO

Todos merecemos ser admirados por nuestras creaciones, por más modestas que sean. Todos merecemos ser reconocidos por lo que hacemos a diario, porque gracias a la sumatoria de minúsculos actos la vida camina.

En cierta forma todos somos dioses. Todos somos dioses, mejorables, imperfectos como aquellos a los que les rendían tributo en el Olimpo. Todos somos dioses aunque no seamos famosos, importantes socialmente hablando, tampoco populares, ni conocidos, extrovertidos, fuertes, atractivos, de curvilíneos o musculosos cuerpos.

Ensalzar a unos cuantos por encima de los demás termina por hacer más daño que brindar un bienestar comunitario, porque no todos tienen la fortuna de nacer con un talento que posea reconocimiento social. Bendito aquel a quien le gusta el futbol, pero sobre todo bendito si su cuerpo y mente tienen las características para hacerle sencilla su adaptación al juego.

Ilustración

Maldito aquel al que le gustan las artes, la poesía; aquel que su sentido en la vida sea la contemplación, la filosofía o peor aún, desafortunada aquella persona confundida que no alcanza a descubrir su talento o quizá no termina por aceptar que su gusto sea raro o diferente y que, por temor al rechazo, lo oculte.

Todos somos dioses y nuestros principales admiradores deberían estar en nuestra familia nuclear, pero si acaso en el seno familiar no existe apoyo, entonces es ahí donde la escuela cumple el papel de promotora, de ser democrática e igualitaria, porque la escuela no debe trabajar a la fácil, sacándole brillo a aquel que nació virtuoso y que por lo mismo, no siempre requiere apoyos ya que esa persona de talento extraordinario, prácticamente camina sola.

Para cumplir esa tarea orientadora, cada docente debe tener una verdadera vocación, no haber llegado al aula porque no tuvo oportunidad en el área de su preferencia y encontró en las clases, un refugio. Debe entender muy bien el rol que juega. Si acaso lo suyo no era la docencia, al estar ahí debe abrazar con cariño la profesión, ponerse en los zapatos del otro, de uno que quizá se parezca a su caso, uno en donde los sueños no se cumplieron a pesar de que solo requería unas simples palabras de ánimo.

El compromiso docente debe superar todo tipo de obstáculos, empezando por los que impone la misma institución para la cual trabaja. El docente debe aceptar eso y ajustar los contenidos a la realidad en la que labora, porque tampoco se trata de pelear, de poner a los alumnos como rehenes, en medio de un conflicto como en una discusión de familia disfuncional. La escuela debe ser esa especie de paraíso con ligeros toques de realidad.

En fin, nunca está de más recordar que todos somos dioses, aunque no nos cuelguen medallas.

vicmarcen09@gmail.com

EL MURO

Todos merecemos ser admirados por nuestras creaciones, por más modestas que sean. Todos merecemos ser reconocidos por lo que hacemos a diario, porque gracias a la sumatoria de minúsculos actos la vida camina.

En cierta forma todos somos dioses. Todos somos dioses, mejorables, imperfectos como aquellos a los que les rendían tributo en el Olimpo. Todos somos dioses aunque no seamos famosos, importantes socialmente hablando, tampoco populares, ni conocidos, extrovertidos, fuertes, atractivos, de curvilíneos o musculosos cuerpos.

Ensalzar a unos cuantos por encima de los demás termina por hacer más daño que brindar un bienestar comunitario, porque no todos tienen la fortuna de nacer con un talento que posea reconocimiento social. Bendito aquel a quien le gusta el futbol, pero sobre todo bendito si su cuerpo y mente tienen las características para hacerle sencilla su adaptación al juego.

Ilustración

Maldito aquel al que le gustan las artes, la poesía; aquel que su sentido en la vida sea la contemplación, la filosofía o peor aún, desafortunada aquella persona confundida que no alcanza a descubrir su talento o quizá no termina por aceptar que su gusto sea raro o diferente y que, por temor al rechazo, lo oculte.

Todos somos dioses y nuestros principales admiradores deberían estar en nuestra familia nuclear, pero si acaso en el seno familiar no existe apoyo, entonces es ahí donde la escuela cumple el papel de promotora, de ser democrática e igualitaria, porque la escuela no debe trabajar a la fácil, sacándole brillo a aquel que nació virtuoso y que por lo mismo, no siempre requiere apoyos ya que esa persona de talento extraordinario, prácticamente camina sola.

Para cumplir esa tarea orientadora, cada docente debe tener una verdadera vocación, no haber llegado al aula porque no tuvo oportunidad en el área de su preferencia y encontró en las clases, un refugio. Debe entender muy bien el rol que juega. Si acaso lo suyo no era la docencia, al estar ahí debe abrazar con cariño la profesión, ponerse en los zapatos del otro, de uno que quizá se parezca a su caso, uno en donde los sueños no se cumplieron a pesar de que solo requería unas simples palabras de ánimo.

El compromiso docente debe superar todo tipo de obstáculos, empezando por los que impone la misma institución para la cual trabaja. El docente debe aceptar eso y ajustar los contenidos a la realidad en la que labora, porque tampoco se trata de pelear, de poner a los alumnos como rehenes, en medio de un conflicto como en una discusión de familia disfuncional. La escuela debe ser esa especie de paraíso con ligeros toques de realidad.

En fin, nunca está de más recordar que todos somos dioses, aunque no nos cuelguen medallas.

vicmarcen09@gmail.com