/ sábado 30 de noviembre de 2019

Tutti frutti sabatini

Vientos

In memoriam del Dr. Ernesto Sánchez Valenzuela, a quien recordaré siempre con gran afecto.


Hay un punto unidireccional que todos los partidos políticos como objetivo de su ser dinámico: el poder político.

Las definiciones de “poder” son muchas. Las de “poder político” dependen del sistema político que se ha asentado en su cultura afirmándose en sus constituciones.

Llamar democracia al sistema de los Estados Unidos de Norteamérica no es precisamente una aberración, pero sí una modalidad, una forma de estructurarse en su gobierno, a pesar de que Lincoln encapsuló la definición de la democracia pura como “el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo”, lo que de cierta manera es nuestra democracia “a la mexicana” con el enorme pecado de que jamás interviene el pueblo, en forma directa, en su gobierno, una vez que aceptamos el procedimiento de representatividad por distritos que tampoco diseña el pueblo; sistema que deja a unos cuantos la dirección “ad chalecum” de lo que se les ocurre y bajo los auspicios de partidos políticos que hacen mayoría en sus decisiones por equivocadas disciplinas partidistas.

Los partidos políticos, a su vez, sin consultar a la militancia, definen rumbos no pocas veces erróneos, como es el caso de México que siendo parido bajo filosofías humanísticas, termina bajo el palio, hoy, de acciones que más que una transformación perfilan actos de venganza de autoría personal de un guía que no nos dice a dónde nos lleva y que tiene, de verdad, todo el camino despejado para pasar a la historia como el revolucionario de seda que logró una transformación con sensibilidad popular.

Creo que como muchos intelectuales de la política el fango cívico en el que nos hundieron los “herederos” de la Revolución en razón de sus encuentros personales, egoísmos, celos y el poder político como la zanahoria simbólica que sigue inútilmente el burro de la carreta, provocó tal avalancha de enemigos populares que bastó un grito de asepsia comprometida para que la hartura se convirtiera en un tsunami de eventos que ahora estilísticamente llamamos corrupción, violencia y todo lo que el lector agregue. ¿En dónde pues quedaron los principios de una Revolución tan costosa en vidas hartas como las que hoy, en otro entorno se configuran?

Hemos de insistir en que estamos viviendo otra revolución: la pelafustanería encapuchada, incluso de mujeres bravas, destrozando estructuras artísticas históricas, edificios empresariales y un etcétera de aberraciones cívicas para un fin indefinido, porque eso exacerba la tranquilidad y un día, cuando reaccionen las autoridades obligadas a poner orden, los van a combatir y eliminar. Las otras dos revoluciones en pugna son la de los narcotraficantes poderosos según se ve y la vieja Revolución atacada ya por todos en su vejez e incapacidad, que fue ya hace rato el receptáculo de los improperios que hoy recibe Acción Nacional, que sueña el retorno a un poder que apenas saborearon sin dejar un buen recuerdo.

Los partidos políticos se olvidaron de sus principios que están en sus documentos fundamentales. El que quiera aprender esas historias, solo tiene que aprender a leer.

Vientos

In memoriam del Dr. Ernesto Sánchez Valenzuela, a quien recordaré siempre con gran afecto.


Hay un punto unidireccional que todos los partidos políticos como objetivo de su ser dinámico: el poder político.

Las definiciones de “poder” son muchas. Las de “poder político” dependen del sistema político que se ha asentado en su cultura afirmándose en sus constituciones.

Llamar democracia al sistema de los Estados Unidos de Norteamérica no es precisamente una aberración, pero sí una modalidad, una forma de estructurarse en su gobierno, a pesar de que Lincoln encapsuló la definición de la democracia pura como “el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo”, lo que de cierta manera es nuestra democracia “a la mexicana” con el enorme pecado de que jamás interviene el pueblo, en forma directa, en su gobierno, una vez que aceptamos el procedimiento de representatividad por distritos que tampoco diseña el pueblo; sistema que deja a unos cuantos la dirección “ad chalecum” de lo que se les ocurre y bajo los auspicios de partidos políticos que hacen mayoría en sus decisiones por equivocadas disciplinas partidistas.

Los partidos políticos, a su vez, sin consultar a la militancia, definen rumbos no pocas veces erróneos, como es el caso de México que siendo parido bajo filosofías humanísticas, termina bajo el palio, hoy, de acciones que más que una transformación perfilan actos de venganza de autoría personal de un guía que no nos dice a dónde nos lleva y que tiene, de verdad, todo el camino despejado para pasar a la historia como el revolucionario de seda que logró una transformación con sensibilidad popular.

Creo que como muchos intelectuales de la política el fango cívico en el que nos hundieron los “herederos” de la Revolución en razón de sus encuentros personales, egoísmos, celos y el poder político como la zanahoria simbólica que sigue inútilmente el burro de la carreta, provocó tal avalancha de enemigos populares que bastó un grito de asepsia comprometida para que la hartura se convirtiera en un tsunami de eventos que ahora estilísticamente llamamos corrupción, violencia y todo lo que el lector agregue. ¿En dónde pues quedaron los principios de una Revolución tan costosa en vidas hartas como las que hoy, en otro entorno se configuran?

Hemos de insistir en que estamos viviendo otra revolución: la pelafustanería encapuchada, incluso de mujeres bravas, destrozando estructuras artísticas históricas, edificios empresariales y un etcétera de aberraciones cívicas para un fin indefinido, porque eso exacerba la tranquilidad y un día, cuando reaccionen las autoridades obligadas a poner orden, los van a combatir y eliminar. Las otras dos revoluciones en pugna son la de los narcotraficantes poderosos según se ve y la vieja Revolución atacada ya por todos en su vejez e incapacidad, que fue ya hace rato el receptáculo de los improperios que hoy recibe Acción Nacional, que sueña el retorno a un poder que apenas saborearon sin dejar un buen recuerdo.

Los partidos políticos se olvidaron de sus principios que están en sus documentos fundamentales. El que quiera aprender esas historias, solo tiene que aprender a leer.