/ viernes 26 de julio de 2019

Tutti frutti sabatini

Vientos


Todas las constituciones del mundo -por lo que he leído- han sido estructuradas por distintos motivos, según el entorno que obligó al parto. Entre las razones imperativas, siempre encontraremos luchas por la justicia social en sus diversos contenidos o en su dramática totalidad conceptual.

Los peritos en asuntos jurídicos, como abogados, saben lo anterior puesto que lo estudiaron en los campos de la filosofía del Derecho… me imagino. En todas es mentira que el pueblo se reuniera en su totalidad, decidieran y formaran el cuerpo, el andamiaje de ese texto que obliga y concede derechos. En realidad son origen del pensamiento más o menos limpio, de unos cuantos que lo provocaron y lo idearon. Todo mundo habla del “Contrato Social” de Jean Jaques Rousseau, explicativo filosófico y finalmente mandatorio en la mayor parte de tales constituciones.

Nosotros mismos somos ese pueblo que “determinó” cómo deberíamos manejarnos como nación para lograr los objetivos que esa misma Constitución nos plantea, aunque a veces apenas sea distinguible las contradicciones, como el caso actual en pocos han abordado el artículo 39, que nos dice que “el pueblo decidió” darse un gobierno democrático representativo (las Cámaras de Diputados y dejemos las de Senadores para otra ocasión) y para ello se dividieron los pueblos en distritos (con la aberración de federales y locales), representados por un diputado y su suplente, pero que se representan a sí mismos manejando las cosas que deben aprobar los ciudadanos como propias.

Esta gran vacilada la acentúa el artículo 80 que reza -permítaseme el regodeo-: “Se deposita el ejercicio del SUPREMO PODER EJECUTIVO de la Unión, en un solo individuo que se denominará Presidente de los Estados Unidos Mexicanos”. Por supuesto, los otros dos poderes se salen entre telones bajo un color verde amarillento que algo tiene que ver con la bilis. Es decir, ante el “Supremo” la soberanía asentada en la Cámara de Diputados se resuelve a poner un grito en el cielo que no llega al cielo y ver pasar y punto.

Por eso licenciado Aguilar se pelean las comadres. El texto constitucional sufre de temblorín y “plis” pónganle muletas para el caso de Baja California en donde se cumplió el primer mandato y votamos por 2 años o cancelamos nuestro voto si ello no nos gustó. Y posteriormente se envía otro mandato que ordena extender la duración del gobierno reformado en tiempo en primera intención. Es decir, se trata de saber cómo es que en el primer caso se aplaude la democracia representativa, pero en el segundo caso NO. ¿Democracia de contentillo? En México todo puede suceder, hasta el punto que las voces de unos cuantos destruyan el mandato constitucional.

El asunto es: ¿La soberanía es o no es del pueblo? Nada más faltaría que de pronto se dijera que se duda de la legalidad de la elección de mi presidente López Obrador y los medios se poblaran de chismerío político. ¡Ah!, el asunto es político, cuyo olor seguro ya detectaron los poliperitos…

Y finalizo: hoy no hay botana… Arrivedercci.

Vientos


Todas las constituciones del mundo -por lo que he leído- han sido estructuradas por distintos motivos, según el entorno que obligó al parto. Entre las razones imperativas, siempre encontraremos luchas por la justicia social en sus diversos contenidos o en su dramática totalidad conceptual.

Los peritos en asuntos jurídicos, como abogados, saben lo anterior puesto que lo estudiaron en los campos de la filosofía del Derecho… me imagino. En todas es mentira que el pueblo se reuniera en su totalidad, decidieran y formaran el cuerpo, el andamiaje de ese texto que obliga y concede derechos. En realidad son origen del pensamiento más o menos limpio, de unos cuantos que lo provocaron y lo idearon. Todo mundo habla del “Contrato Social” de Jean Jaques Rousseau, explicativo filosófico y finalmente mandatorio en la mayor parte de tales constituciones.

Nosotros mismos somos ese pueblo que “determinó” cómo deberíamos manejarnos como nación para lograr los objetivos que esa misma Constitución nos plantea, aunque a veces apenas sea distinguible las contradicciones, como el caso actual en pocos han abordado el artículo 39, que nos dice que “el pueblo decidió” darse un gobierno democrático representativo (las Cámaras de Diputados y dejemos las de Senadores para otra ocasión) y para ello se dividieron los pueblos en distritos (con la aberración de federales y locales), representados por un diputado y su suplente, pero que se representan a sí mismos manejando las cosas que deben aprobar los ciudadanos como propias.

Esta gran vacilada la acentúa el artículo 80 que reza -permítaseme el regodeo-: “Se deposita el ejercicio del SUPREMO PODER EJECUTIVO de la Unión, en un solo individuo que se denominará Presidente de los Estados Unidos Mexicanos”. Por supuesto, los otros dos poderes se salen entre telones bajo un color verde amarillento que algo tiene que ver con la bilis. Es decir, ante el “Supremo” la soberanía asentada en la Cámara de Diputados se resuelve a poner un grito en el cielo que no llega al cielo y ver pasar y punto.

Por eso licenciado Aguilar se pelean las comadres. El texto constitucional sufre de temblorín y “plis” pónganle muletas para el caso de Baja California en donde se cumplió el primer mandato y votamos por 2 años o cancelamos nuestro voto si ello no nos gustó. Y posteriormente se envía otro mandato que ordena extender la duración del gobierno reformado en tiempo en primera intención. Es decir, se trata de saber cómo es que en el primer caso se aplaude la democracia representativa, pero en el segundo caso NO. ¿Democracia de contentillo? En México todo puede suceder, hasta el punto que las voces de unos cuantos destruyan el mandato constitucional.

El asunto es: ¿La soberanía es o no es del pueblo? Nada más faltaría que de pronto se dijera que se duda de la legalidad de la elección de mi presidente López Obrador y los medios se poblaran de chismerío político. ¡Ah!, el asunto es político, cuyo olor seguro ya detectaron los poliperitos…

Y finalizo: hoy no hay botana… Arrivedercci.