/ miércoles 6 de octubre de 2021

Todos somos mediocres

El Muro


Todos somos mediocres en la mayoría de nuestros actos cotidianos, sobresalientes en bien poquitos o a veces en ninguno y chafas en otros tantos campos. Eso no tiene nada de malo, básicamente porque es una obviedad soportada por los hechos ocurridos en el entorno, lo malo es confundir la mediocridad con virtud y peor aún, premiarla.

Gabriel Zaid desglosa en un exquisito texto del 2005 (googlear“¿Qué hacer con los mediocres?”), la evolución en la forma de percibir la mediocridad hasta llegar al surgimiento de una nueva especie darwiniana, el mediocre habilis, un ser competente en competir, presionar para trepar, conseguir reflectores, hacerse popular. Eso nos ayuda a entender por qué en muchas ocasiones un incompetente pasa a convertirse en el número uno, con la complacencia popular.

Repito: La mediocridad no es un problema en sí, de hecho es una virtud apreciada desde antaño “todo conocedor rehúye el exceso y el defecto, buscando y prefiriendo el término medio”, expuso Aristóteles. Ser mediocre es un punto de permanencia, despegue o caída hacia los extremos en la tabla de distribución probabilística. Luego entonces, el conflicto lo representa ver las fantocherías del sujeto promedio y considerarlo como si fuera capacidad prominente.



Cuando el tuerto en tierra de ciegos gana, baja el nivel de exigencia a tal grado de eliminar un puesto en la pirámide aspiracional. El mediocre pasa a ocupar el puesto de excelencia, mientras esta última categoría termina por desaparecer y esto representa solo una cosa: Cada vez resultará más complicado identificar la excelencia creadora.

Estadísticamente hablando, resulta imposible creer en la existencia de un grupo de personas dentro de las cuales todas sean excelentes en un desempeño determinado, pero si ponemos atención, eso es básicamente la oferta de los gobiernos, de las escuelas, las empresas, o sea, un grupo de personas brillantes imperfectibles, capaces de lograr maravillas.

Aunque suene extraño, si de entrada aceptamos el impacto de la falsa mediocridad, de la existencia del mediocre habilis, es posible un cambio social porque estaremos capacitados para colocar a cada quien en su lugar correspondiente y llamarlos como siempre debió ser, al chafa chafa, al mediocre de la misma forma y el extraordinario debería no solo ser reconocido, sino motivado a contagiar a los demás.

Ahora bien, mientras solo baste con decir con mucho blablablá, pero nunca con demostrar lo pregonado y además exista gente aplaudidora, el grupo de los falsos mediocres se ensanchará aún más y cuando eso ocurra, los actos chafas, los de mala calidad, pasarán a ocupar el espacio de las actividades medianas y si nadie ni nada está mal ni tiene la culpa de los desperfectos sociales, entonces no habrá vuelta atrás. Aún estamos a tiempo.

El Muro


Todos somos mediocres en la mayoría de nuestros actos cotidianos, sobresalientes en bien poquitos o a veces en ninguno y chafas en otros tantos campos. Eso no tiene nada de malo, básicamente porque es una obviedad soportada por los hechos ocurridos en el entorno, lo malo es confundir la mediocridad con virtud y peor aún, premiarla.

Gabriel Zaid desglosa en un exquisito texto del 2005 (googlear“¿Qué hacer con los mediocres?”), la evolución en la forma de percibir la mediocridad hasta llegar al surgimiento de una nueva especie darwiniana, el mediocre habilis, un ser competente en competir, presionar para trepar, conseguir reflectores, hacerse popular. Eso nos ayuda a entender por qué en muchas ocasiones un incompetente pasa a convertirse en el número uno, con la complacencia popular.

Repito: La mediocridad no es un problema en sí, de hecho es una virtud apreciada desde antaño “todo conocedor rehúye el exceso y el defecto, buscando y prefiriendo el término medio”, expuso Aristóteles. Ser mediocre es un punto de permanencia, despegue o caída hacia los extremos en la tabla de distribución probabilística. Luego entonces, el conflicto lo representa ver las fantocherías del sujeto promedio y considerarlo como si fuera capacidad prominente.



Cuando el tuerto en tierra de ciegos gana, baja el nivel de exigencia a tal grado de eliminar un puesto en la pirámide aspiracional. El mediocre pasa a ocupar el puesto de excelencia, mientras esta última categoría termina por desaparecer y esto representa solo una cosa: Cada vez resultará más complicado identificar la excelencia creadora.

Estadísticamente hablando, resulta imposible creer en la existencia de un grupo de personas dentro de las cuales todas sean excelentes en un desempeño determinado, pero si ponemos atención, eso es básicamente la oferta de los gobiernos, de las escuelas, las empresas, o sea, un grupo de personas brillantes imperfectibles, capaces de lograr maravillas.

Aunque suene extraño, si de entrada aceptamos el impacto de la falsa mediocridad, de la existencia del mediocre habilis, es posible un cambio social porque estaremos capacitados para colocar a cada quien en su lugar correspondiente y llamarlos como siempre debió ser, al chafa chafa, al mediocre de la misma forma y el extraordinario debería no solo ser reconocido, sino motivado a contagiar a los demás.

Ahora bien, mientras solo baste con decir con mucho blablablá, pero nunca con demostrar lo pregonado y además exista gente aplaudidora, el grupo de los falsos mediocres se ensanchará aún más y cuando eso ocurra, los actos chafas, los de mala calidad, pasarán a ocupar el espacio de las actividades medianas y si nadie ni nada está mal ni tiene la culpa de los desperfectos sociales, entonces no habrá vuelta atrás. Aún estamos a tiempo.