/ viernes 9 de noviembre de 2018

Tutti frutti sabatini

Vientos


En alguna revista antañosa leía una sección intitulada “Mi personaje inolvidable”. Siempre he considerado que es una sección de importancia en cuanto a su aportación sobre una personalidad equis que fijó una buena impresión a alguien en la vida y eso no es poca cosa.

Me acordé porque hoy amanecí con el recuerdo muy amable, muy cariñoso, de una joven guapa que por alguna misteriosa química le agradaba ocuparse de mí… Yo era entonces un muchachuelo de tal vez 12 ó 13 años y ella cifraría los diecisiete… hija de un médico, el doctor San Román, familia llegada de Sonora (creo) supongo que la hizo buscar amigas y amigos entre su vecindad… Como sea, me seleccionó como amigo… uno nada peligroso… y fuimos grandes cuates… a ella le gustaba bailar y se preocupó por enseñarme a no pisarle los pies a la compañera ocasional del bailongo… y organizaba sus fiestas y este escribidor aportaba un aparato que se llamaba fonógrafo… portátil de cuerda, lo que era un lujo… y los discos que de la estación radiofónica XEAN de mi padre (la primera en Ensenada) yo obtenía –prestados- y que contenían aquellas canciones (boleros, corridos, rumbas, danzones y valses) que con su empalago romántico nos proporcionaban momentos sanos de diversión… Luego vino el silencio… Ignoro qué sucedió con la familia San Román… Ella tenía un hermanito de mi edad que era mi compañero en la primaria “Progreso”… Y llegó la unión de los sexos diferentes en las escuelas primarias y tal vez el cambio de escuela nos alejó… Ella se llamaba Cuquita San Román y la tengo con mucho amor respetuoso entre la gran cadena de amistades que tuve de niño que representan también, hoy, un “rosario” de buenos recuerdos… ¿Cuántos estaremos vivos todavía?... Fue mi personaje inolvidable, pues me dejó, cuando menos, el sabroso encanto de la música y las canciones… ¡Ay qué tiempos señor don Simón!... Dicen que cuando el ser humano se acerca por la edad a los umbrales de la tumba fría, los recuerdos añejos comienzan a llegar… Y no necesita ser noviembre ni oler a Xempasúchitles… Lo que sí es cierto, sin duda alguna, es que empieza uno a olvidar hasta el nombre… Y como me estoy poniendo tristón, mejor le indico que la botana de hoy en el mismo lugar y con la misma gente, será de (fíjese bien): Lapina l’orange… pero como usted no sabe francés, se lo traduzco: conejo a la naranja… le va bien un vinillo rosa o un tinto liviano… pero claro, lo que usted quiera, no faltaba más… y les debo el cuento muy lépero que traía para hoy… pero la “Catrina” que me persigue me fundió en los recuerdos… intrascendentes para usted, claro… y me largo con la banda… me largo, me piro, me dispongo a partir… so long, “hasta la vista”… etcétera y sí: arrivedercci.


Vientos


En alguna revista antañosa leía una sección intitulada “Mi personaje inolvidable”. Siempre he considerado que es una sección de importancia en cuanto a su aportación sobre una personalidad equis que fijó una buena impresión a alguien en la vida y eso no es poca cosa.

Me acordé porque hoy amanecí con el recuerdo muy amable, muy cariñoso, de una joven guapa que por alguna misteriosa química le agradaba ocuparse de mí… Yo era entonces un muchachuelo de tal vez 12 ó 13 años y ella cifraría los diecisiete… hija de un médico, el doctor San Román, familia llegada de Sonora (creo) supongo que la hizo buscar amigas y amigos entre su vecindad… Como sea, me seleccionó como amigo… uno nada peligroso… y fuimos grandes cuates… a ella le gustaba bailar y se preocupó por enseñarme a no pisarle los pies a la compañera ocasional del bailongo… y organizaba sus fiestas y este escribidor aportaba un aparato que se llamaba fonógrafo… portátil de cuerda, lo que era un lujo… y los discos que de la estación radiofónica XEAN de mi padre (la primera en Ensenada) yo obtenía –prestados- y que contenían aquellas canciones (boleros, corridos, rumbas, danzones y valses) que con su empalago romántico nos proporcionaban momentos sanos de diversión… Luego vino el silencio… Ignoro qué sucedió con la familia San Román… Ella tenía un hermanito de mi edad que era mi compañero en la primaria “Progreso”… Y llegó la unión de los sexos diferentes en las escuelas primarias y tal vez el cambio de escuela nos alejó… Ella se llamaba Cuquita San Román y la tengo con mucho amor respetuoso entre la gran cadena de amistades que tuve de niño que representan también, hoy, un “rosario” de buenos recuerdos… ¿Cuántos estaremos vivos todavía?... Fue mi personaje inolvidable, pues me dejó, cuando menos, el sabroso encanto de la música y las canciones… ¡Ay qué tiempos señor don Simón!... Dicen que cuando el ser humano se acerca por la edad a los umbrales de la tumba fría, los recuerdos añejos comienzan a llegar… Y no necesita ser noviembre ni oler a Xempasúchitles… Lo que sí es cierto, sin duda alguna, es que empieza uno a olvidar hasta el nombre… Y como me estoy poniendo tristón, mejor le indico que la botana de hoy en el mismo lugar y con la misma gente, será de (fíjese bien): Lapina l’orange… pero como usted no sabe francés, se lo traduzco: conejo a la naranja… le va bien un vinillo rosa o un tinto liviano… pero claro, lo que usted quiera, no faltaba más… y les debo el cuento muy lépero que traía para hoy… pero la “Catrina” que me persigue me fundió en los recuerdos… intrascendentes para usted, claro… y me largo con la banda… me largo, me piro, me dispongo a partir… so long, “hasta la vista”… etcétera y sí: arrivedercci.