/ sábado 14 de diciembre de 2019

Tutti frutti sabatini

“El que ha de hacer justicia, ha de temerla”. SETANTI

Vientos


Hesíodo, el más antiguo de los poetas griegos, que nació en la aldea de Asora, en Beocia, en el año 850 a. de C. y cuya fecha de fallecimiento y lugar del mismo se ignoran, ocupa en la poesía didáctica y nómina el mismo puesto que Homero ocupa en la poesía épica.

Ya habrá tiempo y espacio de regresar con el tema biográfico y curricular de tal personaje. Por hora sólo nos ocuparemos en transmitirle a usted, amable lector -situándose en la época en que la definición fue escrita por Hesíodo-, su concepto de justicia, concepción que seguro es del dominio de los jurisperitos y que deben conocer los profesionales de las ciencias Política y Social.

Esto dijo Hesíodo a Perses: “¡Oh Perses!, retén esto en tu espíritu: acoge en él el espíritu de la justicia y rechaza la violencia, pues el Cronión ha impuesto esta ley a los hombres. Ha permitido a los peces, a los animales feroces y a las aves de rapiña devorarse entre sí porque carecen de espíritu de justicia, pero ha dado a los hombres la justicia, que es la mejor de las cosas. Si en el Ágora quiere algún individuo hablar con equidad, Zeus, que mira desde lejos, le colmará de riquezas, pero si miente, perjurando, es castigado irremediablemente: su posteridad se oscurecerá y acabará por extinguirse, en tanto que la posteridad del hombre justo se ilustrará en el porvenir cada vez más”.

La larga cita era irremediable para nuestro objetivo temático: al paso de los siglos, claro, el concepto inmerso en Hesíodo es un poco distante de la concepción de justicia actual, pero conservando -se acepte o no- la esencia espiritual que es congénita en el hombre. A través de tantos siglos el concepto hubo de ir cambiando a través de miles de transformaciones sociales como consecuencia de las dinámicas sociales inherentes a su desarrollo, lo que provocó diversas fenomenologías políticas consecuentes que envuelven las transformaciones económicas, los entornos singulares pequeños o mayores que han dictado, necesariamente, escenarios en donde las interacciones religiosas no han sido mínimas, pero sí altamente significativas en sus altibajos, como todas las transformaciones sociales.

Quienes hemos vivido mucho podemos testimoniar cómo los grandes fenómenos bélicos universales o las revoluciones interiores de diversas naciones en diferentes épocas, tienen como base, como fundamento, la pretensión de arribar a una correcta concepción de la justicia que necesariamente debiera acompañarse de modernos conceptos de libertad; porque cuando ambos conceptos no se acompañan armónicamente, las estructuras sociales se derrumban. Tal es el fenómeno actual que nos envuelve y nos magnifica en el mundo como una nación violenta y cruel.

Estamos insertos, pues, es un momento peligroso de nuestra vida que iba encaminada a un progreso con una enorme corrupción. El presidente López Obrador quiere deshacerse de la violencia sin violencia, olvidándose de la frase genial de Porfirio Díaz al abordar el “Ipiranga” en su viaje de autoexilio: “Las revoluciones son buenas cuando tienen bases fuertes. Ya le abrieron la jaula al tigre… vamos a ver quién le agarra la cola”. Y desde entonces venimos a tumbos revolucionarios. Desaparecieron los grandes hacendados y aparecieron multitud de “generales” de “pequeños” propietarios de grandes extensiones de tierras repartidas entre familias como prestanombres. Como Obregón en Sonora.

Así entre reformas y reformas para detener nuevas revoluciones, llegamos a la época de una nueva revolución, de seda, “glasnot”, de AMLO, que claro, enemigo de la violencia –le creo- sólo encontrará violencia porque la actitud presidencial se toma como temerosa, como cobarde. Piénselo usted. Disciérnalo usted.

“El que ha de hacer justicia, ha de temerla”. SETANTI

Vientos


Hesíodo, el más antiguo de los poetas griegos, que nació en la aldea de Asora, en Beocia, en el año 850 a. de C. y cuya fecha de fallecimiento y lugar del mismo se ignoran, ocupa en la poesía didáctica y nómina el mismo puesto que Homero ocupa en la poesía épica.

Ya habrá tiempo y espacio de regresar con el tema biográfico y curricular de tal personaje. Por hora sólo nos ocuparemos en transmitirle a usted, amable lector -situándose en la época en que la definición fue escrita por Hesíodo-, su concepto de justicia, concepción que seguro es del dominio de los jurisperitos y que deben conocer los profesionales de las ciencias Política y Social.

Esto dijo Hesíodo a Perses: “¡Oh Perses!, retén esto en tu espíritu: acoge en él el espíritu de la justicia y rechaza la violencia, pues el Cronión ha impuesto esta ley a los hombres. Ha permitido a los peces, a los animales feroces y a las aves de rapiña devorarse entre sí porque carecen de espíritu de justicia, pero ha dado a los hombres la justicia, que es la mejor de las cosas. Si en el Ágora quiere algún individuo hablar con equidad, Zeus, que mira desde lejos, le colmará de riquezas, pero si miente, perjurando, es castigado irremediablemente: su posteridad se oscurecerá y acabará por extinguirse, en tanto que la posteridad del hombre justo se ilustrará en el porvenir cada vez más”.

La larga cita era irremediable para nuestro objetivo temático: al paso de los siglos, claro, el concepto inmerso en Hesíodo es un poco distante de la concepción de justicia actual, pero conservando -se acepte o no- la esencia espiritual que es congénita en el hombre. A través de tantos siglos el concepto hubo de ir cambiando a través de miles de transformaciones sociales como consecuencia de las dinámicas sociales inherentes a su desarrollo, lo que provocó diversas fenomenologías políticas consecuentes que envuelven las transformaciones económicas, los entornos singulares pequeños o mayores que han dictado, necesariamente, escenarios en donde las interacciones religiosas no han sido mínimas, pero sí altamente significativas en sus altibajos, como todas las transformaciones sociales.

Quienes hemos vivido mucho podemos testimoniar cómo los grandes fenómenos bélicos universales o las revoluciones interiores de diversas naciones en diferentes épocas, tienen como base, como fundamento, la pretensión de arribar a una correcta concepción de la justicia que necesariamente debiera acompañarse de modernos conceptos de libertad; porque cuando ambos conceptos no se acompañan armónicamente, las estructuras sociales se derrumban. Tal es el fenómeno actual que nos envuelve y nos magnifica en el mundo como una nación violenta y cruel.

Estamos insertos, pues, es un momento peligroso de nuestra vida que iba encaminada a un progreso con una enorme corrupción. El presidente López Obrador quiere deshacerse de la violencia sin violencia, olvidándose de la frase genial de Porfirio Díaz al abordar el “Ipiranga” en su viaje de autoexilio: “Las revoluciones son buenas cuando tienen bases fuertes. Ya le abrieron la jaula al tigre… vamos a ver quién le agarra la cola”. Y desde entonces venimos a tumbos revolucionarios. Desaparecieron los grandes hacendados y aparecieron multitud de “generales” de “pequeños” propietarios de grandes extensiones de tierras repartidas entre familias como prestanombres. Como Obregón en Sonora.

Así entre reformas y reformas para detener nuevas revoluciones, llegamos a la época de una nueva revolución, de seda, “glasnot”, de AMLO, que claro, enemigo de la violencia –le creo- sólo encontrará violencia porque la actitud presidencial se toma como temerosa, como cobarde. Piénselo usted. Disciérnalo usted.